Baudoin, Muñoz y Padura, homenaje entre reivindicaciones
2024-07-14
Para los padres de Edmond Baudoin, dibujar no era un oficio con el que ganarse la vida. Para él, no ganarse la vida dibujando no era vivir. Uno de los más geniales autores franceses, autor del diseño de nuestro cartel actual (en nuestro número 0 nos lo contaron estupendo Norman Fernández y Pepe Gálvez, aquí), decidió dejar un trabajo gris como contable para dedicarse a dibujar. «Yo no venía del cómic, no me gustaba», nos confesó ayer, en una mesa de lujo conformada por él mismo, por José Muñoz y Ángel de la Calle. Pero las mejores historias de amor llegan por sorpresa. Lo que ocurrió desde entonces, desde que Baudoin tuvo que ceder a dibujar cómic, es ya historia y se subió ayer al escenario de la Carpa del Encuentro.
Lo hizo con humildad, naturalidad, y, sobre todo, colegueo con José Muñoz, ese autor que, según De la Calle, «hizo que nos estallase la cabeza con Alack Sinner«. Casi como si fuera una de esas cabezas abiertas con las que Baudoin nos retransmite. «Muñoz y su Alack Sinner fueron revolucionarios«, aseguró el francés. «Alack Sinner era un personaje que era a la vez blanco y negro, que era bueno pero a la vez malo, y, por tanto, humano; un personaje redondo». También aquellas historias de secundarios y, por tanto, principales como eran las de «El bar de Joe», presentado antes de ayer en la SN.
«Mi encuentro con Sampayo fue muy afortunado», recordó José Muñoz. Eran argentinos en Europa que muy pronto se convirtieron en refugiados, porque, en el interín, Videla tomó el poder. Tiempos duros. De eso, de aquellos tiempos, surgió ese deseo de denuncia, su Alack Sinner. Intentaban luchar contra el mal. «Éramos ingenuos, pero entusiastas». Tal vez ahora ya no sean lo primero, pero el entusiasmo por la vida, y por el dibujo, se notaba en cada una de sus palabras, en cada gota de tinta china, en el caso de Baudoin, y en cada trazo de rotulador en el de Muñoz, de los muchos libros que firmaron después. Queremos mucho a Baudoin, queremos mucho a Muñoz, queremos también, aunque no estuviera ayer con nosotros, a Sampayo. Ellos también son memoria.
Con las banderas naranjas en solidaridad por Las Seis de La Suiza sobre la mesa y en pie, con el público abarrotando la Carpa y dos aficiones enfrentadas en armonía -quienes venían a verle y los que esperaban en La Campanina el dibujo de Baudoin y Muñoz- estuvo Juan Carlos Monedero, sin necesidad sin micrófonos. Sin dar frenada, presentando Política para indiferentes. «España se acostó franquista y se levantó franquista. El franquismo murió en la calle pero metimos la pata, y con los socialistas en la Moncloa sacamos al pueblo de la calle, y nos equivocamos«, aseguró, entre aplausos. Reivindicaba Monedero la coherencia ideológica, «no podemos hacer zigzag ideológico; si se negocia, se negocia desde lo político«. Sin embargo, según el autor, Política para indiferentes traslada un mensaje optimista.
Recuperó a Gramsci, a quien reconoce eje pivotal de su libro, con la famosa frase de que «en la lucha política, atacar al adversario en su punto más débil; en la lucha ideológica: en su punto más fuerte», para a continuación pedir quebrar un sistema en el que «vuestros hijos se están formando con YouTube». «Estoy hasta las narices de la izquierda cobarde, que no se atreve a mantener sus principios ideológicos», aseguró. Se calentaba la cosa. Reivindicó a una izquierda con coherencia entre lo que «dices y lo que haces» y con liderazgos ejemplares. Dieron, entonces, las seis y media, y el personal apremió, porque enseguida tenía que comenzar el homenaje a Anita Sirgo, pero Monedero aún no había acabado. Le quedaba el estocazo final: «Si estás en el gobierno, tienes el deber de presionar a los demás poderes», sentenció. Y ahora sí: ahora pasamos a Anita.
