Corto Maltés: la aventura circular
Yexus
2023-07-10
Corto Maltés es el perpetuo viajero, hijo de un marinero inglés y una hermosa gitana conocida como la Niña de Gibraltar. Y poco podía imaginar que iba a convertirse en un icono del noveno arte, la encarnación de la aventura dibujada y un personaje arrebatador que ha trascendido generaciones y medios. Debutó en La balada del mar salado en 1967, concebido por el veneciano de adopción Hugo Pratt, otro personaje en sí mismo, un hombre de vasta cultura y particular encanto que también fue capaz de construirse una leyenda mediante su obra y su vida. Bautizado como «el maestro de la aventura» por su incondicional Milo Manara, todo su trabajo anterior estuvo encaminado a prefigurar y perfeccionar dicho prototipo de protagonista mediante evocadoras y maravillosas obras, realizadas con guion propio o ajeno. Son títulos como Fort Wheeling, Capitán Cormorant, Ana de la jungla, Ticonderoga o Sargento Kirk, entre otros, ensayos sobresalientes que lograron destilar la esencia de este ciudadano del mundo que vive siempre al límite, se deja arrastrar por sus impulsos y siembra a su paso emociones intensas, amistades y enemistades, misterios por resolver y corazones rotos entre las féminas.
Siempre un poco más lejos
Cosmopolita vocacional, las historias de Corto se desarrollan en episodios de diversa extensión que transcurren a lo largo y ancho del mundo durante las primeras décadas del siglo XX. Su juventud transcurre durante la guerra ruso-japonesa, ejerce como pirata en los mares del Sur, se interna en las junglas sudamericanas, conoce al Barón Rojo en la primera guerra mundial y a los rebeldes separatistas del Sinn Féin; también persigue el oro de los zares en trenes blindados por las estepas siberianas, recorre la Ruta de la Seda y frecuenta las logias masónicas de Venecia. Lo mismo coquetea con la alquimia en Suiza que se sumerge en un Buenos Aires de cuchilleros y tango. Peripecias todas ellas donde no es infrecuente, por cierto, la presencia de elementos esotéricos: puede ser el vudú, la Clavícula de Salomón, las leyendas artúricas o el continente perdido de Mu, por ejemplo.
El marino de Malta es amigo de sus amigos y a menudo abraza las causas perdidas. Su compromiso humanista es evidente pero sutil, ya que por instinto se posiciona frente al prepotente, el explotador, la crueldad o la intransigencia. Aunque si hay algo que funciona como motor de sus aventuras por encima de todo es la búsqueda. Puede ser un tesoro, un objeto místico, una joya, un ideal, una quimera… A veces es casi un juego: como un desafío lúdico o una charada. Y otras constituye realmente un proceso iniciático. ¿La proverbial búsqueda interior?
A pesar del innegable carisma del protagonista, lo cierto es que gran parte del atractivo de la serie recae sobre la rica galería de secundarios; algunos ocasionales y otros recurrentes pero siempre tridimensionales, que son quienes aportan textura humana a la obra. Se trata de personajes de todo tipo de países, culturas y etnias. ¡Tantos recuerdos, tantos nombres! El misterioso Monje, señor de la Isla Escondida; el anciano y alcohólico profesor Steiner; el teniente Slutter, de la marina alemana; o el guerrero dancalo Cush, lúcido pero implacable. También el erudito judío Levy Columbia, el Mayor Jack Tippit, el cangaceiro Tiro Fijo… Por no hablar de Bepi Faliero, Patita de Plata o el argentino Fosforito Ramírez. Y, por supuesto, el canalla de Rasputín, un asesino cínico e imprevisible con quien el protagonista mantiene una amistad inexplicable. Ello además de los personajes reales que entrecruzan sus destinos con el del marinero errante, seres tan singulares y diferenciables como Jack London, el general Ungern-Sternberg, Butch Cassidy, el barón Corvo, Hermann Hesse o el mismísimo Stalin.
¿Y las mujeres en la vida de Corto? Siempre inteligentes y resolutivas, a menudo enamoradas del vagabundo aventurero pero en ocasiones también sus enemigas letales. Más allá del interés sentimental, todas resultan inolvidables y la mayoría son piezas clave en su agitado periplo. Entre ellas, cabría recordar a la adolescente Pandora Groovesnore con su amor platónico, a la activista irlandesa Banshee O’Danahan o a la fría espía Veneciana Stevenson. Sin olvidar a la decadente condesa Marina Seminova, a la misteriosa maga brasileña Boca Dorada, a la guerrillera china Shangai Lil o a la inquietante Hipazia Teone, presunta reencarnación de la filósofa alejandrina.
Un artista irrepetible
El éxito de la serie, el indudable estatus de culto al que se ha visto abocada con el paso de los años por las alabanzas de prestigiosos intelectuales y su traslado a otros medios, es obvio que está ineludiblemente asociado al componente gráfico, aunque el apartado visual haya ido variando con el paso del tiempo, en función de las prioridades expresivas del autor cuando no de su conocido sentido práctico. Su dibujo no es realmente innovador, pero mantiene una impronta indeleble definitivamente singularizada y sugestiva. Lejos del realismo más ortodoxo, su estilo se aproxima más a la línea popularizada por clásicos de la talla de Milton Caniff, Frank Robbins o Will Eisner, aquella que privilegia el juego de luces y sombras basado en el blanco y negro puro para acercarse a un expresionismo sugerente que define atmósferas físicas y emocionales.
