De la reivindicación al homenaje
Jesús Palacios y Rakel Suárez Hernández
2024-07-09
Tarde de calor, tarde de granizo, tarde de sol, de lluvia, de nubes y claror. Tarde de frilor y lluvisol en una Carpa de AQ repleta de actividad, pasión, reivindicación, solidaridad, literatura y, sobre todo, de música y poesía, el mejor de los remedios para todos nuestros males del día a día.
La reivindicación abrió, precisamente, la jornada, con la mesa redonda dedicada a los muy esforzados diez años de Marchas de la Dignidad, que al calor efervescente, hoy por desgracia algo templado, del Movimiento 15-M llevan ya una década celebrándose contra vientos y mareas, sin cejar en su lucha por mejorar las condiciones laborales y sindicales de los trabajadores. Con la inesperada ausencia de buena parte de los convocados a la mesa, presidieron esta Cándido González Carnero, secretario general de la Corriente Sindical de Izquierda y miembro del Comité de Empresa de Naval Gijón, quien conoce bien en carne propia los riesgos de la lucha sindical, habiendo sido llevado a juicio por denunciar la gestión del astillero gijonés; y Miguel Ángel Fernández, autor del libro 485,2 kilómetros en las Marchas de la Dignidad (Sangar), que recoge el trayecto que él mismo recorrió desde Llangréu, corazón de la Cuenca Minera asturiana, hasta Madrid acompañando la primera e histórica Marcha del 22M.
Junto a ellos, supliendo con energía, pasión y justa indignación el vacío de los compañeros ausentes, se subieron al estrado la cantante y activista Laura Chao, una de las seis personas escandalosamente condenadas por apoyar la campaña contra los dueños de La Suiza en defensa de sus trabajadoras despedidas, y Silvia Salamanca, también portavoz de las Marchas de la Dignidad, conocida por su defensa tanto de los trabajadores como del derecho al activismo sindical.
Con la sombra de “Las seis de La Suiza” planeando constantemente sobre la mesa, quedó claro que a pesar de un retroceso tan inesperado como indeseable, que podría mover al pesimismo al comprobar que a pesar de las esperanzas nacidas con el Movimiento 15M y las Marchas de la Dignidad, España se encuentra en una situación respecto a los derechos del trabajador quizá peor de la que tuviera hace diez años, hay que seguir luchando si cabe, precisamente, con más empeño, revalorizando y defendiendo el derecho al activismo sindical por encima de cualquier diferencia particular y aunando esfuerzos de todos los sectores laborales. Mostrando su total repulsa por la “ley mordaza” y por unos tribunales secuestrados políticamente, que parecen obedecer solo a los intereses empresariales, la conclusión fue que, pase lo que pase y pese a quien pese, las Marchas deben continuar.
A continuación, tuvo lugar una clase magistral a cargo de María Gómez Martín, de la Universidad de Cádiz, Doctora por la Universidad de Oviedo y profesora especializada en Historia e Instituciones Económicas, quien, tras ser presentada por la que fuera su profesora, María del Carmen Alfonso García, Doctora en Filología Hispánica por la misma Universidad de Oviedo y Profesora titular de Literatura Española en el Departamento de Filología Española de esta, procedió a ilustrarnos, literalmente y con la prestosa ayuda de imágenes ad hoc, acerca del apasionante tema La novela histórica, ¿forja de la nación?, que tan de cerca toca a la Semana Negra, con su premio Espartaco y su inveterado entusiasmo por la literatura de tema histórico.
Siguiendo en líneas generales el planteamiento de su libro Imaginación, género y poder: Una lectura crítica del relato mítico nacional español a través de la literatura histórica (1840-1940) (Deméter), basado en su tesis doctoral, María Gómez Martín nos sumergió en la construcción cultural del concepto de Estado y de nación a lo largo del siglo XIX y hasta su consolidación a mediados del XX, a través en buena medida del relato contenido y sostenido por determinados discursos novelísticos, donde la ficción de la literatura histórica contribuyó, a menudo de forma interesada, en la formulación y consolidación de identidades colectivas, nacionales y de género, haciendo especial hincapié en la incidencia de determinados personajes femeninos, tanto de ficción como reales, y su representación literaria, como ocurre, por ejemplo en el caso de La viuda de Padilla (1812) de Francisco Martínez de la Rosa.
