Espacio AQ
2021-07-12
Jesús Palacios (con la colaboración de Rakel Suárez)
Segunda jornada AQ, tan negra y comprometida como la anterior, si no más, arrancando con la presentación de Ferro (Dolmen), primera novela de Julio Arroyo, miembro de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que ha tentado la narrativa policial a su juicio más que estrictamente negra en tono de thriller psicológico, con una historia de crimen y obsesión, protagonizada por un comisario enfrentado tanto al asesinato de su ahijado como a las sospechas que se acumulan en su contra y a los espectros de su propio pasado. Poniendo hincapié en los procesos psicológicos de su personaje, basándose en su propia experiencia personal junto a su esposa, Arroyo confesó con humildad que todavía no se considera del todo escritor, a la espera de confirmarse como tal cuando haya publicado al menos una novela más. Ante las preguntas tanto de su presentador, Ricardo Magaz, como de un participativo público, reconoció que su experiencia policial le ha permitido ver los muchos y torpes errores que cometen a menudo tanto novelas como películas y series televisivas de «procedimiento policial», y que espera haber sabido y podido evitar con una historia compleja y angustiosa, sin buenos ni malos, de tonos más grises que negros, que refleja también su amor por el cine, los cómics y el género de suspense.
Más cómic y más negrura llegaron a continuación con la esperada presentación de la nueva y última entrega de la trilogía del Yo de los maestros de la historieta Antonio Altarriba, guionista, escritor y cerebro lúcido como pocos, y Keko, veterano ilustrador, maestro del blanco y negro curtido en los añorados tiempos de revistas como Madriz, El Europeo, La Luna de Madrid o, por supuesto, El Víbora. Yo, mentiroso (Norma), indaga en las cloacas de la política española a ritmo de thriller, con una última entrega en la que convergen varios de los personajes y situaciones presentados tanto en Yo, asesino como en Yo, loco para llegar a un final en la mejor y más negra tradición del género, donde no hay fáciles soluciones ni ganan los buenos, por otro lado prácticamente inexistentes. Mientras Keko y Altarriba se hacían esperar, como todo lo bueno, debido a la foto semanera de rigor, sus presentadores, expertos en diseccionar el arte de la narrativa secuencial, ergo tebeo, Ángel de la Calle y Norman Fernández, nos ilustraron sobre la excelente exposición de cómic noir que se ofrece este año en el Museo Barjola, con una muestra espectacular de la mejor historieta de serie negra de los 2000… En la que no se incluyen viñetas ni páginas de la trilogía del Yo porque, cosas precisamente del siglo XXI, esta ha sido concebida y realizada exclusivamente por medios digitales, caso también, por ejemplo del Fatal de Max Cabanes y Dough Headline. Y es que nadie escapa ya a un paradigma digital que permite, como comentaron los autores, trabajar más rápido sin perder calidad, acceder a todo tipo de documentación e incluso, desde el punto de vista del guionista, trabajar con más profundidad los personajes, gracias a la posibilidad de formatos más extensos sin que por ello resulten más caros, lentos o forzados.
A las siete de la tarde, llegó la Hora (completa) de la Mujer, con la doctora en historia antigua por la Universidad de Oviedo Carla Rubiera Cancela, experta en esotéricas materias como la esclavitud de la mujer en la Antigua Roma, que nos ilustró de forma exhaustiva, docta y apasionadamente documentada sobre las Voces de las mujeres en la historia o, más bien, sobre su silenciamiento a lo largo de los siglos. Desde los tiempos casi míticos de La Ilíada y La Odisea, la voz de la mujer es acallada y silenciada, identificada despectivamente con cotorreos y chismorreos, todo ello prácticas androcéntricas para expulsar a las mujeres de las áreas de poder y condenarlas a la esfera doméstica, salvo contadas excepciones a las que se reconocía, si acaso, como espíritus varoniles en cuerpo de mujer (en poco amables palabras de Voltaire o Kant). Muchas han sido las tácticas patriarcales para acallar las voces femeninas, incluyendo la acusación de plagiar autores masculinos o la obligación de la mujer inteligente a expresarse con falsa humildad ante sus superiores del sexo opuesto. Desde aristócratas de alcurnia pero también de genio literario o artístico hasta esclavas liberadas que lucharon por la abolición, todas han sufrido esta imposición violenta o tácita de forzoso silencio, que solo la labor de incontables mujeres comprometidas y empeñadas en romperlo a lo largo de los tiempos ha permitido que hoy, es decir, ayer, a las siete de la tarde Carla Rubiera sacara los colores a todos los miembros viriles asistentes a su charla. Aunque algunos y algunas, como quienes esto suscriben, echaran de menos que se mencionara un poco más a unos cuantos hombres buenos que también lucharon en su día por romper la ley del silencio patriarcal. Y eso, además, cuando no se llevaba lo de ser aliado feminista.
