Salir ileso
Luis Roso
2023-07-15
Escritores invitados a la SN hablan de la escritura de sus libros; de la chispa que la motivó, las procelosidades de su proceso de documentación o las dificultades y obstáculos encontrados durante la redacción y cómo se resolvieron, con vistas a aconsejar y ayudar a escritores noveles o que aspiran a serlo. Hoy, El proceso de Malladas, de Luis Roso.
El título de este texto, claro, va con un doble sentido: el proceso de Malladas, en sentido estricto, es el que tuvo lugar en el verano de 1918, por el que se juzgó un quíntuple crimen ocurrido tres años antes, en julio de 1915, en la finca de Malladas en Moraleja (Cáceres), mi pueblo. Cinco personas, entre ellas dos niñas y una mujer embarazada, fueron asesinadas a hachazos. En 1918, tras un proceso judicial cargado de irregularidades (y de maldad) se condenó a cadena perpetua a cinco jornaleros inocentes, dado que las autoridades tenían interés en cerrar el asunto de cara a la opinión pública.
La jugada les salió regular: si bien hubo una gran campaña por la liberación de los presos (en la que participaron desde Miguel de Unamuno a la masonería o el partido socialista), los acusadores consiguieron que a largo plazo toda la injusticia de Malladas cayera en el olvido casi absoluto. Los condenados pasaron a la historia como los autores de uno de los crímenes ocurridos jamás en España, mientras que los verdaderos asesinos jamás fueron juzgados.
Pero digo que les salió regular, porque el poso de la ignominia quedó latente en el pueblo donde ocurrió el crimen y del que eran los condenados: Moraleja. Mi pueblo. El pueblo donde nací y donde me crie y donde sigo viviendo todavía. Y ahí comienza el otro proceso: el que yo, sin pretenderlo, he protagonizado. El proceso de búsqueda de la verdad.
Para un autor de novela negra, enfrentarse a una historia real, además tan truculenta, y que para colmo ha sucedido en el propio lugar donde uno ha nacido, no es fácil. Porque la ficción es eso, ficción. Pero las historias reales competen a familiares, amigos y vecinos. Durante los tres años y medio que he estado investigando y escribiendo sobre el crimen de Malladas, pasé de ser un novelista sin otro ánimo que entretener al lector (lo cual no es ningún demérito) a ser un escritor que, sin saberlo al principio, estaba intentando enmendar una injusticia histórica. Como cuento en el libro, se trataba de hacer un «ajuste de cuentas con la verdad». Y eso, obviamente, no iba a salirme gratis. Yo no iba a salir ileso del proceso.
Ya durante la investigación, y luego tras la publicación del libro, recibí coacciones y amenazas. De ahí que mi recuerdo de esta etapa literaria de mi vida, aunque esté plagada de buenos momentos y anécdotas, esté empañada por esa circunstancia.
Puede parecer increíble, tratándose de una historia de hace un siglo. Pero los odios tienen raíces profundas, y los hay que pensaron (y lo mismo seguían pensando sus descendientes) que la cortina de silencio, mentiras y olvido que intentaron colocar sobre el caso iba a salvarles de que alguna vez se supiera la verdad. O al menos toda la verdad que pueda obtenerse actualmente del estudio de la documentación disponible.
No ha sido así. Desde el principio (allá por la primavera de 2019) tuve claro que tenía que afrontar la investigación objetivamente, fríamente, casi como si se tratara de un trabajo académico (por más que luego fuera a redactarla de un modo más accesible al lector, aunque sin caer en la novelización). No tenía otro remedio que investigar concienzudamente, a pesar de no ser historiador ni periodista. Me vi obligado a aprender a toda prisa, y a trompicones, algo de ambos oficios, y a rastrear en todas las hemerotecas, archivos y juzgados de paz (así como cementerios de diminutos pueblos extremeños, castellanos y, ojo, también asturianos) si quería que la verdad resplandeciera. Por más que el cuerpo me pidiera otra cosa.
Por más que el cuerpo me pidiera (como me sigue pidiendo) gritar a los cuatro vientos cuál es mi opinión sobre lo ocurrido en Malladas. Qué es lo que yo creo que ocurrió realmente, tal y como doy a entender en el libro (y que nada tuvo que ver con la versión oficial, que fue la de un intento de robo con homicidio). Y sobre todo, gritar qué es lo que pienso de los acusadores y sus esbirros, que permitieron no solo condenar a cinco inocentes, sino que los asesinos de cinco personas, entre ellas algunos menores, quedaran impunes.
[ALERTA SPOILER] A poca distancia de Gijón, en la vertiente asturiana del Puerto de Pajares, se encuentra la pequeña aldea de Carabanzo, en el concejo de Lena. Fue en ese lugar donde, tras varios años trabajando como minero, murió por silicosis, y a una edad temprana, la única persona que pudo conocer de primera mano lo ocurrido en la finca de Malladas: el niño Dimas Lanchas. El único superviviente del asalto a la finca, del que no salió indemne, sino con cuatro hachazos en la cabeza.
El crimen sucedió un 14 de julio, en la festividad de San Buenaventura de Moraleja; en un 14 de julio se falla el premio Rodolfo Walsh, al que está nominado mi libro. Ciento ocho años exactos han pasado. En Asturias se halla la tumba de Dimas Lanchas; en Asturias se celebra la Semana Negra. Quiero pensar que, independientemente de que gane o no el galardón, mi presencia en Gijón es la culminación del acto de justicia histórica que comencé al asomarme al abismo de Malladas hace ya tantos años. Y por tanto la culminación y el cierre, en todos los sentidos, del proceso de Malladas.