Espacio AQ
2023-07-16
Llegó, como tenía que llegar, la última cita de este año en la Semana Negra con la Carpa de AQ. Y llegó con cierto adelanto sobre el horario previsto, puesto que la jornada comenzó a las cinco y media de la tarde, en lugar de a las seis, para no coincidir con el programado mitin en Gijón de Yolanda Díaz. La primera y algo precipitada cita, introducida por Ángel de la Calle mismo, fue con el libro 1968. El año de las revoluciones rotas (Catarata), de Bruno Estrada López, economista, escritor y coordinador de la Secretaría General de CCOO, entre otras cosas. De presentarle con mucho y razonable elogio, tanto en lo profesional como en lo personal, se encargó Aurelio Martín, exconcejal del Ayuntamiento de Gijón hasta el pasado junio y destacado miembro de Izquierda Unida Gijón. Viejos amigos y compañeros de militancia (Martín recordó cómo había poco menos que empujado a Estrada a convertirse en Secretario General de las Juventudes Comunistas con tan solo 21 añitos… «Un infanticidio», lo llamó Estrada), ambos conversaron animadamente alrededor de este libro inevitablemente generacional. Un recorrido coral por las múltiples revoluciones progresistas del mítico año 68, a lo largo y ancho de todo el mundo, desde París a México D. F., sin olvidar la Primavera de Praga y otros movimientos parecidos en los países socialistas del Este de Europa. Recorrido que obedece no solo a la nostalgia o a la investigación histórica. En palabras de su autor: «La motivación de este libro es mostrar cómo toda acción progresista revolucionaria se encuentra después con una reacción conservadora como respuesta, a menudo feroz y organizada». Lo que debe hacer una izquierda inteligente que busque «no tomar el cielo por asalto, sino asaltar los castillos, palacios y mansiones de los poderosos» es prepararse para esta reacción opuesta del poder establecido, tomar medidas logísticas a medio y largo plazo, sin desesperarse ni caer en el derrotismo y la división, los dos grandes enemigos de una izquierda a menudo demasiado preocupada por ver siempre «el vaso medio vacío». La pertinencia de reflexionar en torno a aquel milagroso 1968 estriba también en su comparación con la situación actual después del aparente hundimiento de las ilusiones despertadas por el 15M y otros movimientos similares, dentro y fuera de España. Estrada defendió una «revolución tranquila», basada en el debate, la concienciación y los valores progresistas, recordando, por ejemplo, cómo el Partido Comunista de Checoslovaquia, del que formara parte el recientemente fallecido Milan Kundera, se mostró autocrítico y trató de renovarse democráticamente en ese mismo año… Hasta que los tanques rusos se lo impidieron. Recordó que a los movimientos sociales del 68 en Estados Unidos o la propia Francia sucedieron el gobierno de Nixon o el triunfo de De Gaulle. Quizá la mayor diferencia con aquellos tiempos sea que hoy, aunque pensemos «que es posible cambiar el mundo, hemos perdido la ilusión por hacerlo». El libro de Estrada López, con su mezcla de crónica histórica y ficción, que alguien denominara con acierto como «realismo mágico político», es un intento por recuperar esa ilusión y por volver a los ideales colectivos desde una posición realista, táctica y mesurada que permita superar las contradicciones de la izquierda y cambiar conciencias.
