Volver al contagio
Fritz Glockner
2022-07-13
Le hemos huido, la palabra nos ha estado torturando, atormentando, el pánico se nos ha desbordado cuando la escuchamos, la humanidad entera ha salido despavorida ante su más mínima insinuación, nos escondemos de ella, la evadimos, nuestras pesadillas han sido habitadas al ser pronunciada, es el contagio.
En estos tiempos, cuando ser negativo es una fortuna, en cambio el dictamen de positivo se ha transformado en la mayor congoja. Considero que hemos alcanzado ya la hoja del calendario para volver a situar la acción del contagio desde la gran óptica de la apuesta por esa capacidad de enloquecer, de festejar, de la pasión, del delirio, de la libertad, de la rebelión, del afecto…
Soy un convencido de que la lectura se inculca, se obtiene, se alcanza a través del contagio, no desde la imposición, no desde el decreto, no desde la ordenanza, desde la fórmula gastada, desde la consigna adolorida. Hemos caído en las trampas de suponer que en la educación formal, la escolar, la académica se puede atrapar el hábito por la lectura, que la enseñanza, el conocimiento, la información nos van a convencer para volvernos adictos a los libros, con estas premisas se olvida de la lógica del gozo por la aventura, la imaginación, el viaje, el paladeo del sueño…
El acta de nacimiento de un lector es inasible, inexistente, lo que puede alcanzarse es la ubicación de su huella, en qué momento se gestó ese paladeo por una narrativa ajena que se convirtió en propia, donde los habitantes de las letras nos transportaron a espejos de nuestra propia existencia, cuando la intranquilidad por regresar a las páginas se convirtió en ansiedad para deleite de nuestros anhelos y utopías…
Contagiar como la pandemia la experiencia de la lectura es una apuesta social que puede ejercer aquel que ya trae en su torrente sanguíneo, en su sistema nervioso, en su regocijo particular, las ganas de los otros mundos, de las vidas paralelas, de lo inédito de las historias, sin pretender revelar una prescripción específica. Eisten tantos lectores como libros; por lo tanto, la recomendación que se le puede sugerir al vecino no aplica para el primo; la certeza de lo que va a trastocar al hermano no reactiva al compañero, a la novia, a la madre…
La certeza de la singularidad de cada quien, nos abre al mismo tiempo la evidencia de que el interés, el gusto, la afición, vocación y locura de cada cual es tan específica que más allá de ciertas metodologías para surcar e implantar la huella de la lectura en el panorama de un niño, joven o adulto, debe contar con un sello digital particular; por ello el contagio es determinante, ya que este arremete de forma silenciosa, cautiva, encantadora, que provoca un arrebato cuando se ha logrado inocular dicha huella, que comienza a crecer sin distingo, con la sensatez de experimentar lo que atrae y lo que se convierte en repulsión, con esa desfachatez de elegir, por el simple sentido del placer y el gusto.
La lectura es una actividad que no debiera de contar con rivales de ninguna índole. Las pantallas, los deportes, las diversas actividades lúdicas o de intercambio social no están reñidas con la apertura de la portada de un libro; como tampoco debiera existir anomalía en aquel que opta por las páginas impresas en lugar de elegir la travesura colectiva. Leer es una consideración infinita de la propia existencia, similar a las actividades que se procrean en la cotidianidad clásica: comer, amar, viajar, jugar, junto a las expresiones pasionales más recónditas y evidentes.
Estoy convencido de que cada libro impreso cuenta con un destino, incluso y hasta con un lector. La apuesta por contagiar como dementes abre las puertas de la rebeldía, de la locura, de la hazaña, de la pasión sin límite. Es tiempo de levantar la mascarilla para permitir que renazca la palabra, la mirada del otro a través de un libro, la oportunidad de la revelación instantánea de esa marca, del rastro que nos va dejando ser lectores, para dejar de serlo por periodos, pero saber recuperar que alguien está en el éxtasis que nosotros nos podemos estar perdiendo.
Es el contagio con todo y sus apuestas erróneas, hipotéticas, sencillas, sin permitir que el deseo se adormezca, y lograr propagar que leer es una actividad que si la pierdes, el que se extravía eres tú.