Este y el otro Onetti
Hortensia Campanella
2024-07-07
A 30 años de la muerte de Juan Carlos Onetti, el escritor uruguayo de referencia en la gran narrativa contemporánea, la Semana Negra ha tenido la estupenda idea de programar una charla en su homenaje.
Onetti merece el principal homenaje que es el de ser leído porque su vocación y tarea de toda la vida fue escribir.
Repasemos un poco su trayectoria. Empezó como todos los escritores, leyendo. Desde niño, encerrado con su gato en un armario, leía todo lo que caía en sus manos. Y sabemos que empezó a escribir desde niño; la literatura fue su juguete. Escribía tomando ejemplo del narrador noruego Knut Hamsun y por esto su hermano lo llamaba “Kanutito”. Perseveró, al principio con la intención del periodista adolescente con dos amigos, y luego de adulto con una presencia importante como jefe de redacción en la prestigiosa revista Marcha, en otras revistas argentinas, en una agencia de noticias, tanto en Montevideo como en Buenos Aires, y también escribió una nota mensual para la agencia EFE en los años 80.
En paralelo a su trabajo para subsistir el escritor vivía una existencia agitada en lo social y lo amoroso. Su trabajo le permitía una vida nocturna proveedora de experiencias que fueron inspiradoras para su obra. A lo largo de su vida se casó 4 veces y tuvo frecuentes aventuras amorosas.
Muy pronto empezó a escribir cuentos que publicaba con dificultad, la misma dificultad que tuvo para editar su primera novela, El Pozo, que fue posible por la ayuda de amigos en Uruguay.
A medida que se empezó a conocer su obra novelística llegaron lentamente las buenas críticas, especialmente después de 1950, cuando escribe La vida breve, obra innovadora en el panorama literario latinoamericano, y donde crea un mundo que se continuará en sucesivas novelas: la ciudad de Santa María donde aparecen muchos personajes que se entrecruzarán en las tramas posteriores.
Los temas recurrentes, desarrollados de diversas maneras, son la frustración ante la incomunicación con los otros, de ahí, la sensación de fracaso y de soledad del individuo, la búsqueda de superación de todo eso mediante el amor, la presencia de la muchacha como representación de la pureza, y sobre todo la irrupción del soñador como artífice de las historias.
Circunstancias exteriores, como el golpe de estado en Uruguay en 1973, llevó al exilio a Onetti junto a su esposa Dolly, como a tantos de sus compatriotas. La buena acogida de España influyó para que siguiera escribiendo. Fue Premio de la crítica por su novela Dejemos hablar al viento en 1979 y Premio Cervantes en 1980.
“Vivo porque escribo” decía y por eso en esos veinte años en Madrid, a pesar de la lejanía, de las noticias desgraciadas que le llegaban de su tierra, pudo escribir varios cuentos, muchos artículos y tres novelas. La última, Cuando ya no importe, es el cierre de todo su mundo, de todas las obsesiones onettianas tamizadas por la memoria. A 30 años de su muerte nos queda su obra, una literatura que se construye a medida que es leída y eso es nuestro tesoro.