También busca despertar conciencias, denunciando de forma incisiva e implacable toda clase de injusticias sociales y abusos de poder, la escritora argentina María Inés Krimer, pero ella se sirve de ese instrumento privilegiado que es la novela negra y criminal, la misma que está en el corazón de esta Semana. Lo hace ahora con la novela Fin de temporada (Revólver), que presentó acompañada por su cómplice en el género y siempre querida veterana de la SN, Elia Barceló, quien destacó lo sorprendente de una obra que contrasta claramente tanto con la novela negra típicamente masculina como con esas obras policiales escritas por mujeres que tratan de masculinizar a sus protagonistas. Por el contrario, Marcia Meyer, su protagonista periodista, es un personaje femenino independiente y madre, que viaja con sus tampones y que se deja fascinar ocasionalmente por el mundo del famoseo, aceptando un trabajo en la revista (L)ola para viajar a Punta del Este, el balneario top del Uruguay, versión rioplatense de nuestros Ibiza o Puerto Banús… Aunque sea para descubrir que lo que atrae allí a tanto millonario, estrella, princesa y empresario es, sobre todo, el blanqueo de dinero. Estamos ante la tercera parte de una trilogía policial con el mismo personaje, vertebrada toda ella por un lenguaje directo, conciso, en primera persona y tiempo presente (influido por su asma infantil, que le impedía leer frases subordinadas, llenas de adjetivos y sustantivos, o sea, que esto la va a matar…), y al tiempo por una denuncia sistemática de las injusticias y la corrupción sistémica en Argentina y Latinoamérica. Si Noxa abordaba el uso y abuso ilegal de pesticidas tóxicos agroquímicos, que provocan enfermedades, cáncer y malformaciones congénitas en las poblaciones rurales afectadas, y Cupo entraba en el incómodo tema del machismo y sexismo que impera en los medios sindicales de izquierda, donde sus dirigentes masculinos predican una cosa y practican otras muy distintas, Fin de temporada destapa la conexión entre el glamour y el mundo rosa de Punta del Este y la pobreza y miseria de las clases humildes, atrapadas en un tráfico de dinero negro consentido e invisible. Con maestros como Juan Sasturain, Ricardo Piglia o Guillermo Saccomano, y siguiendo el modelo de su admirada Patricia Highsmith, María Inés Krimer evita los tópicos de la mujer-víctima y la femme fatale para construir una novela de «lo social como enigma», feminista y crítica, preocupada por temas como la prostitución, la cirugía clandestina, los talleres de trabajadores textiles ilegales o el lavado de dinero, pero sin descuidar la intriga ni la acción continua. En Latinoamérica, concluyó, tras recomendar la novela ganadora del Hammett (lo que honra a esta ya habitual finalista al mismo), Litio, por su denuncia de «esa energía limpia que es limpia para Europa pero muy sucia para América». Y es que en Latinoamérica, el crimen no es tanto individual como colectivo.
Más crímenes colectivos, ahora relacionados con la memoria histórica de nuestro país, llegaron después con la presentación de Cuando ya no quede nadie (Grijalbo), de la profesora, historiadora, miembro de Izquierda Unida de Valencia y exdiputada en las Cortes Valencianas Esther López Barceló, que vino acompañada y avalada por José Luis Humara, en representación de la organización Derecho a Morir Dignamente, cuyo principal y necesario empeño es reconocer el derecho de los enfermos terminales o de larga duración a poner voluntariamente fin a su dolor si así lo desean (derecho amenazado por los recientes giros políticos en nuestro país), y por la historiadora, documentalista y escritora, además de archivera del Tribunal Superior de Justicia del Principado de Asturias, Pilar Sánchez Vicente. Esther López, especializada en memoria histórica y en la lucha para que se reconozcan los crímenes del franquismo, se mostró encendida y exaltada en su exposición de la trama del libro, que algo tiene de autobiografía emocional, donde la protagonista, Ofelia, tras la muerte de su padre, al retornar a su innominada ciudad natal de aires inequívocamente alicantinos, descubrirá un misterioso pasado familiar que la llevará a dar un giro total a su vida, al descubrir también una larga trayectoria de mujeres olvidadas por la historia, que lo sacrificaron todo en su resistencia a los horrores de la dictadura. Feminismo, memoria histórica, la creación de una épica de mujeres en respuesta a los tópicos de la narrativa épica masculina y recuperación del pasado oculto de nuestras madres y abuelas son los ejes de esta novela, que su autora quiso presentar también como metáfora de la necesidad de contrarrestar en las urnas a quienes quieren hacernos retroceder en el tiempo a ese oscuro túnel del pasado franquista y sus crímenes, imposibles ya de negar o silenciar incluso por la extrema derecha.
