La gentrificación y el género literario, a debate
2024-07-09
Son de bar y son de barrio, o eso reconocieron ayer (y nosotros les creemos a pies juntillas) Secundino Díaz y Pilar Sánchez Vicente en la presentación de la obra del primero Idus de Marzo. Díaz, hijo de minero, es un ‘playu’ adoptado que clama contra la gentrificación y el conservadurismo. Antes fue un mal estudiante que acabó trabajando en el metal porque de la escritura, arte que cosechaba en la intimidad, en cuartillas, es difícil vivir. El autor, que devino en serlo tras uno de esos golpes terribles de la vida que te empujan a hacer ‘stop’, acabó residiendo en Gijón y teniendo el corazón playu, y también sacando los papeles de la mesita de noche para compartirlos con todos nosotros con la mediación de la editorial Orpheus.
Dice Díaz que su vida no es publicable y, por eso, tiende a la ficción, aunque todos sus personajes tienen trozos de sí mismo. Idus de marzo es la primera entrega del inspector Mario Cuesta, al que, llegados a este punto de la presentación, no tenemos más remedio que asimilar con Secundino: también él regresa al lugar al que pertenece tras un hecho terrible; también ese lugar es Gijón. Una serie de crímenes xenófobos y homófobos pondrá en riesgo la vida del inspector, y no contamos más spoilers que el que ayer nos desveló su autor: que su siguiente entrega transitará a caballo entre Gijón y Langreo, en un viaje al tiempo de sus abuelos. Lo mejor será que el lector, o lectora, comience por disfrutar de Los idus de marzo, según Díaz un «tratado de tolerancia a través de las religiones y de la importancia de las redes sociales ante el auge de la extrema derecha». Todo un descubrimiento quien ya, gracias al ingenio de Sánchez Vicente, conocemos ya como el Dan Brown playu.
Y vive Dios que a veces es difícil serlo. Playu, digo, de cuna o de adopción, en pleno boom de las viviendas turísticas que ha seguido, casi de la mano, a la gentrificación del barrio. Sobre esa problemática gira El malestar de las ciudades, de Jorge Dioni López, presentado a continuación por Sergio C. Fanjul. «Ya no se habla catalán en Cataluña. Si conviertes esto en un parque temático, se habla el idioma de un parque temático», afirmó el autor. Lo mismo ocurre en Praga, en Ámsterdam, en Roma. Ese proceso de extrañamiento, de lo propio, en el que «siempre sale absuelto» el modelo económico que lo promueve, y del que se culpa al TikTok, a la migración -todo se salpica de aporofobia-, pero no a quienes potencian que, por medio de esa unificación ‘trendy’, «la capital de tu país ya sea tuya». Apuntó a la posibilidad que esta realidad sea una de las causas guarecidas tras el auge de determinados nacionalismos.
«La materia prima de España es nuestro propio territorio», se afirma en El malestar de las ciudades. Hete ahí el ‘boom’ de la construcción, del turismo, del advenimiento de la paella como plato ‘typical spanish’ dentro del modelo turístico en vigor desde hace décadas frente al puchero, antaño más común pero menos estético, no tan de postal. Hasta ahí llega una problemática que, más allá de lo frívolo, sirve de parapeto a los más peligrosos discursos políticos de la actualidad. «Si usted deforesta, no puede decir: ¡es que no hay árboles! Oiga: es que ha deforestado usted». Todo eso es «El malestar de las ciudades». Fue brillante. La presentación pasó como un suspiro y, allá afuera, dieron las siete. Se oye el ‘cagamento’ casual de un caminante al pasar. En asturiano. Sigue siendo esta SN un modelo de resistencia, de la cultura que no confronta ni echa al local.
Dieciocho son los condenados relatos que presenta, con la editorial Alrevés, el periodista Carlos Quílez, presentado a las 19 horas por José Manuel Estébanez. Quílez, enfrascado ahora en la grabación de un true crime (no les podemos contar más, so pena de provocar la ira de Estébanez), narra los casos que más le han impactado a lo largo de su larga carrera como cronista de sucesos. El de Emmanuel, jefe de la Mara Salvatruchana, para el que matar es un ‘modus vivendi’, un oficio, o el de Rosa Peral, condenada en firme pero, en opinión de Quílez, manchado su proceso por la ausencia de pruebas. «Solo hubo indicios periféricos. Un conjunto de indicios periféricos pueden construir un todo, pero esta mujer ha ido a la cárcel solo con indicios periféricos. Y la justicia no debe funcionar así».