Comenzando con un breve panorama general para llegar al caso particular del Estado español, Gómez Martín ilustró este proceso con ejemplos que, partiendo de la inauguración del género por parte del escocés Walter Scott con su Waverley (1814) pasaron por antecedentes hispanos como El Rodrigo (1793) de Pedro Montengón o el Pelayo (1805) de Manuel José Quintana, para llegar a su consolidación con Los Bandos de Castilla o el Caballero del Cisne (1830) de Ramón López Soler o con clásicos del Romanticismo como El doncel de Don Enrique el Doliente (1834) de Larra, sin olvidar autoras como Gertrudis Gómez de Avellaneda y, sobre todo, Carlota Cobo, hija de la mismísima Agustina de Aragón. Conclusión: no es la Historia quien hace la novela, sino la novela la que pretende y a veces consigue hacer la Historia a su imagen y semejanza, aunque a menudo se convierta más que en Historia en pura histeria.
Terminada la lección, llegó el turno del momento más esperado de la tarde: el homenaje al gran Antonio Machado de manos de la artista e ilustradora Leticia Ruifernández, tomando como punto de partida su exquisito libro Yo voy soñando caminos (Nórdica), donde sus luminosas acuarelas de impronta impresionista ilustran algunos de los mejores poemas del poeta sevillano, seleccionados y prologados por Antonio Rodríguez Almodóvar y con epílogo de Julio Llamazares, quienes por cierto fueran sus guías por tierras machadianas a lo largo de su peregrinar en pos de la sombra egregia del autor de Juan de Mairena.
No contenta con glosar emocionada y erudita la vida, obra, personalidad y genio del poeta, Ruifernández convocó su espíritu a través de un espectáculo multidisciplinar, donde la música de piano y violonchelo tejió un tapiz sonoro de emociones al hilo de poemas y fragmentos recitados, mientras ella los ilustraba de nuevo sobre la marcha, creando en vivo y en directo, ante nuestros asombrados ojos, imágenes de vivos colores capaces de evocar con maestría el peregrinar de Machado por España, desde su Sevilla natal hasta su triste exilio final, pasando por el Madrid de la bohemia. Entre aplausos emotivos en una carpa llena a rebosar, terminó Ruifernández su viaje, dejando tras de sí el aura de triste belleza de una senda poética que ya nunca se ha de volver a pisar.
Y como de homenajes sentidos trataba la cosa, seguimos después con otro gran escritor español, por desgracia mucho menos conocido, aunque justamente reverenciado por quienes amamos la novela policial, que él supo traer a su propio campo (manchego) y aclimatar a su pueblo natal: Tomelloso. Nos referimos, por supuesto, a Francisco García Pavón (1919-1989). El creador de nuestro casi diríamos que primer y más genuino detective nacional, el Jefe de la Policía Local de Tomelloso, conocido como Plinio, fue evocado por dos de los ganadores del premio de novela policíaca que se otorga con su nombre, dentro del marco del Certamen Fiesta de las Letras, en el mismo Tomelloso, y que Pavón contribuyera a fundar en 1944: nuestro brazo largo de la ley, Alejandro Gallo, y el veterano de la novela negra española José Luis Muñoz. Junto a ellos, oficiando en representación de las fuerzas vivas de Tomelloso, estuvo María Inés Losa, concejala de cultura de su Ayuntamiento.
Después de disculpar la ausencia, por motivos de salud, de la hija del escritor, que bien hubiera querido estar allí, Gallo destacó el atrevimiento de Pavón al crear un detective de carácter y escenario netamente español, rural y manchego por más señas, cociendo el puchero de la novela policial con buenos garbanzos del lugar, y recordando que, en cierta medida, el humor y buen uso del costumbrismo con el que su autor condimenta su cocido le convierten en directo heredero de la picaresca, pasado por la impronta de Conan Doyle y su dúo dinámico, Holmes y Watson, aquí reconvertidos en Plinio y su amigo el veterinario Don Lotario, aunque a nosotros se nos da que el policía de Tomelloso tiene algo también del campechano carácter del Maigret de Simenon, quizá mucho más que del metódico y estirado genio de la deducción británico.