Más feminismo y revisión de la historia moderna, aunque ahora de la historia de Hollywood y de una de sus más míticas (perdón José Ramón) estrellas, llegó inmediatamente después con Los caballeros las prefieren muertas (Algaida), título que no puede ser más evocador, de la escritora y editora, además de activista del colectivo LGTBI+, Carmen Moreno, introducida por el psicólogo, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y escritor y crítico literario, amante del género negro, José Ramón Gómez Cabezas. Por supuesto, se trata de una novela en torno a la vida y trágica muerte antes de tiempo de Norma Jeane Mortenson, más conocida como Marilyn Monroe, que ya ocupara antes en esta Carpa de AQ su buen espacio. Pero, sobre todo, se trata de una obra en torno a los hombres que la amaron, manipularon y poseyeron, llevándola hasta la autodestrucción, usando y abusando de ella sin pudor, convertida en muñeca sexual de un Hollywood feroz. Una fábrica de pesadillas que arrasó brutalmente con la inocencia de una joven sin experiencia, transformada en sex symbol, sin consideración alguna por sus sentimientos o por los efectos destructivos de la fama, con sus secuelas de alcohol y barbitúricos. Más de diez años ha llevado a Carmen Moreno escribir esta novela, que puede suscitar comparaciones con el Blonde de Joyce Carol Oates o su reciente adaptación cinematográfica, pero posee sin duda vida y mirada propias.
Llegó entonces uno de los momentos álgidos y más esperados de la tarde en el Espacio AQ: la charla entre dos auténticos monstruos: Carlos Bardem y nuestro santo patrón laico, Paco Ignacio Taibo II. Como todo lo bueno se hace esperar, llegaron unos minutos tarde y mientras Bardem subía al estrado, un Taibo que tiene mucho más vicio que vergüenza (y por eso se le quiere más), se quedó todavía fuera un rato para fumarse ese pito por el que se desesperaba. Ya juntos y bien avenidos en la mesa, su charla se centró en el género del que ambos son maestros consumados, aunque uno más consumado y consumido que el otro (cuestión de veteranía): la novela histórica. Y pese a sus diferencias de edad y a veces de gustos o temáticas, tanto el autor de Mongo Blanco (Plaza & Janés), novela que se alzara en 2020 con el premio Espartaco de la Semana a la mejor obra de ficción histórica, como el de tantas novelas históricas y biografías noveladas como El Álamo, Sabemos cómo vamos a morir, Sólo tu sombra fatal o Pancho Villa: una biografía narrativa, entre otras, se mostraron en perfecto acuerdo en que la novela histórica debe ser comprometida ideológicamente. La objetividad, si es que existe, queda para los historiadores, archiveros y documentalistas. El escritor de novela histórica no puede ser más que subjetivo y está, además, obligado moralmente a tomar partido. No existe la neutralidad en el género. Por lo menos, no en la visión del mismo que tienen y ejercen tanto Taibo como Bardem.