Sigue viva Anita Sirgo en nuestro recuerdo, a tenor de la populosidad que acompañó a la presentación de Anita Sirgo. Instinto de clase, de Rubén Vega y Héctor González, acompañados en esta SN por Unai Sordo y Ursula Szlata Mier. El acto, organizado en colaboración con la Fundación Muñiz Zapico, fue un homenaje a esa resistencia surgida en el momento en que «España es abandonada por las potencias internaconales al surgir el conflicto oeste este».
La historia de Anita Sirgo forma parte de esa parte de la historia del país que no se ha puesto suficientemente en valor, defendió Unai Sordo, que achaca esa carencia a que «en la cosmovisión neoliberal de la figura del héroe se liga a personajes ultradotados de poder que se enfrentan desde la individualidad a la sociedad». Y no era Anita de individualismos. Referente en la lucha contra el franquismo y parte del discurso feminista de los últimos años, esas confluencias quisieron ser puestas en valor por Héctor González «porque plantea lo necesario de plantear vasos comunicantes y resignificar determinados lugares de memoria».
Desde una profunda emoción, Rubén Vega recordó el espíritu de lucha de Anita Sirgo, aún ardiente en junio del pasado año (murió seis meses después), cuando en un acto en Lada le agarró la mano. «Cuando me preguntaron por qué quería hacer esta biografía, dije: porque no me quiero soltar de la mano de Anita». Sí: Anita Sirgo sigue viva en nuestro recuerdo.
Después de la cuádruple presencia de Taibo II a la Carpa del Encuentro ayer, nuestro director emérito por partida doble volvió a subirse al escenario en conversatorio con Leonardo Padura, dúo que definió Ángel de la Calle como «los reyes del mambo». De mambo poco, si tenemos que hacer caso a Taibo, pero mucho de sentimiento. «Yo soy dado a cultivar la educación sentimental», dijo el mexicano, y toda una buena lección nos dieron a lo largo de una apasionante hora ambos, recordando los inicios de esta Semana Negra que nació como un certamen «sin alfombra roja, ni aplausos formales, ni pretensiones de ser elitista» y «de izquierdas; y si a alguien le molesta, hay festivales de derechas», ese festival en el que «te comes una tortilla de patata mientras discutes los derechos femeninos para la libertad de procreación».
Aquel puente entre oriente y occidente unió a Taibo y a Padura, quien agradeció que, en esa su enésima mesa que compartían en 40 años, «yo trabaje la mitad y cobre el sueldo completo, porque ya Paco se encarga». Todo complicidad. Recordaba Padura que en 1988, cuando llegó a Gijón por primera vez, había escrito ya en Cuba un libro de cuentos y, sobre todo, crítica literaria en el género policiaco. No novela negra. Eso llegó a partir de la Semana Negra, y en el 91, con las restricciones del papel aún recientes por la caída del bloque soviético, le mandó su primer manuscrito a Taibo. Así, con muchos avatares más, nació una carrera genial. Padura, nuestro Padura, conquistó. Él sabe que lo tiene fácil.
A las 21 horas, por fin, llegó el momento. Norman Fernández presentó el libro catálogo de la exposición de la Semana Negra, Palestina en viñetas. En ella, explicó, se quería contar con varios estilos gráficos y con varios artistas, entre ellos palestinos. Nunca antes en esta edición ha estado una mesa tan llena de gente, y un público más expectante, que en este momento. Estuvieron el prologuista, Juan Carlos Monedero; Cristina Hombrados, y las autoras Lorena Canottiere y Susana Martín. «Hemos tratado de recopilar una serie de títulos en viñetas; hemos cogido todos estos tebeos y los hemos puesto sobre el papel». El resultado, centenares de libros tiñendo de verde, de rojo y de blanco la Carpa del Encuentro, desapareció en pocos minutos. Desde el río hasta el mar, en un reguero solidario y de pasión por las letras.