Volvió el color negro a ser dueño de la carpa ni más ni menos que con la presentación de A quemarropa (Alrevés), con la presencia de uno de sus autores, Álex Martín Escribá, director de Salamanca Negra, promotor y sostenedor de las jornadas sobre literatura negra que se llevan celebrando en esta bella ciudad universitaria desde hace 17 años, acompañado por el propio Ángel de la Calle, cómplice, amigo y autoridad experta. A quemarropa (título perfecto, me parece a mí) es el más reciente, amplio y profundo estudio publicado en nuestro país sobre el género negro literario. Dos volúmenes coescritos con el no menos conocedor, exégeta y coleccionista de literatura negra Jordi Canal i Artigas (a quién debió sonarle el oído varias veces a lo largo de la tarde), que pretenden y consiguen trazar tanto una historia diacrónica del género, como una prospección atrevida en sus múltiples variantes y ramificaciones, así como aventurar su posible e imposible futuro, en base, como se comentó en varias ocasiones, a su naturaleza esencialmente mestiza y bastarda, que le provee de infinita resiliencia pero le arrastra hasta los límites del propio género criminal o policial y mucho más allá. Espléndidamente diseñados, presentados e ilustrados, los dos volúmenes de A quemarropa prosiguen la senda iniciada, hace ya muchas décadas, por críticos como Javier Coma o Salvador Vázquez de Parga, aunque, como bien apuntó de la Calle, con mirada abierta, inclusiva y desprejuiciada, allí donde la de estos añejos estudiosos era muchas veces elitista, purista y cerrada. Algo terriblemente paradójico ante un metagénero de géneros, cada vez más fluido y sincrético. Evitando el academicismo, la pedantería y el lenguaje de los crípticos literarios al uso, los autores de A quemarropa buscan divulgar, informar y especular, pero sobre todo contagiar su amor y entusiasmo por la novela negra. Y desde luego, al menos durante la demasiado breve charla entre el creador de A Quemarropa (este su diario decano de la prensa negra española) y uno de los creadores de A quemarropa (los libros), a nosotros nos lo contagiaron hasta la médula. Solo nos faltó, nada es perfecto, la presencia del llorado Claude Mesplède, desaparecido santo patrón del noir, bajo cuya advocación nos ponemos todos.
