Los hachazos que dan las palabras
2024-07-09
Cosas hermosas se mueven en Asturias. Con ello no nos referimos solamente a la Semana Negra, que también, sino al hecho de que una novela tan bella como Sapukái, del argentino Guillermo Roz, haya sido editada por la gijonesa Hoja de Lata. Los presentó ayer, en la Carpa del Encuentro, Miguel Barrero. La novela, basada en la explotación maderera de un bosque de quebrachos en el Chaco, Corrientes o Santa Fé, al norte de Argentina y no muy lejos del Amazonas, donde trabajó un bisabuelo del autor para una empresa de capital inglés, tiene ecos de realismo mágico; de picaresca; toques negros y, sobre todo, sentido de la Historia y del compromiso. Aquellas empresas se quedaron «con los bosques de quebrachos más grandes del mundo, bajo la forma de la recolonización», denunció el autor. «Generaron un estado dentro del estado: instauran su ferrocarril, su moneda, y dieron como compensación al trabajador, al hachero, una casa con luz o con gas; y unas proveidurías de comida también regentadas por el inglés». Un ciclo perverso contra el que se revelará Sapukái.
No piensen, con ello, que nos encontramos ante un mítin. No. Reconoce Roz que «la literatura siempre es política«, pero lo suyo es lo nuestro: contarlo y leer lo que nos cuentan. «Yo lo que quiero es jugar con la palabra tal que, como decía Kafka, te pueda dar un hachazo». Lo consigue, hágannos caso. Si aún no lo saben, lo sabrán cuando tengan la suerte de estar frente a frente con el valiente Sapukái.
Pero antes de todo eso, la jornada en la Carpa del Encuentro había empezado con un susto importante. Luis Artigue, serísimo, le dijo al personal que las autoridades policiales acababan de encontrar el cadáver de una mujer con evidentes signos de tortura y que pedían la colaboración ciudadana para identificarla. Había trampa: ese es el inicio de Muerte en la ría, de Javier Sagastiberri, y la acción, en realidad, transcurre en Bilbao, no en la Semana Negra. La obra, una deliciosa txapela noir (en la Carpa de las Culturas andábamos queriendo abolir el género… literario, y en la del Encuentro creábamos nuevos géneros: así somos, imprevisibles) es la segunda entrega de las ertzainas Ana Larburu e Idoia Sagarduy, que se estrenaron Muerte en el Carlton. Solo una cosa diferencia a Sagastiberri de Agatha Christie, con quien se atrevió a comparar al inspector de Hacienda (esa es la profesión del autor) Luis Artigue: aquí, el lector conoce también los sentimientos y las motivaciones del asesino.
«Siempre cojo mujeres; parece que está de moda, pero yo lo empecé a hacer hace diez años», explicó Sagastiberri sobre la génesis de Idoia y Ana. La obra, «patriarcal total» en palabras de Artigue, gira en torno, además, al asesinato de quien resulta ser una abogada especializada en violencia de género. ¿Hay reivindicación feminista en los libros de Sagastiberri? Ese asunto lo dejamos a criterio del lector que, así, se anima a hacerse con una novela que merece la pena abordar.
Alejandro Fernández, director de la Fundación Federico Engels, dio paso al representante del Colectivo Las Seis de la Suiza antes de iniciarse la presentación de DGS. El palacio del terror franquista, de Pablo Alcántara. El colectivo, presente desde el primer día en la Semana Negra (tienen puesto al lado de la Carpa de las Culturas, se les reconoce por el color naranja y allí les explicarán lo que sucede), tiene mucho que ver con aquellos represaliados que en su investigación ha abordado Alcántara, historiador ya con un importante bagaje a pesar de su juventud. Nos habla ahora del siniestro edificio que fuera, desde 1918, sede del Ministerio de la Gobernación. Allí sucedieron muchas (demasiadas) cosas. «Como el río rojo de la historia de la clase obrera, hay un libro rojo de la represión», afirmó Alcántara, que recurre a gran número de fuentes primarias para «reconocer lo que allí pasó». Torturas, casos jamás resueltos y, en cualquier caso, la represión continuada de los opositores al franquismo que hoy en día está en vías de olvido.
Hoy nada recuerda en el viejo edificio de la DGS lo que ocurrió allí. Ni una placa ni, por supuesto, la declaración del sitio como lugar de memoria. Deseaba Alcántara, ayer, que su investigación pudiera algún día dar sus frutos para ese reconocimiento que, de momento, ya comienza a ser, al menos, verbal. «Yo tengo la esperanza que con libros como este, por lo menos torturadores como Billy el Niño no murieron como Fraga, que lo hizo siendo calificado de demócrata, sino reconocidos como torturadores». ¿Les confieso un secreto? Nosotros también la tenemos. Por eso Pablo Alcántara es, también, ya un poco parte nuestra.