Mediante manchas y texturas, el pincel sabio de Pratt era capaz de recrear con toda su fuerza evocadora la inmensidad del mar o los sofocantes desiertos, las selvas amazónicas, el sertão brasileño o los agrestes páramos celtas. Todo el ancho mundo que recorría su inquieto protagonista. Acorde con su propio concepto del personaje y del tipo de aventura que representa, su puesta en escena es bastante tradicional. Se apoya en viñetas cuadradas dispuestas en tiras, sin ningún ánimo de experimentar pero depurando paulatinamente un ritmo narrativo muy fluido y extremadamente eficaz. Por supuesto, siempre con un obsesivo cuidado por la documentación, fruto de la insaciable curiosidad lectora de Pratt y su afán acumulativo de referencias gráficas de todo tipo y procedencia. Aunque su compulsiva necesidad de precisión en la fidelidad histórica y geográfica de la ambientación chocara frontalmente con la libertad y rapidez de su trazo, por lo que prefería delegar en ayudantes más meticulosos la exacta representación de maquinaria, ingeniería o escenarios reales muy reconocibles.
De todas formas, su estilo de dibujo fue cambiando con el paso del tiempo. Se simplificó la complejidad del trazo, disminuyó el número de viñetas por página y progresivamente la línea quedó reducida a lo esencial, cambiando durante los últimos años el dúctil pincel por el simple rotulador hasta dejar claro que el placer de contar historias estaba muy por encima del puro virtuosismo plástico. Aunque bien es cierto que incluso en sus postreros relatos latió siempre el componente onírico, cierta poética de la existencia y algún elemento irrealista que atrapaba al lector. Quizá contribuyera a esta tendencia al minimalismo gráfico, o al menos vino a ser complementaria, la decisión de editar a color sus nuevos álbumes y de recolorear paulatinamente todos los anteriores, de forma que el cromatismo sustituyera a los matices de la línea a la hora de definir profundidades y espacios. Mariolina Pasqualini y Patricia Zanotti fueron dos de las principales responsables de esta operación, siempre supervisadas por el maestro aunque nunca tomara parte en ella, quizás ocupado en gestionar industrialmente su producción o por la creación y desarrollo de nuevas series en paralelo a la de Corto. En cualquier caso, de su capacidad para manejar el color nadie duda: basta con observar sus maravillosas portadas e ilustraciones o sus hermosos bocetos iluminados por acuarelas
¿Una decisión acertada u oportunista? Importa poco, a la postre, considerando que el lector siempre ha tenido disponibles las versiones en color y en blanco y negro de cada título publicado.
En 1988 aparece el último álbum del personaje y, tras firmar otras obras ajenas a la saga, Pratt fallece en 1995 a los sesenta y ocho años.
Viento en las velas
Corto Maltés es hijo espiritual de unos tiempos que ya no existen: aquellos que le hizo vivir el autor. Sin duda es un personaje inusual para este afligido siglo XXI. Muy lejano de la posmodernidad y la descreída forma de entender el mundo presente, como es lógico, pero también de los parámetros y estilemas en boga de finales de los sesenta.
Es un héroe a su pesar. Audaz y valiente, apuesto y seductor, intelectualmente inquieto, a quien solo le guía la libertad propia o ajena. De principios sólidos, es capaz de albergar un alto grado de escepticismo, pero a la vez una romántica concepción de la aventura. Todo lo cual es inseparable, por supuesto, de su afilada y a veces inoportuna ironía. Sus historias tienen lugar en una época donde existían horizontes inabarcables y quedaban lugares del globo por descubrir. Quizá por ello, el viaje es una constante ineludible en sus páginas: en aeroplanos, trenes, camellos, trineos y, sobre todo, en navíos audaces con las velas henchidas al viento. Pero ese mundo está claro que ya no existe. ¿Murió con Hugo Pratt y su emblemático personaje?
Afortunadamente para los lectores, por no hablar del mundo de la cultura y el arte, el creador falleció, pero la creación ha sobrevivido. Ya que, desde 2014, dos autores de excepción han recogido el testigo del autor desaparecido, los españoles Rubén Pellejero y Juan Díaz Canales, responsables de la segunda vida dibujada de Corto Maltés. Con cuatro títulos publicados hasta la fecha, han sabido mantener vivo su legado con inteligencia, consiguiendo hacer suyo el espíritu gráfico y literario de la serie sin traicionar la propia esencia creativa de ambos. Su sobresaliente labor en estos álbumes está permitiendo cubrir lagunas en la rica biografía del personaje; añadir y completar datos siguiendo las directrices apuntadas por su creador original sin por ello dejar de sorprender ni emocionar con sus nuevas aventuras. Porque la odisea del personaje nunca termina. Se expande sin fin a lo largo y ancho de la mente, del mapa terráqueo, de la propia vida, se reformula sin cesar por su carácter universal e imperecedero. Empieza y termina en cualquier punto de una trayectoria casi circular.
Continuamente se puede acudir a Corto Maltés, en cualquier lugar o momento de su azarosa ficción, para disfrutar las mismas sensaciones e incluso experimentar otras nuevas. Y perderse en ese cosmos aventurero eternamente vivo, vibrante y renacido. Es por ello que, eludiendo la inercia cómoda e insustancial, Pellejero y Canales siguen explorando distintos lugares y circunstancias de la saga, siempre afanándose por aportar algo, siempre hacia adelante con coherencia, completando el puzle y enriqueciendo la leyenda del personaje.
Así que, en realidad, todavía quedaban lugares por descubrir y geografías en las que ambientar renovadas historias. No está todo perdido, al contrario, porque Corto está sin duda en buenas manos.
El maestro italiano navegará satisfecho.