Espacio AQ
Jesús Palacios y Rakel Suárez
2023-07-10
Si algo nos gusta del Espacio AQ es que está siempre abierto al Caos. El Caos reptante, creativo, inesperado, como el que rodeó gozosamente el inicio de la jornada de ayer. Pero claro, cuando una mesa redonda lleva por título Cultura y sociedad, cualquier cosa es posible. Por ejemplo, que no solo estuvieran presentes en la mesa los participantes previamente anunciados, el galardonado poeta, periodista y activista José Daniel Espejo; la veterana guionista y escritora Lola Salvador, verdadero pedazo vivo de la historia del cine y el audiovisual español; y el director teatral, realizador cinematográfico y documentalista Joaquín Lisón, sino también de forma sorpresiva pero no sorprendente, el documentalista Javier Espada, conocido por su pasión y obsesión con Buñuel, quien estando disimuladamente entre el público fue descubierto e invitado por los ponentes a sumarse a la palestra. Pero el Caos no había hecho más que empezar, porque con el talante abierto, inclusivo y democrático que caracteriza las actividades de AQ, pronto se abrió el debate al público, con la imprevista participación de un espectador que se extendió quizá demasiado en la exposición de sus ideas, y al que rápidamente se sumó otro con tono un tanto faltoso, interpelando a los intervinientes de forma harto descortés y haciendo que, por unos instantes, peligrara la buena armonía y cordialidad del evento. Por fortuna, Lola Salvador, demostrando que sin duda la experiencia es un grado y que en otras más gordas se ha visto, supo poner freno a un Caos que empezaba a pasar ya de castaño a oscuro, conduciendo de nuevo las aguas semaneras a su cauce. Eso sí, la conclusión del debate no fue ni demasiado sorprendente ni optimista: la cultura, el arte y el espectáculo son, sí, necesarios para la sociedad, pero no debemos tampoco hacernos demasiadas ilusiones en torno a que puedan llegar a cambiar esta tanto como nos gustaría.
Pero si hay un agente del Caos al que llevábamos una década echando en falta en la SN, ese fue el protagonista del segundo encuentro de ayer: el mexicano Miguel Cane. Periodista, escritor, crítico de cine, cinéfilo y cinéfago impenitente y de saber enciclopédico (véase y léase su Pequeño diccionario de cinema para mitómanos amateurs, que publicara Impedimenta), este siempre locuaz, ingenioso, apasionado y divertido orador, que habitó entre nosotros entre 2007 y 2013, trabajando para la SN y el Festival Internacional de Cine de Gijón, nos trajo ahora su novela Corazón caníbal (Alrevés). Todo un ejercicio de gótico fronterizo, en el doble sentido del término: por transcurrir su angustiosa, romántica y siniestra historia entre Texas y México y por construirse como una intriga clásica en la estela gótica de escritoras como Daphne du Maurier, Shirley Jackson, Patricia Highsmith, Vera Caspary o Joyce CarolOates, con un toque de true crime. La peripecia de Claudia Castañeda, joven mexicana en Estados Unidos, recién casada con el enigmático y sospechoso ranchero James Blaisdel, enfrentada a la desaparición inesperada de su esposo, a la hostilidad de su elegante y gélida suegra y a un oscuro armario lleno de secretos familiares, remite, como él mismo ilustró con ardor, a la Rebeca tanto de Hitchcock como de su autora original, la gran Daphne du Maurier, mientras la atmósfera de amenaza enrarecida propia del escenario tex-mex lo hace en parte a la obra maestra de Orson Welles, Sed de mal. Lo único que ha perdido Miguel Cane en el tiempo transcurrido desde que nos dejara para volver a su país son algunos kilos de más, pues sigue siendo dueño de un verbo florido y bien humorado así como de una frívola sapiencia, deudora a partes desiguales de Capote y Boris Izaguirre, que consiguió llenar la carpa a reventar, sabiendo hacer muy apetitosa su obra, novela que se suma a la nueva ola de gótico mexicano que nos invade gozosamente. ¡Cómo nos gustaría que Miguel se quedara de nuevo en Gijón!
Y del gótico azteca a la ucronía vallekana (yo la escribo así, con k, de Rakel), de la mano de la presentación, a cargo del siempre granítico e irónico Alejandro Gallo, de la primera novela del periodista y activista social, amén de concejal del Grupo Municipal de Más Madrid, anteriormente presidente de las Juntas Municipales de Puente de Vallecas y Villa de Vallecas, entre otros muchos cargos, Paco Pérez, quien con El día que nos invadió Portugal (La Esquina del Zorro) ha querido ajustar cuentas, por así decir, con los políticos irresponsables culpables de una gestión de la reciente y trágica pandemia que costó muchas más vidas de las necesarias, así como coartó los derechos y libertades individuales de muchos ciudadanos. Entre el reportaje periodístico, retrato realista y negro del confinamiento en Vallekas, y la ucronía no menos negra, Pérez no solo revisa y denuncia los errores y abusos de un pasado todavía muy reciente, sino que especula también, sirviéndose como protagonista de una joven e idealista periodista de Eldiario.es, con lo que podría haber pasado si China hubiera padecido una nueva ola que afectara el abastecimiento de material sanitario (esas mascarillas estafadas por algún que otro político madrileño…) o en Estados Unidos se hubiera desatado una explosión de violencia racial. Al final, sin excluir la metaliteratura (con guiños a algún personaje creado por su presentador Alejandro Gallo), se trata sobre todo de un «pequeño ajuste de cuentas» con los políticos populistas nacionales e internacionales, a algunos de los cuales se puede cesar y hasta apiolar en la ficción mucho más fácilmente que en la realidad. Aunque en principio no era exactamente su intención, no tardaron en decirle los amigos que había escrito una «novela negra», con lo que, encantado, tiene ya una segunda a punto de caramelo, que no llegó a tiempo a esta Semana por los pelos y que nos llevará en tren desde China hasta Vallekas (¿dónde si no?).
De vuelta ahora al gótico, pero esta vez no al gótico exótico, sino al de una Asturias profunda y oscura, entre la realidad y la ficción, gracias a la talentosa periodista y escritora gijonesa Carolina Sarmiento, sin duda una de las revelaciones de la última literatura asturiana de género(s) fantástico, negro y extraño (o weird, como dicen los jípsters). Tras su poemario Ikiru (Gravitaciones), su libro de relatos Animales urticantes y su primera novela Tarada, la redactora de TPA Noticias pero, sobre todo y ante todo, como dejó bien claro a su presentadora, Pilar Sánchez Vicente, escritora, nos sorprende ahora con Vrësno, publicado como sus anteriores trabajos narrativos por la exquisita Pez de Plata. Una historia angustiosa, de obsesión, fascinación y terror a la Naturaleza desatada, donde la leyenda se funde y confunde con la realidad, buscando voluntariamente la ambigüedad y la metáfora, jugando con los géneros: terror psicológico, novela negra, fantasía oscura, lirismo… Porque, como señaló Sánchez Vicente, pese al dulce aspecto de su autora, Vrësno es un viaje al lado oscuro, que a veces asusta más por lo que no dice que por lo que cuenta, por lo que insinúa que por lo que nos muestra. Una familia digamos que disfuncional, voluntariamente aislada en la montaña, rodeada de vecinos sospechosamente amables, protagoniza esta fábula inquietante, narrada en primera persona por su protagonista, Stanis, cantautora que utiliza su música y letras para exorcizar sus miedos y advertir sobre la extraña y trágica realidad que se esconde en la montaña y su leyenda. El leitmotiv musical da a Carolina Sarmiento la oportunidad de experimentar con una prosa no menos musical, que emula las tonalidades, atmósferas y melodías de sus cantantes favoritos, Nick Drake o Nacho Vegas, llegando a afirmar que, en cierto modo, «Vrësno es la canción Lucha de gigantes de Antonio Vega». Con ecos de un Deliverance en clave familiar, construyendo una geografía mítica inventada pero de aires inequívocamente astures, Vrësno no trae lista de Spotify incorporada, pero a cambio promete poéticos escalofríos de belleza y de pavor.
La cosa se fue poniendo cada vez más negra, cuando el imponente Juez Dredd, digo José Manuel Estébanez (a veces los confundo) introdujo a continuación a un variopinto grupo no del todo salvaje de escritores de novela negra nacional, tanto veteranos como casi noveles, para hablar ni más ni menos que de El Barrio como escenario, figura literaria y personaje esencial de la narrativa negrocriminal, con la mesa redonda Los barrios en la novela negra española. El semanero de pro Paco Gómez Escribano, Paco Pérez, él prófugo ovetense Francisco Bescós y el periodista, politólogo y activista madrileño Ignacio Marín, conducidos con mano experta por Estébanez, expusieron sus visiones personales del tema, a veces concomitantes a veces menos comitantes e incluso a veces muy distantes. Paco Gómez Escribano, cronista noir de Canillejas, evocó los orígenes de su barrio, entre hogueras, barrizales, bares y billares, como escenario ideal para el relato negro, que él contempla siempre desde la mirada del criminal, el perdedor y el fuera de la ley, en la tradición de la crook story. No solo no le molesta no sacar nunca o casi nunca sus novelas de su barrio, sino que se preguntó con no poca sorna y marcado acento castizo qué hubiera pasado si algún gafapasta le hubiera dicho a Chester Himes que sacara a su personajes de Harlem. Reconoció, claro, que mantiene una relación de amor/odio con su barrio, así como que este le marcó para convertirse en escritor de novela negra, que no era precisamente su idea original. Rechazó la idea de que escribir siempre sobre su barrio le limitara, pues cada novela es una aventura nueva y lo que ocurre en Canillejas puede, al fin y al cabo, ocurrir en cualquier parte del mundo, si das a tus personajes e historias significado universal. Por su parte, Paco Pérez recordó la obsesión del maestro Montalbán por el barrio barcelonés de El Raval, al que siempre vuelve Carvalho, una y otra vez. Pero advirtió que no solo los llamados barrios bajos, el extrarradio y la ciudad dormitorio son escenarios para el crimen, recordando con ironía como en Somosaguas tuvo lugar el sangriento asesinato de los marqueses de Urquijo o tenía su guarida Ruiz Mateos, mientras en Pozuelo acaban de asaltar pistola en mano a Tamara Falcó o en el barrio de Salamanca tuvo uno de sus actos principales el escándalo Bárcenas. Vamos, que los ricos también matan. A Francisco Bescós, que de Oviedo marchó ufano a Navarra, situando sus novelas en la pequeña ciudad (casi un barrio, vino a decir) de Calahorra y ahora está afincado en Madrid, no le gusta lo que llamó el «thriller turístico», esas novelas como El Código Da Vinci que te llevan de ciudad en ciudad casi más como folleto turístico que como auténtica literatura. Eso sí, destacó que si en los barrios de las grandes urbes cuecen habas, en ciudades pequeñas como Calahorra a calderadas. En cuanto a Ignacio Marín, en cierta complicidad con Paco Pérez, ahondó y abundó en la vida criminal y no tan criminal de Vallekas, barrio que carga injustamente con un sambenito de delincuencia, droga y peligrosidad social que quienes en él viven saben tiene más de leyenda negra que de realidad. Quiso así también poner una nota positiva y optimista, al afirmar que para él la novela negra no es solo novela criminal, sino literatura militante, que debe abogar por la transformación social. Yo sinceramente, será porque soy satánico y de Carabanchel, pero el único de barrio, barrio, pero de barrio barrio de verdá de la buena, de toa la vida, me pareció Paco Gómez Escribano, me perdonen los demás, pero me mola mazo. Ya saben, se puede sacar al escritor del barrio, pero no al barrio del escritor.
Y como está dicho que lo que nace del Caos ha de volver al Caos, cuando creíamos que Ignacio Marín nos iba a presentar a su vez, de nuevo junto al Gallo favorito de nuestro corral, su novela negra vallekana, Edificio España (Atrapasueños), pues resulta que apareció de golpe y porrazo Ángel de la Calle intentando hacernos creer que se había transformado mágicamente en el joven escritor madrileño. Por supuesto, en vistas de que el engaño no colaba, pasó a declamar con voz de actor radiofónico de antaño el argumento entero del libro, según figura en su contracubierta. Sólo le faltó acabar diciendo «¡La Sombra lo sabe!», pero mientras Gallo evocaba que el mismo año en que transcurre la novela fue ganador de la liga el Atlético de Madrid, se materializaba de nuevo Ignacio Marín, a quien creíamos secuestrado por algún oscuro grupo ultraderechista y ejecutado a orillas del Piles, pero que en realidad venía solo de mexar. Así pudo comenzar ya la presentación de su novela, situada como en 1973, en la que los crímenes aparentemente sin sentido de unas jóvenes camareras de origen humilde, investigados por el subinspector Eugenio Martín (sin relación con el Transiberiano, guiño cinéfago), con ayuda del sindicalista Paco Ayuso, resultarán estar relacionados con un secreto capaz de poner en peligro la continuidad de la dictadura franquista. Edificio España, aunque centrada en el Vallekas de los setenta, es una metáfora de toda España, una denuncia del olvidado Madrid obrero y una reivindicación de su lucha. Aunque su trama policíaca está llena de acción e intriga, también ha querido su autor que sea sobre todo una novela alegre, dura pero optimista, que ensalza la lucha social y vecinal. Y después de Vallekas, le llegará el turno a la especulación inmobiliaria y turística en Benisa (Alicante), donde precisamente está enterrado, el mismísimo Chester Himes. Pero esa, ya es otra histeria, digo historia. ¡Viva el Caos!