Por su parte, Muñoz tomó a Pavón como buen ejemplo de la gran raza de narradores y escritores hoy un tanto olvidados que vivieron, trabajaron y publicaron a lo largo de los años del franquismo, sin por ello cejar en una literatura de enorme altura estilística y, a menudo, de tintes críticos más o menos disimulados. Lo cierto es que quizá sea el haber sido autor de éxito popular y crítico durante la dictadura un factor que, injustamente, ha perjudicado la obra y la memoria de Pavón, por más que títulos como Las hermanas Coloradas, la novela de Plinio que le ganara el Premio Nadal en 1969, no carezca de sutiles elementos que cuestionan tanto el franquismo como la propia Guerra Civil.
Sea como fuere, en una España donde apenas podía existir novela negra —al contrario que en el cine, donde durante los años 50 y 60 florecieron en Madrid y Barcelona sendas escuelas de cine negro policial de influencia tanto americana como neorrealista italiana: Forqué, Rovira Beleta, Ignacio Iquino, Antonio Isasi, Julio Salvador, Nieves Conde, de la Loma, Vajda…—, García Pavón creó más que una simple aclimatación del género a las latitudes manchegas: un genuino arquetipo, a la altura de cualquier personaje carismático internacional, que supo encarnar idealmente en la pequeña pantalla española de antaño el gran Antonio Casal, en la serie que consagrara popularmente al personaje en 1971, con guiones escritos por José Luis Garci.
Sobre antecedentes como los de Emilio Carrere, Joaquín Belda, Fidel Prado, José Mallorquí, López Hipkiss o Noel Clarasó, que tentaron antes el género de misterio y policial ambientándolo a veces en nuestra carpetovetónica península, y al tiempo que Mario Lacruz (que publica El inocente en 1953, mismo año en que aparece “El Quaque”, primer relato de Plinio) o que Tomás Salvador (cuya Cuerda de presos se publica también ese significativo 1953), Pavón va un paso más allá, al convertir a Plinio en personaje habitual de una larga saga, que llegará hasta mediados de los 80.
Para entonces, la nueva novela negra española, que combina la emulación cómplice y algo paródica del hard boiled yanqui con la crítica y el retrato negro social de la España tardofranquista y transitoria, con las obras de Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Jaume Fuster, Juan Madrid, Pedro Casals o Julián Ibáñez, entre otras, con su desencanto, su cinismo y no pequeñas dosis de violencia, erotismo y crónica negra descarnada, entierra voluntaria e involuntariamente el amable policíaco-enigma costumbrista pero bien humorado, irónico pero irresistiblemente simpático de Francisco García Pavón y su Plinio. Hoy, cuando conceptos como el de rural noir, como apuntó Muñoz, o el de cozy mystery, apuntamos nosotros, vuelven a reinar, va a resultar que las historias de Plinio son más modernas de lo que parecían y que urge rescatarlas para las nuevas generaciones, como justamente está haciendo la estupenda editorial Rey Lear con sus magníficas ediciones. Porque García Pavón y su peculiar policía campechano, agudo y tranquilón, no solo pusieron Tomelloso en el mapa de la literatura española e incluso mundial, como bien señaló María Inés Losa, sino que sembraron un terreno apenas desbrozado en el campo de las letras españolas, sobre el que ahora se plantan nuevas semillas que crecen y florecen a veces recibiendo el premio García Pavón… a lo peor sin saber quién era ni haber leído un solo cuento de Plinio. Pero eso, se soluciona rápido en la Semana Negra, oigan.
Y en llegando ya de nuevo, con nocturnidad y alevosía, el tiempo de la poesía, esta jornada A Quemarropa se cerró con los inevitablemente noctámbulos versos de Maru Bernal y Javier Olalde, introducidos en el calor de la noche de nuevo por Alejandro Gallo, poniendo así colofón a una reivindicativa y poética sesión, donde, sin embargo y con perdón, nuestro último verso vuelve a ser para Don Francisco García Pavón.