No es jurista, reconoce, pero algo de experiencia tiene. Hecha a golpes de pluma, de crónicas, de asistir a juicios, a lo largo de décadas de oficio. Otro de los relatos narra el caso de Salvador Puig Antich, último ejecutado por garrote vil en España en un acto de venganza e injusticia que aún hoy impresiona. Quílez tuvo acceso a la documentación original del proceso, y se mostró impactado por la emocionalidad de los días del proceso y las irregularidades jurídicas que le llevaron a la pena capital, algo que nos sitúa, dice Quílez, «en el nivel ético y horroroso del asesino». Camina Quílez, y lo expuso ayer con temor a irascibilidades literarias, entre el periodismo y la ficción, y adelantó que en su siguiente obra volverá a novelar. Por el momento, Condenados relatos es clave para conocer la «historia sentimental de este país», según Estébanez. El autor quiso finalizar el acto de presentación con un homenaje a su madre, recientemente fallecida. Cuando se narra la maldad, la dulzura es necesaria para mantenerse a flote. Y en eso Quílez, ya lo sabíamos de antes, es maestro.
Defiende Carlota Suárez la presencia del humor en la novela negra, y el cielo gijonés debe ser un atribulado purista del género porque, en el momento en el que la gijonesa se sentaba en su puesto de la Carpa de las Culturas, cayó el aguacero universal (e inesperado). Como para estar viviéndolo en la isla del Hierro, el paisaje en el que Suárez ha situado su crimen. «La idea es acotar los personajes e invitar al lector a jugar al Cluedo», no tanto emular un Diez negritos, inemulable por otro lado. Tampoco es intercambiable nuestra querida Carlota Suárez, amiga de esta, también su casa, y madre protectora de sus personajes, a los que confiesa cuidar con denuedo en el proceso de creación de la novela.
En la suya, son dos los fundamentales: la novelista Minerva Novoa, «reina del crimen» dentro de sus particulares círculos literarios, y Andrea Sabugo, que narra la historia: la muerte, en extrañas circunstancias, de un escritor en el Festival Meridiano Cero, celebrado en la isla de Santa Lucía, y en el que coinciden, tensamente, escritores ‘a la clásica’ y toda una hornada de ‘influencers’ súper ventas. Ojo, que ahí se nos abrió otro melón. «Ellos son el pulmón financiero de las editoriales», reconoció Carlota Suárez, compañera de editorial de Paz Padilla. Nos guste o no, «es una realidad y quería arriesgarme a ponerla así». Y hace bien, porque Muerte en el Meridiano, que no es, según su autora, una novela negra al uso, también invita a reflexionar sobre la realidad del sector editorial. «Arrancaría los géneros de cuajo», dijo, ante la incredulidad (fingida, que aquí hay confianza e impera el buen rollo) de Luis Artigue, encargado de presentar a la gijonesa. «Defiendo a muerte esta novela porque rebasa la novela enigma tradicional», dijo Artigue. «Es como si Dostoievsky escribiera una novela en homenaje a Agatha Christie». Ahí es nada.
La segunda parte de la trilogía La urdimbre y la trama, Enemiga mortal de mi descanso, de Marcelo Matas de Álvaro, llegó a continuación. En esta ocasión, Andrés Retamar, su protagonista, llega a la Transición a la democracia en torno al asesinato de una mujer. Matas nos lo narra «con aliteraciones, repeticiones buscadas«, por medio de una novela «muy trabajada» y «que hace al lector goloso, al lector gourmet, relamerse» jugando con los géneros para formar un ‘totum revolutum’ de novela psicológica, histórica, teatro, epístolas y muy diversas voces. Todo ello lo apuntó, antes de darle paso al escritor, David Fueyo. Matas habla de una doble transición: de un lado, la del personaje, adolescente en el momento en que se desarrolla la novela, entre los años 1976 y 1977, y la política. «Es una novela de memoria«, afirmó, hecha de microhistorias que, tejidas en una urdimbre virtuosa, acaban conformando un ejercicio no solo literario, sino también psicológico y de recuperación de nuestra historia reciente. De la de verdad: la que se escribe con minúscula.
Lleno total para el primer encuentro del ciclo Transgresoras, «Mujeres que contravinieron la norma no escrita de no ser protagonistas», organizado junto al Fórum de Política Feminista y que giró sobre Anita Sirgo y las mujeres del carbón. Hablaron las históricas Aida Fuentes Concheso y Luisa Marrón, que recordaron el auge del protagonismo de las mujeres surgido de las huelgonas de las décadas de los 60 y la solidaridad vecinal en tiempos de conflicto político, pero también de unión.
La presentación de TBO Berde contó con un saludo introductorio de Pablo de Soto, director de LABoral Centro de Arte, institución colaboradora con el proyecto Laboratorio Ciudadano, por medio del cual nueve historietistas con diversidad psicosocial aprendieron a serlo a través de doce sesiones de trabajo, hasta obtener diez historias ahora recopiladas en este libro. También introdujo Carol Medina, quien estará también en la SN el jueves 11, presentando El lejano país de los estanques, la obra de Lorenzo Silva que ha ilustrado. Dieron paso a Andrés González, uno de los participantes en el proyecto, que debuta ahora en el mundo del cómic con su historia La oscuridad y el colapso, en la que narra un bloqueo tecnoindustrial por sobrecarga en la red eléctrica.