De nuevo Luis Artigue fue maestro de ceremonias en la Carpa del Encuentro, en esta ocasión para introducir a la uruguaya Mercedes Rosende con Lágrimas de cocodrilo. Tras Mujer equivocada, es ahora un furgón blindado el centro de la acción, por la que Rosende se desenvuelve, según su introductor, como una «gran estilista, acaso una de las mejores estilistas que yo he leído en la novela negra contemporánea». El leonés quiso pensar que detrás de la obra de Rosende están Onetti, Cortázar y hasta una Patricia Highsmith «menos depresiva», pero Rosende le frenó en seco: ella lo que ha intentado hacer, realmente, es «una burla de la novela negra». «Yo misma no era capaz de hablar de temas tan dolorosos, de los problemas del día a día, si no era con humor». Y lo consigue por medio de un «narrador entrometido, que opina todo el tiempo», casi un personaje.
El resultado es una novela negra con mucha acción y una protagonista que enamora, precisamente, por todos sus defectos: envidia, no es especialmente bella, se entretiene siendo una voyeur contemplando el sexo de sus vecinos. «Son pinceladas que después el lector interpretará como quiera». Les invitamos a hacerlo. Lágrimas de cocodrilo es, como definió Artigue, «la belleza de la imperfección».
Uno de los puntos fuertes de la jornada fue la presentación de Melina, de Juan Ramón Lucas. Lo presentó la periodista Patricia Serna, que definió la novela como la más asturiana de todas las de Lucas, no solo por estar ambientada aquí sino por narrar la historia de Melina, personaje inspirado en la madre del autor, Lucrecia. Hija de minero de la revolución del 34, «representa a todas aquellas mujeres que salieron adelante poniendo mucha voluntad, mucha alegría, y buscando los resquicios que los hombres les dejaban», decía Serna. Se trata de una historia de ficción, pero basada en la realidad de tantas mujeres -Lucrecia tiene, ahora, 90 años- formadas en tiempos difíciles pero «empeñadas en ser felices», dijo el autor, parafraseando a Javier Munárriz. Concretamente, en unas memorias redactadas por su madre; «con un comienzo durísimo» entre dos represiones: la que siguió al 34 y la que siguió al 36, y víctima, también, del machismo de su época.
Triplete en la Carpa para Luis Artigue que termina con Jon Arretxe, «un narrador poscolonial, que hace novelas que no están en el canon». Su héroe, Touré, es un antihéroe de Burkina Faso que, en palabras de su autor, es un «superviviente nato» que hará todo lo que sea necesario para poder mandarle dinero a su familia. Con trabajos que no quiere nadie: ladrón de tomates, comisionista de inmobiliaria, segurata de puticlub y luchador de lucha canaria para rematar. Figúrenselo. Arretxe, que reconoció sobrevivir mejor que vivir de la literatura, es también un poco Touré. Por eso le admiramos.
Postales del confinamiento, de Alejandro Meter, comenzó como un juego durante la pandemia: la proyección de imágenes sobre muy distintos fondos, desde el simple suelo hasta basura. Mercedes Rosende, que lo presentó, definió la obra como un libro objeto con 96 imágenes muy distintas, cada una con personalidad y el retrato de un autor diferente. Entre ellos, muchos de novela negra, también Rosende.
El ramo lo pusieron Pablo Batalla y Sergio C. Fanjul, astrofísico contra toda previsión que ahora trabaja en El País y que ha escrito El padre de fuego, una bellísima reflexión sobre la paternidad pero, también, la orfandad, dos experiencias que, como apunta el autor, cada vez se superponen más. «Cuando mi madre murió, mucha gente me decía que me refugiase en mi hija, pero los primeros días me pasaba lo contrario: cuando estaba con ella, sentía esa pena de pensar que mi madre no la vería crecer», reflexionó. En su duelo, la inocencia de Candela, su hija, llegaba a resultar, si no molesta, sí intrusa. Todo eso nos lo contaron, en animado conversatorio, Fanjul y Batalla, padres ambos sin temor a reflexionar sobre ello. Parece baladí, pero no lo es tanto «Los padres, con esa posición subalterna en el proceso del nacimiento, no nos enteramos tan bien; es un aprendizaje con más retraso que en el caso de las madres». Llegó a plantearse Fanjul, en un momento dado, que el patriarcado había surgido ante el sentimiento de pequeñez de los padres al afrontar esa realidad. ¿Y si así, al menos en parte, hubiera sido? El padre del fuego enseña, sobre todo, a repensarse y anima a la reflexión. Por eso nos gusta tanto.