Maestre, CCOO, Zanón, Del Valle, Márkaris
2022-07-17
Empezó fuerte ayer la programación en la Carpa del Encuentro, con el célebre periodista Antonio Maestre llenándola de una nutrida concurrencia para hablar de su último libro: Los rotos: las costuras abiertas de la clase obrera, una presentación celebrada con la colaboración de Nortes y con Ángel de la Calle como presentador. Un libro sobre cómo la clase atraviesa, permea, determina los detalles más nimios de la vida cotidiana de quienes pertenecen a los niveles más bajos del escalafón social; sobre «las fracturas de una vida hostil, rota, como una kelly al final del turno», o como «el ánimo de quien pierde dos horas cada día en el transporte público o en la sala de espera de un ambulatorio, sin esperanza de mejora; sin futuro», o como el alma de quienes entierran «a un compañero muerto en el tajo que se partió la cabeza al caérsele una lámina de hierro de 500 kilos». Una visión «íntima y subjetiva de cómo el origen social influye en la vida de la clase trabajadora» y algo así como un «MeToo de la clase social», como al periodista le dijo en una ocasión una amiga a la que mencionó durante su presentación. «El intentar progresar, el aspirar a algo, forma parte de la condición humana y creo que no debemos despreciarlo; lo que sí es negativo es si para hacer ese viaje tú te olvidas de cuáles son tus orígenes, a los tuyos», reflexionó el autor sobre esta obra cargada del orgullo de los humildes.
Más libros se presentaron ayer en la Carpa del Encuentro. A las 18:30, ¡O todos o ninguno!, un cómic que recrea siete hitos de la historia de Comisiones Obreras y en el que han participado varios autores, y entre ellos Pepe Gálvez, Joan Mundet, Raquel Gu y Ángel de la Calle, que en compañía de Bruno Estrada y Norman Fernández desgranaron sus claves. Una pregunta fundamental motivó su realización y —como apuntó De la Calle— fue la de ¿por qué no? ¿Por qué no contar esta historia en este lenguaje? ¿Por qué no pensar —apuntó Gálvez— que «el cómic puede explicar cualquier cosa de la vida, y a veces puede explicarlas mucho mejor»? De la Calle considera este cómic «impresionante a nivel de edición» un «salto importante para este lenguaje» por motivos que no tienen que ver con su valor, toda vez que «el valor lo tiene desde hace doscientos años», sino con «la sociología y con la idea de cultura y con la idea de transmisión». Descubrirle al público, a la vez, la historia de Comisiones Obreras y el valor del noveno arte.
A las 19:30 pasó a presentarse, con la compañía de Carolina Sarmiento, Love song, de Carlos Zanón, una novela sobre tres músicos talentosos y de cierto éxito que se embarcan en una gira estival por campings y locales de la costa mediterránea versionando canciones solo de 1985, y a medida que se acercan al final del recorrido, frente a las costas de Cádiz, se enfrentan a la disyuntiva de quemarse o seguir, pero ya convertidos en otros, sin vuelta atrás. Una novela sobre música, con una derivada criminal, de un escritor que, según evocó ayer, lo es en gran parte gracias a la música: «Yo empecé escribiendo», relató Zanón, «porque escuchaba canciones en la radio. Esperaba a que el locutor tradujese la canción y me ponía a escribir un poema pensando en lo que había dicho, pero lo que me impresionaba mucho era la vehemencia del cantante. La música popular tiene algo que es “préstame atención, que te voy a contar algo; deja todo lo que estés haciendo”. Eso, para mí, era muy adictivo, y me gusta encontrarlo en los libros; la sensación de que tus padres no te entendían, ni tus hermanos, ni tus amigos, y que había un señor en Minnesota que escuchabas su canción y decías “sí, sí, este tío me entiende”».
Zanón cedió el turno a Ignacio del Valle, que, acompañado de Luis Artigue, compartió con el público los entresijos de su Cuando giran los muertos. En este caso, una novela sobre el secuestro en México de un escritor y diplomático español por una facción de republicanos exiliados y la búsqueda desesperada de sus captores por el inspector Andrade —conocido ya de los lectores de Del Valle: esta es la sexta entrega protagonizada por él— a través —explica su sinopsis— de «un complejo juego de geopolítica, el exilio republicano, la intelectualidad mexicana, viejos caciques revolucionarios, mercenarios y asesinos de la Legión del Caribe, espías soviéticos, traficantes de armas…». En este subyugante escenario hace aparición, entre otros, Félix Arcadia, un trasunto de Agustín de Foxá, un escritor en quien Del Valle tiene un gran interés y a quien, en la novela, adjudica esta disertación que leyó ayer al final de la presentación, a modo de cierre, y con la que afirmó identificarse personalmente:
«Siempre he luchado contra la mediocridad y he creído en cierta clase, cierta gracia, cierta manera de comportarse. La sociedad intenta consagrar la mediocridad como un ideal y eso resulta patético, y, lo que es peor, resulta sentimental. Somos sentimentales y apestamos por ello. Los ladrones, nos mentirosos, los asesinos, no tienen bastante con serlo; ahora quieren que se les felicite por ello, y todos creen que pueden ser alguien, y lo gracioso es que si lo hacen de la manera adecuada, la sociedad les aplaude. Pues bien, yo no quiero ser parte de esa podredumbre, y por ello dirán que soy clasista, que me creo mejor. Pues bien: soy clasista y soy mejor. Vivo con un criterio. No me creo una víctima y poseo una cierta cualidad del espíritu y, sobre todo, cierto sentido del deber».
A las 20:30, fue el turno de Petros Márkaris, príncipe griego de las letras noir, semanero reincidente, que este año recaló en Gijón para presentar —acompañado de Carlos Zanón— Cuarentena, un conjunto de relatos de distinta temática —algunos de ellos protagonizados por el comisario Jaritos, protagonista habitual de las novelas de Márkaris— que incluye varios sobre la transformación de todas las cosas por la pandemia de coronavirus y su ensañamiento con los más vulnerables: desde el protagonizado por los vagabundos Platón, Sócrates y Pericles hasta el que nos presenta a dos sintecho que solo encuentran solidaridad entre otros desfavorecidos. Márkaris comentó cada una de las historias, y entre ellas, la que cierra el libro: una rememoración íntima y entrañable de la isla de Jalki, donde el escritor creció. Con ella —explicó— «quería transmitir la sensación de mi infancia de soledad profunda, que vivía desde el otoño hasta la primavera. En verano, la isla estaba llena de turistas y visitantes, yo hacía muchos amigos y me lo pasaba muy bien, pero a partir de septiembre me quedaba solo y no podía divertirme. Con esta historia, quería transmitir cómo no es que descubriésemos la soledad en la pandemia, sino que llevaba estando allí desde mucho antes».