Pensar la desindustrialización
Rubén Vega e Irene Díaz
2022-07-14
Aun no siendo nuevo (de hecho, la era de la industrialización se inicia con la quiebra del modelo productivo artesanal y va acompañada de un profundo malestar social que ha sido largamente estudiado), el fenómeno de la desindustrialización ha adquirido carta de naturaleza como objeto de estudio a partir de los años setenta del pasado siglo, cuando regiones enteras que habían construido su prosperidad sobre sectores industriales que habían devenido tradicionales comenzaron a sufrir cierres, reducciones y deslocalizaciones que de inmediato se traducían en graves problemas económicos, sociales y políticos. Los enfoques académicos se centraron inicialmente en la vertiente económica, la más obvia por otra parte, tratando de diagnosticar tanto las causas como las posibles soluciones. Respuestas de corte tecnocrático y medidas inspiradas en el creciente auge del neoliberalismo entraron en colisión con las fuerzas sociales afectadas y los conflictos adquirieron una envergadura tal que requirieron igualmente la atención de sociólogos e historiadores. Los problemas de depresión social, desarticulación productiva, relevo generacional, degradación urbanística, debilitamiento de las organizaciones sociopolíticas y de las instituciones, cambio de modelo y de referencias culturales… fueron abriendo nuevos campos para el estudio de la desindustrialización desde perspectivas cada vez más complejas que requerían miradas más sofisticadas y herramientas más multidisciplinares.
Ha ido emergiendo como una nueva necesidad explorar los efectos culturales, los procesos de memoria y los traumas colectivos asociados al cambio sociocultural que conlleva el declive industrial. El patrimonio tanto material como inmaterial que dejan como legado los escenarios otrora ocupados por las minas y las fábricas ofrece una materia de estudio enormemente sugestiva que conduce a adentrarse en las representaciones y las identidades. En Estados Unidos, escenarios de desindustrialización como Detroit o Pittsburg han devenido en objeto reiterado de estudios que ahondan en las dimensiones culturales conjuntamente con los efectos socioeconómicos. La macrorregión minera de los Apalaches ha dado lugar a todo un género tanto científico como literario. La memoria oral, la música, los relatos de ficción, las identidades y las políticas respecto al pasado reciente cuentan con una apreciable bibliografía. Del mismo modo, en Europa se ha dedicado considerable atención a los efectos de la desindustrialización. Las áreas mineras e industriales afectadas por la dura reconversión de los ochenta, en pleno auge del thatcherismo, han sido y siguen siendo revisitadas de forma insistente. También la región alemana del Ruhr, que presenta un caso singular en términos de preservación del patrimonio e incorporación del legado industrial a la identidad de sus habitantes, ha sido analizada, a menudo como referente.
En España, la investigación y la reflexión acerca de los procesos de desindustrialización han tomado cuerpo de forma tardía en las postrimerías del siglo pasado y en buena medida han sido abandonadas en los albores del actual sin que se haya avanzado lo deseable ni en cantidad ni en profundidad. La desaparición casi completa o la contracción drástica de los cinturones industriales de Madrid y Barcelona, el declinar de la margen izquierda vizcaína, la crisis endémica de la construcción naval, el cierre de las minas en la mayor parte de las cuencas…si bien cuentan, en algún caso, con trabajos apreciables, carecen en otros de atención específica y, globalmente considerados, no han dado lugar a una producción científica acorde con la magnitud de estos problemas. Tampoco los estudios han seguido la estela de la evolución que mostraban otros países donde el tema ha seguido recibiendo atención y los especialistas han mostrado capacidad para plantear nuevos enfoques.
Ciñéndonos al caso asturiano, el tránsito del siglo XX al XXI ha venido acompañado de una profunda transformación de sus bases económicas. Su otrora potente tejido industrial se encuentra desde hace varias décadas inmerso en un proceso de reconversión y adaptación a los cambios impuestos por la dinámica productiva internacional. Esta nueva realidad ha llegado como resultado de un proceso traumático y ha generado una acusada conciencia de pérdida de una parte de las bases económicas, sociales y culturales sobre las que se había asentado la Asturias del siglo XX. A partir de esta premisa, que pone el acento en las dimensiones social, cultural e identitaria de la desindustrialización, es posible indagar en cómo el trabajo industrial y su desaparición han afectado a la identidad y la memoria tanto individual como colectiva.
El paisaje semidesértico que ofrece la reflexión académica acerca de la desindustrialización en España resulta tanto más llamativo cuanto que la magnitud del(los) proceso(s) desindustrializador(es) vividos parecería reclamar una atención prioritaria desde hace, al menos, cuatro décadas. Tras más de un siglo de retraso relativo que dio fundamento incluso a una tesis clásica (a cargo de Jordi Nadal) sobre el fracaso de la revolución industrial, la acelerada industrialización vivida en los años del desarrollismo y bruscamente cortada por la crisis de 1973 dejó paso casi inmediato a una contracción que rápidamente apuntó a escenarios postindustriales. Los ajustes, reestructuraciones, reconversiones y desmantelamientos, configurando una cascada de cierres desordenados y recortes planificados en medio de conflictos enconados y declives territoriales prolongados, con su corolario traumático, han merecido mucha menos atención que los cantos a la modernidad que acompañaban la terciarización de la economía y la paralela precarización del trabajo.