Quien desde luego y por fortuna tampoco permanece objetivo ni objetivista en su mirada es el gran artista gráfico y genio de la bande déssiné (vamos, «tebeo», pero en francés), Edmond Baudoin, uno de los héroes de la Semana Negra, de la que es invitado habitual, siempre esperado con entusiasmo por su muchos seguidores. En esta ocasión, siendo también uno de los autores que forma parte de la estupenda exposición de la Semana, Fugitivas y náufragos: las migraciones vistas por el cómic, así como del catálogo de la misma, con un ensayo de Norman Fernández y Pepe Gálvez, amén de prólogo de Altarriba, con mayor motivo. De hecho, fue un visiblemente emocionado Pepe Gálvez quien hizo de maestro de ceremonias nada ceremonioso para introducir al dibujante francés y su libro en colaboración con el también artista Troubs, Humanos. La Roya es un río (Figurando recuerdos). Una serie de retratos de algunos de los cientos de emigrantes que viven «atrapados» a las orillas de La Roya, en medio de los Alpes que separan Italia y Francia, siendo víctimas del olvido, las carencias y unas fuerzas policiales que se dedican absurdamente, en gesto poco menos que kafkiano, a detener a quienes cruzan de Italia a Francia para devolverles una y otra vez al primer país. Situación de la que son aliviados tan solo por la ayuda de organizaciones no gubernamentales, y, sobre todo, por personas del entorno, campesinos y paisanos ya de cierta edad, que tratan de mejorar su situación en la medida de lo posible. Africanos, sirios, afganos, huyendo de situaciones insostenibles en sus países de origen, con la esperanza de llegar a Francia e incluso Inglaterra, viven hacinados, en condiciones precarias, pero sin perder la esperanza. Ellos son el objeto de este libro que combina, en palabras de Baudoin, “el cómic con el reportaje periodístico”, pero que siguiendo la peculiar filosofía humanista y artística del ilustrador va mucho más allá y más adentro. Baudoin sigue el curioso sistema de regalar su retrato a aquellos a quienes se dirige, con la única condición a cambio de que contesten una pregunta. Después, hace una foto con su móvil al dibujo, para volver a reproducirlo más tarde. Su objetivo es ponerse detrás de los ojos del retratado, empatizar con él de una forma en la que nunca la foto del móvil podría hacerlo. En el caso de este libro, también los activistas que prestan ayuda desinteresada han sido su foco de interés. La pregunta: ¿por qué les ayudas? La respuesta: porque sí. Para Baudoin, una respuesta que define el sentido mismo de humanidad. Insistiendo en sus preguntas, el dibujante descubre también que muchos activistas son viejos sindicalistas, campesinos religiosos, católicos o más a menudo protestantes, que en realidad y casi sin darse cuenta responden así al hecho de proceder también de padres y abuelos emigrantes, como lo es el propio Baudoin, o hasta de los perseguidos hugonotes. Imposible que Baudoin no se excediera sin apenas darse cuenta de su media hora, evocando los rostros y miradas no solo de los atrapados en La Roya, sino de tantos y tantos humanos retratados por él mismo a lo largo y ancho de todo el mundo, de China y Latinoamérica a los Estados Unidos, intentando por medio de la mirada y el dibujo, de su ojo de artista, romper barreras para llegar al otro y hacerlo parte de sí mismo y viceversa. Cómo nos emociona escuchar al pequeño y grande Baudoin: casi tanto como contemplar su obra.
Pero llegaba el momento de ir cerrando el chiringuito, para ir todos a rendir justo y merecido homenaje a Paco Ignacio Taibo II en la Gran Carpa del Encuentro. Y el cierre, como no podía ser de otra manera (qué tonterías digo a veces: seguro que hubiera podido ser de otras mil maneras, pero fue de esta), tuvo acento asturiano, con una nueva reivindicación de la llingua, amenazada por las nuevas políticas de algunos concejos del Principado. Lluz Pontón, secretaria de Educación, Política Llingüística y Universidad de la FSA-PSOE, escritora y activista entregada a la defensa de la llingua, y la popular presentadora de televisión y periodista gijonesa Sonia Fidalgo se trajeron con ellas un buen número de amigos y amigas del asturiano que dejaron bien claro su amor, trabajo y lucha permanente por la conservación de este, su uso y, sobre todo, su oficialidad pendiente. Tema candente durante toda esta semana, dentro y fuera del Espacio AQ, en especial por esa sombra amenazadora que se cierne sobre la llingua en plazas tan significativas e importantes de Asturias como el mismísimo Gijón. Dejándolos con nuestros mejores deseos, nos fuimos, cómo no, a celebrar con PIT II y sus muchos, pero que muchos y muy buenos amigos. Eso sí: volvemos ver toos la prósima selmana… siempres que sía negra.