Pero si de investigar en profundidad se trata y traer misterios arcanos a la luz del día (aunque el de ayer fuera de todo menos luminoso), ojipláticos quedamos ante el descubrimiento del que nos hizo partícipes a renglón seguido el peculiar estudioso murciano José Soriano Palao, veterano doctor en medicina con múltiples y singulares aficiones (del cultivo de olivos a la sastrería), que en su afán por disfrutar del «placer de hacer cantar a los archivos», como líricamente expresó el siempre elegante Michel Suárez, quien le sirviera de introductor, ha exhumado, ni más ni menos, que los escritos anarquistas del menos aparentemente anárquico de los clásicos del 98: Azorín. En efecto, J. Martínez Ruíz Azorín. Escritos anarquistas (La Fea Burguesía) presenta una buena cantidad de panfletos, artículos y escritos varios publicados en la prensa liberal republicana, en diarios como El País o El Progreso, entre los años 1894-1904, por un joven Martínez Ruíz lejos todavía de convertirse en Azorín, quien se sumergió, alejado del hogar paterno, en la bohemia anarquista, idealista y mística del momento, poniendo su juvenil pero ya florida pluma al servicio de las ideas de Augustin Hamon, Felix Dubois, Malatesta, el mismísimo Kropotkin, el anarquista cristiano Ernest Renan o el simbolista Maurice Maeterlinck, sin importarle resultar sospechoso a ojos de la policía o comprometerse en la defensa de los militantes anarquistas encarcelados injustamente tras el atentado de Montjuïc de 1896. Este primerísimo Azorín antes de Azorín, feminista, antiautoritario, modernista y casi ateo, yacía olvidado hasta que un oscuro estudioso anglosajón reunió todos sus textos anarquistas (nunca incluidos en sus obras completas, por supuesto) y los legó a la Casa Museo del escritor, de donde han sido ahora también rescatados por José Soriano Palao para recordarnos que todo el mundo tiene un pasado, que la juventud es un tesoro si no divino sí a menudo libertario, y hasta quizás que en todo conservador adusto y hombre de orden se oculta un joven indocumentado y anarquista, tan enemigo de la autoridad como profeta del amor libre. Otra personalidad más, como las de Julio Camba, Ramiro de Maeztu, Baroja o Unamuno, representativa de lo a menudo que el intelectual español transita con cierta comodidad el paradójico itinerario que lleva de izquierda a derecha, encontrando a Dios por el camino y sustituyendo una mística por otra con pasmosa facilidad.
La tardenoche lluviosa y recorrida por un viento indómito poco amigo de reuniones literarias concluyó con la presentación de dos nuevas incursiones en los límites sin fronteras del género más o menos negro. La editora Mayda Bustamante acompañó a su joven descubrimiento literario, José Vázquez, en la presentación de su primera novela, con título casi de canción de Pimpinela o película de Almodóvar: Si no te veo en 25 horas me muero (Huso), thriller repleto de sensibilidad del nuevo milenio, carta de amor al cine español, desarrollado en tiempo real, con papel importante para las redes sociales, homenaje a los premios Goya, protagonista femenina en abierto desafío a la belleza normativa, escena poscréditos (quédense hasta el final), feminista y con toque de crítica social, que su autor, que hizo también profesión de fe en el asturianu y en las virtudes de Asturias paraíso cultural, definió en pocas palabras así: «Suspense, cine, mujer, personaje secundario, social». Con un poquito también de drogas, que algo dicen que hay en el mundo del cine español (hablo de oídas, qué sabré yo de esas cosas), una protagonista llamada Lisa Kelly y sorpresa final que no me atrevo a sospechar, ya están tardando en hacer la película.
Menos siglo XXI, pero quizá más intrigante todavía, Juan Bolea presentó la novela ganadora del Premio Paco Camarasa, que otorga una suerte de confederación al alimón de festivales negros españoles (de Salamanca a Getafe, pasando por Aragón, Barcelona, Gijón y algunos más) en homenaje y recuerdo al llorado librero de igual nombre, amante del género por excelencia, Herencias colaterales (Alrevés), de Lluís Llort, periodista que iba para rock’n roll star pero que ante su sordera de un oído en lugar de poner empeño en convertirse en Beethoven del rock prefirió pasarse a la literatura, con tan buen tino que no para de ganar parabienes críticos, primero en Cataluña y ahora en todo el territorio nacional, como ocurre con esta su nueva novela negra, peculiar, original y de estilo tan contundente como casi clínico, en palabras siempre elogiosas de Bolea, que narra la extraña historia (como toda historia extraña basada en hechos reales) de un abogado y una anciana, su peculiar acuerdo económico (a cambio de pagarle una pensión mensual vitalicia, el estupendo piso de la mujer en pleno centro de Barcelona pasará a ser de propiedad del abogado. Teniendo en cuenta que Francesca tiene ya prácticamente ochenta años, el negocio es, casi, seguro… O no) y las consecuencias tragicómicas y negrocriminales que acabarán resultando de este. Se nos ocurren pocas maneras mejores de acabar la noche AQ: empapados de lluvia y buenas lecturas negras.