La magnitud del fenómeno desindustrializador y el impacto social y territorial que ha representado parecerían reclamar mucha mayor atención desde el ámbito de la investigación. Ni siquiera la reconversión industrial acometida a mitad de los años ochenta y su reedición en los primeros noventa, con todo el ciclo de intensa conflictividad que llevó aparejada, ha ocupado un lugar acorde con la envergadura y las consecuencias de aquellos procesos. Durísimas confrontaciones callejeras, enormes manifestaciones de protesta, un profundo deterioro de los tejidos productivos y los mercados de trabajo, desempleo masivo, emigración y tendencias prolongadas al declive económico y el deterioro social han quedado en gran medida fuera de los focos. No se trata, obviamente, de una omisión absoluta pero sí configura un bosque de muy escaso arbolado y acerca del cual el interés —nunca muy vivo— ha ido decayendo. Asturias ha sido quizá, a este respecto, el territorio que ha merecido mayor atención, junto al País Vasco. Piezas sueltas se han ocupado de otros casos, como Sagunto, Ferrol, Cádiz…, pero raramente han encontrado continuidad. Con contadas excepciones, tampoco ha habido un seguimiento que mostrara los escenarios postindustriales que han resultado de los cierres y reestructuraciones.
Las carencias y las lagunas son mucho más patentes que los hallazgos y los frutos cosechados. Llama la atención, en particular, la escasa interdisciplinariedad a la hora de abordar procesos extremadamente complejos y multiformes que requieren de herramientas y miradas muy diversas. También la tendencia a prescindir de una perspectiva comparada y a tomar en cuenta los aspectos cualitativos, el patrimonio inmaterial y los traumas colectivos. Si la abandonada reflexión sobre las regiones en declive presentaba en su momento un carácter subsidiario y retardado respecto a bibliografía llegada de Europa, el gap se ha hecho más profundo aún con el paso de tiempo, de modo que puede ser apreciada una generalizada desconexión con los conceptos que están siendo acuñados en la literatura anglosajona y centroeuropea, que claramente marcan el camino en la reflexión acerca de los procesos desindustrializadores. El hecho de que la práctica totalidad de las obras de referencia permanezcan sin traducir al castellano podría ser síntoma de la mayor aptitud para el manejo del inglés en los ámbitos académicos si no fuera porque la casi absoluta ausencia de esos conceptos en la producción hispana revela más bien desinterés y desconocimiento.
En el caso español, la decreciente atención de la reflexión económica y la persistente desatención a las dimensiones sociales y culturales ha corrido en paralelo a la creciente presencia del patrimonio industrial como preocupación referida a sus vestigios materiales. Tal pareciera que a medida que se daba por consumada y archivada la desindustrialización, que iba desapareciendo de la agenda investigadora de economistas y sociólogos sin aparecer en la de historiadores ni en los estudios culturales, se desplazaba el interés hacia la musealización o la preservación de sus legados tangibles. A este respecto, los progresos en la valoración de lo que inicialmente se denominó Arqueología Industrial y ha devenido en el concepto más amplio de Patrimonio Industrial resultan evidentes. Pero este aprecio por edificios, infraestructuras, máquinas y tecnologías no ha traído aparejada una atención comparable hacia la humanización de esos espacios y menos aún hacia los aspectos intangibles. En conjunto, el trabajo y los trabajadores se presentan como los grandes ausentes.
Tampoco las representaciones culturales han merecido apenas atención. La memoria obrera y los rastros materiales a ella asociados, incluyendo también las ruinas y las ausencias, han producido una copiosa obra literaria, audiovisual y, en general, de creación en muy diversos géneros y registros, así como resignificaciones y recreaciones que raramente han sido objeto de estudio desde el punto de vista de sus conexiones con el pasado industrial. Todo ello nos sitúa en un estadio de considerable retraso sobre los vectores que guían la investigación y la reflexión acerca de los procesos desindustrializadores y los escenarios postindustriales en el ámbito anglosajón o centroeuropeo.
Si los primeros pasos, luego en gran medida faltos de continuidad, mostraban una concentración en los aspectos económicos que dejaba fuera buena parte de las dimensiones intangibles —a lo sumo arrojadas al genérico contenedor de una cultura que precisaba ser cambiada para adentrarse en los retos de la modernización—, el panorama actual apunta más bien a la simple desconexión con los rumbos de la investigación y la reflexión más avanzadas. Hasta tal punto es así que buena parte de los términos que configuran el repertorio conceptual de los estudios en lengua inglesa son inencontrables en España y se hace necesario improvisar traducciones o mantener la expresión original por no haber encontrado el modo de reflejar su cabal sentido en castellano. Así, hemos de movernos entre la tentativa de adoptar neologismos como ruinificación para el concepto de ruination acuñado por Alice Mah para referirse a la desindustrialización como un proceso socialmente construido y en el que operan dimensiones tanto materiales como culturales. O conformarnos con traducciones literales del porno de las ruinas (ruin porn, referido a la estética deshumanizada de los vestigios industriales), la nostalgia de las chimeneas (smokestack nostalgia, como forma de malestar por la desaparición de las fábricas) o la memoria agonística (agonistic memory, centrada en los perdedores del proceso desindustrializador y sus costes sociales) cuando no queda más remedio que mantener las expresiones originales en inglés en aquellos casos en que no es posible tan siquiera la conversión literal: especialmente el concepto de half life of deindustrialization, acuñado por Sherry Lee Linkon, pero también los de place attachment o crumbling cultures. El primero de estos alude a la pervivencia de los legados de la era industrial más allá de su ocaso, en una especie de ultra vida que sigue haciéndose sentir pese a la desaparición de las bases materiales que le dieron origen. Los otros dos, a la fortaleza de los vínculos de pertenencia a territorios y comunidades aun cuando hayan dejado de ser polos de atracción o se hayan convertido en lugares a priori llamados a ser abandonados y al desmoronamiento de las culturas en declive que se ven socavadas en sus fundamentos.