Hasta los topes
2024-07-10
No encontramos sillas en la Carpa del Encuentro. Ni una sola. Había arrasado con todas el huracán Rosa Montero, garantía segura de afluencia. Hasta andaba Ander Azcárate, a la caza de la foto, por allí. Y eso que Montero no presentaba novela, pero casi, porque sus Cuentos Verdaderos, el motivo del llenazo de la Carpa del Encuentro a las 20 horas, son lo que parecen: historias reales, pero escritas «con recursos de ficción», hace muchos años. Concretamente durante su etapa en El País de 1978 a 1988. Llevamos hablando de la mezcla de géneros toda la Semana Negra, y si Rosa Montero también lo ha hecho, es que es bueno. Bueno, sí, pero difícil, porque, como nos dijo ayer la periodista, «cuando utilizas esos recursos en el periodismo tienes que ser radicalmente veraz, estar documentado». Presentó el libro con Berna González Harbour, y, como no podía resultar de otra manera de dos mujerones como estas, hizo historia.
La hace, Montero, en sus Cuentos verdaderos que narran, entre otras cosas, el éxodo en Riaño, la trágica vida del Nani, la matanza de los abogados de Atocha o de otra historia que llamó la atención, sobre todo porque también en la Carpa de la Palabra, a escasos metros, se estaba hablando en aquellos momentos de la influencia musical en el colectivo de LGTBI. Sí, amigos: nos montamos un auténtico ‘crossover’ cuando la periodista se puso a contarnos la historia de las Vulpes y de la caída de Carlos Tena por haber osado a darles espacio en su programa con la canción «Me gusta ser una zorra». «No las metieron en la cárcel, pero les arruinaron la vida como grupo», y cancelaron el programa, y mandaron a parar, en esa historia que hace palidecer, por lo endebles, las críticas suscitadas por el «Zorra» que, finalmente (y con poco éxito) llevamos a Eurovisión. «Ahí ves lo que ha cambiado este país», afirmó. Ya lo cantaban Presuntos Implicados. ¡Cómo hemos cambiado! A veces, incluso, para bien.
Pero empecemos por el principio. A las seis comenzamos la jornada con una populosa mesa, y de calidad. Se dieron cita Pedro Vallín, Jorge Dioni López, Sergio C. Fanjul, Ángeles Caballero y, también, Berna González Harbour para hablar del periodismo y, en general, de los medios de comunicación. Los de ayer y los de hoy. Advirtió Fanjul sobre la ‘infladura’ de los ‘trolls’ de Internet, detrás de los cuales -es investigación propia- se esconden muchas veces los partidos de extrema derecha, de forma organizada y no casual. El mismo esqueleto y causalidad que las ‘fake news’ y que hace temer que esa democratización que ha traído Internet sea un arma de doble filo.
Porque aumentan las coacciones, aumenta la inseguridad y aumentan los ataques, siguiendo, además, los criterios clásicos. