Espacio AQ
Jesús Palacios y Rakel S. H.
2022-07-13
¿Qué tienen en común las matemáticas y la novela negra? Por lo pronto y sirviendo de precedente, haber estado presentes y bien presentes en la loca jornada de A Quemarropa el día de ayer. Y es que tan transgresora como la Semana Negra y las propias ¡Transgresoras! que son ya parte insustituible de su tejido cultural y festivo, fue la primera protagonista de la tarde, Sofía Kovaleskaya, la prodigiosa matemática rusa descendiente por un lado de gitanos y por otro del mismísimo Matías Corvino, rey de Hungría. Su singular y pionero papel como una de las escasas mujeres de finales del siglo XIX dedicadas al estudio, la investigación y la enseñanza de las matemáticas fue expuesto con docto, erudito pero atractivo verbo por la profesora y matemática Marta Macho Stadler. Tras ser introducida brevemente por la siempre agradecida Lourdes Pérez González, la prestigiosa y premiada divulgadora científica bilbaína nos sumergió en la agitada y difícil existencia de una joven atractiva, de buena familia, posición y cultura, que se arriesgó a las burlas, los insultos y el desprecio de la sociedad machista de su tiempo, perseverando en su empeño hasta conseguir doctorarse e impartir clases en la Universidad de Estocolmo, entre otras instituciones. Socialista convencida, luchadora por la igualdad, amiga de intelectuales, artistas y escritores como Dostoyevski, George Eliot (es decir: Mary Ann Evans) o Herbert Spencer entre otros, hoy es celebrada justamente con premios, días dedicados a su memoria e incluso un cráter lunar y un asteroide (fue también gran aficionada y conocedora de la astronomía) que llevan su nombre.
Y como de la ciencia a la ciencia-ficción no media más que una palabra, a continuación recibimos al avilesino Rubén Pérez Zamanillo, también matemático y más aún: presidente de la Sociedad Matemática Asturiana, que se trajo consigo, sin embargo, un thriller futurista, pero de los de futuro muy, pero que muy lejano. Presentada por Belarmino Corte en un alarde expositivo que dejó poco tiempo al propio autor para hablarnos de su novela, El mosaico de Cueli (Camelot) es un misterio criminal que se sitúa en el Xixón del siglo LXI, parcialmente sumergido por los efectos del ya lejano cambio climático, de tintes dictatoriales pero no del todo distópicos, puesto que las cosas son como son y hace mucho tiempo que la catástrofe pasó. O sea: una distopía cotidiana y asumida, no tan distinta de esta en que vivimos, aunque bastante menos hipócrita y desde luego más divertida: las familias son polisexuales, los coches vuelan y todas las drogas son legales. En tal escenario postapocalíptico se desarrolla la investigación de un enrevesado asesinato, que sirve a Zamanillo para transmitir la idea de que los seres humanos somos muy parecidos y más o menos igual de cabroncetes, estemos en el siglo XV, XX o XXI, y que muy poco han cambiado las cosas en nuestros violentos genes e instintos desde que el último neandertal recibió el golpe de gracia del primer Homo sapiens. Irónica reflexión que vino pintiparada para recibir la siguiente presentación, negra como el betún, perdón, como el petróleo.
Porque, irónica referencia al clásico de Hammett aparte, Cosecha negra del veterano escritor, periodista y cronista cultural madrileño Víctor Claudín, es una suerte de thriller más político que policial, donde se retratan en clave de novela de suspense los sucios mecanismos que las empresas petroleras multinacionales manejan con la protección y connivencia de gobiernos, tanto africanos como occidentales, amén de servicios secretos como la CIA. Intereses económicos que pasan como una apisonadora por encima de derechos humanos, justicia o legalidad alguna, entrelazándose con terrorismo real y de estado, mentiras arriesgadas y corrupción generalizada. Publicada por Cosecha Negra Ediciones, y presentada por Alfonso González Calero con sobrada profusión de elogios, se trata en realidad de una reedición de la novela que Claudín escribiera hace ya tiempo, a partir de un guion cinematográfico de Óscar Plasencia, que nunca se llegó a realizar.
Volviendo sobre nuestros pasos perdidos, dejamos tanta oscuridad y negrura para recuperar el espíritu más lúdico y divertido de las matemáticas, que pese a la mala fama de que gozan son en gran medida un delicioso instrumento de delirio literario y creativo, como bien sabía el Reverendo Charles Dogson. Regresó así Marta Macho, presentada por Marisa Serrano, para darnos una clase magistral, acompañada de imágenes y fragmentos poéticos y narrativos, dentro del marco del Aula SN en colaboración con la Universidad de Oviedo, que, bajo el título Cuentas y cuentos. Matemáticas y literatura y siguiendo a grandes rasgos su libro de (casi) el mismo título, Matemáticas y literatura (Catarata), realizó ese milagro que llamaban antes «enseñar divirtiendo». Arte que, nos tememos, está en vías de extinción. La profesora de la Universidad del País Vasco mostró y demostró la cercanía entre artefactos literarios tan diversos y distintos como «El escarabajo de oro» de Edgar Allan Poe o la novela El planeta de los simios de Pierre Boulle (que no la película), donde el lenguaje matemático cumple un papel fundamental, tanto en forma como en contenido. Juegos matemático-literarios, donde palabras, números y conceptos se entretejen en alegre algarabía, solo aparentemente caótica pero en realidad perfectamente lógica y ordenada, como en las obras de George Perec, Raymond Quenau y el resto del OuLipo; referencias a escritoras actuales amigas de la Semana, como la fabuladora Sofía Rhei, desfilaron por la pantalla y el discurso de Marta Macho, quien supo contagiar su entusiasmo y pasión a todos los asistentes, incluso cuando algunos borricos como los arriba firmantes no entendíamos del todo sus ecuaciones lingüísticas y literarias. ¡Ay! Si nos hubieran enseñado así matemáticas en el colegio…
Pero lo negro no puede permanecer demasiado tiempo ausente, para bien o para mal, del Espacio AQ, y… ¿qué puede ser más negro que la guerra? Vanessa Izquierdo introdujo a uno de los muchos autores del libro coral Pacifistas en acción: desmilitarizar, desarmar, pacificar (Icaria), Diego Checa Hidalgo, para que este, a su vez, explicara cómo el fantasma del militarismo y la militarización de la sociedad se encuentra cada vez más y más fortalecido, no solo (que también) gracias al trágico conflicto actual que representa la invasión de Ucrania, removiendo las ansias bélicas y belicistas de Europa, la OTAN y nuestro propio país, sino, sobre todo, a la mal disimulada ausencia de un debate público, abierto y democrático sobre el papel real de las fuerzas armadas, los espacios militarizados y las celebraciones militaristas que tienen lugar en España, con el dinero de todos sus contribuyentes. En momentos en los que la sanidad pública, por ejemplo, se enfrenta a gravísimas carencias, en los que el enemigo más mortífero ha sido y puede volver a ser un virus de consecuencias nefastas desde todos los puntos de vista, nuestro gobierno sigue invirtiendo cantidades astronómicas en el Ministerio de Defensa, pero también en otros proyectos armamentísticos que se salen de sus competencias, disimulando así el gasto excesivo en el ámbito militar. Cuatrocientos treinta y seis euros por persona de nuestros impuestos se destinan a gasto militar, sin que exista la opción de marcar otra casilla. Las bases como Rota o Morón, los festivales aéreos como el que en breve y como todos los años inundará de sonido y furia los cielos de Gijón, los desfiles militares y ferias de armamento, suponen gastos millonarios e invasión de espacios públicos de cuya gestión no es nunca informado el ciudadano. Las plataformas antimilitaristas de ciudades como Madrid o Gijón, pero también el tejido que conforman a nivel nacional y hasta internacional, que hemos visto actuar en la medida de sus posibilidades en la reciente cumbre de la OTAN madrileña, piden algo más realista e inmediato que acabar con la guerra o con las guerras. Piden que el ciudadano tenga información y pueda participar con su opinión de un debate antimilitarista que ha sido y está siendo invisibilizado de forma fehaciente por los poderes fácticos y políticos de nuestro estado, teóricamente democrático y de derecho. Difícil nos lo ponen Rusia y la OTAN, desde luego.
Por fortuna, menos dramático fue el punto final que a la jornada pusieron un grupo de habituales ya poco o nada sospechosos, más bien culpables: las escritoras Empar Fernández y Marta Sanz y los autores Jordi Ledesma y Santiago Álvarez, pastoreados, según sus propias palabras, por la siempre elegante y profesional Marta Robles, que se constituyeron en mesa redonda para discutir, ni más ni menos, sobre ¿Qué diablos debe contar la novela negra de hoy? Lo cierto es que discutir, lo que se dice discutir, no discutieron demasiado, pues salvo algunos lógicos matices, todos y todas coincidieron en que la novela negra actual debe ser social y comprometida tanto política como literariamente, en fondo y forma (Marta Sanz), pero quizá con cierta sutileza y sin pontificar (Empar Fernández). Puede contar cualquier cosa que al autor le preocupe profundamente, siempre que sea concerniente al lado oscuro (Santiago Álvarez) y no necesariamente tiene por qué ser estrictamente policial (José Ledesma). Entre unos y otras se citó a Cervantes, invocando Rinconete y Cortadillo y por ende la novela picaresca como antepasada directa del género (José Ledesma); a Aristóteles y Oscar Wilde por aquello de si el arte imita la vida o la vida imita el arte (Santiago Álvarez), a Franco (y no me refiero a Jess Franco, por supuesto), Cuando Harry encontró a Sally y al llorado Rafa Chirbes, leninista proustiano (Ana Sanz). De Hammett, Chandler o Patricia Highsmith; de Manchette, Ruth Rendell o Léo Malet, nada, apenas si asomó Simenon (Marta Robles), todos y todas, al parecer, cosa ya de un pasado lejano y muerto.
El presente y el futuro pertenecen, a juicio de los protagonistas de la mesa, a una novela negra que habla de todo lo que a su autor le peta, siempre que sea desde el compromiso. Donde puede que no haya policía ni crimen, siempre que contemple y denuncie la violencia, individual o colectiva, personal o sistémica. Una novela comprometida además con la innovación literaria y el lenguaje, al tiempo que con la realidad y la sociedad… ¿Serán también novela negra La familia de Pascual Duarte, El Jarama, Nada o ya puestos La regenta, novelas todas que hablan del lado oscuro de la sociedad y el individuo, comprometidas con la realidad y el lenguaje, amén de obras que denuncian la violencia política, social y religiosa de su tiempo, cada una a su manera? Habrá que repensarlo.
Nos fuimos con la incómoda sensación de que cada vez nos iba a resultar más complicado diferenciar una novela social realista (que a lo mejor ya nadie escribe, porque añadiéndole el negro vende más) de una novela negra social y realista (que todo el mundo escribe porque es la novela social del siglo XXI). Eso sí: los futuros historiadores del género lo van a tener mucho, pero que mucho más negro todavía. Peor para ellos.