El aguacero no pudo con la palabra
2024-07-09
No lo verán casi, pero ahí está, al fondo de la foto, sobre el escenario: ayer, el Presidente del Principado de Asturias se dio un baño de masas en nuestra Carpa de la Palabra con una cordialidad tal que hasta acabó contestando, sin ningún tipo de problema, a la tal vez un poco maliciosa pregunta de cómo había llegado a perder tanto peso como en los últimos tiempos. La respuesta no viene al caso, pero la cuestión es que sí, ayer nos visitó el Presidente y abarrotó la carpa, susto incluido. Porque a las 19.30, nada más arrancar la entrevista de Norma Bernard con Adrian Barbón, se cayó el cielo. Un aguacero sin piedad empujó a los presentes, que ya eran muchos ‘per se’, a apretarse en el interior del espacio mientras el Presidente confesaba sus hábitos lectores. «No soy de tener muchos libros abiertos, si empiezo un libro tengo que intentar acabarlo como sea», dijo. Un secreto, que tampoco es el del engordar o adelgazar: la librería del presidente está clasificada por temas. Muchos de los presentes respiramos: hubiera sido terrible enterarnos que su criterio era el color de los lomos, pero, afortunadamente, no.
Se desvelaba Barbón como un lector calmo pero constante, el mismo ‘tempo’ que aplica a su forma de gobernar, y mencionó a David Guardado (quien, por cierto, estará hoy en la Carpa de las Culturas a las 20 horas, junto a Xuan Cándano y a Pablo Batalla: no se lo pierdan) y su Asturias nunca vencida como ejemplo de la autoestima que, a su juicio, le falta a Asturias y que él desea contribuir a recuperar. Por el momento, ahí andamos. Dentro de esa guerra, una de esas batallas principales, dijo el presidente, será la de la cooficialidad. «En Galicia el PP se muestra orgulloso del reconocimiento del idioma», recordaba, «pero aquí están encerrados en el no». Aseguró que la propuesta de la reforma del estatuto se llevará a votación al pleno, aunque esa cerrazón haga imposible el acuerdo. Para ponerlo, al menos, sobre la mesa, como también se puso, en su día, la gestión de la pandemia. Es el único aspecto en el que Barbón reconoce que le gustaría viajar al pasado para advertir a su yo futuro de la que se le iba a venir encima. Aquello, no me lo negarán, fue aún más inesperado que el aguacero que, para esos momentos, ya había dejado de caer. «Moriré con el orgullo de decir que en Asturias no se le negó a ninguna persona tratamiento por su edad», se enorgulleció.
Y precisamente por eso, porque «la política no solo gestiona el presente ni el futuro, tenemos que ser capaces de maniobrar y reaccionar», quiso el presidente poner en solfa el auge de le extrema derecha, hoy por fortuna aplacado en Francia. «No podemos ganar la batalla sin acción», dijo, pero defendió, a la vez, una «reacción con calma» y no únicamente centrada en los medios de comunicación tradicionales. No los usa la extrema derecha, o los usa cada vez menos, y por eso, defiende, hay que estar ahí. En las redes sociales, en el día a día o en esta Carpa de la Palabra, si se tercia. No cabía un alfiler: si algo no se puede negar es que Adrián Barbón suscita pasiones.
Pero hubo también una antes de Barbón. Y en lo que respecta a esta Semana Negra, ese antes había sido… el asfalto ardiendo. El sol que abrasa. Mucho calor afuera y con la programación de la carpa de la Palabra arrancando a las 18 horas con la mesa redonda Biblioteca Escolar e Igualdad: la hora de la equidad, organizada en colaboración con La Palabra Dicha. Parte integrante del proceso educativo pero también un arma contra el desigualdad, la biblioteca escolar tiende en la actualidad a ser un espacio inclusivo y accesible; seguro y de «confianza mediática» para el alumnado en un mundo lleno de fake news. Esa, al menos, es la teoría, porque la mesa admitió que la situación real en España es muy dispar. Se habló de las actividades palancas, de buenas practicas en la dinamización de la biblioteca escolar y de la reflexión que sobre el papel de estos espacios generó el desarrollo de diversas jornadas siempre con Galicia en el punto de mira: allí, el modelo más avanzado de España según las ponentes, los centros encuentran su eje vertebrador era la biblioteca. Un ejemplo a seguir.
Una novela histórica sobre la familia de los Borgia, En el nombre del poder, de Juanjo Braulio, fue la siguiente cita del día. Presentó Bea Rato. «Si les pregunto a ustedes por qué palabra se les viene a la cabeza cuando les digo «Borgia», a buen seguro serán dos: veneno e incesto», inició su discurso Braulio. No fue así, sin embargo. La realidad, no que los presentes no lo pensáramos. «No fueron criminales, fueron algo mucho peor: fueron políticos», afirma el autor. Eso sí: muy lejos de que eso fuera una rara avis; en tiempos en los que varias grandes familias se apostaban en el ‘top ten’ de las corruptelas y el ansia de poder. La fama que hoy les precede tuvo más que ver con su condición de extranjeros en Italia, y el haber tenido mayor éxito que sus coetáneos. Todos esos temas giran en torno a un libro que también desvela que los periodistas, aún sin existir, ya estaban ahí, y también las fake news o el lawfare. Fue por medio de la circulación de panfletos que se generó la fama de incestuosos de los Borgia y se potenció el discurso contra otros de sus pecados, especialmente la simonía. Totalmente de actualidad, decía el autor. «Es una época que se parece mucho a la nuestra. Se pueden rastrear comportamientos y hechos que nos ponen un espejo delante». «Un escribano con una imprenta es capaz de hacer más daño que un batallón de ballesteros», se dice en la novela. Y tiene razón.
Los Beatles, The Police, Antonio Vega. La banda sonora de La última canción del verano, de Roberto Hurtado, es pura década de los 90. En efecto: estamos en 1993 y su protagonista, Jaime, está en pleno proceso de conversión. «Gijón me recuerda a Elche, porque es industrial, ha crecido, se ha hecho importante, tiene rivalidad con la capital», decía Hurtado ayer, bien acompañado por Carlota Suárez para presentar un libro que, más que una novela negra al uso, usa un crimen como instrumento para hacer reflexionar sobre otras cosas bien distintas como el «sentimiento de culpa, que nos rodea en muchos momentos de la vida y nos arrastra a no saber reaccionar». El autor definió la culpa como ese «sentimiento que no sirve para nada». Y asentimos.
Manuel García Villar, presidente de la Asociación Lázaro Cárdenas, puso el broche reivindicativo a la jornada para presentar a Aníbal Garzón con BRICS, la rebelión de los países del Sur, un libro, y un especialista, idóneos «para saber, desde el norte, lo que está sucediendo en el sur y analizarlo», dijo Begoña Collado, directora general de Memoria Democrática, también presente en el acto. Garzón, recién llegado a Asturias, presentó su trabajo, aunque cabe más bien hablar de que lo introdujo, porque la publicación no verá la luz hasta septiembre. Se trata de una obra necesaria, relató Garzón, para romper con el eurocentrismo y el desconocimiento de este foro de países emergentes conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. «Nos suelen decir quiénes son los buenos y los malos, y así nos olvidamos de qué es la geopolítica», aseguró Garzón. El tema está que arde. Y nosotros seguimos. Mañana, más.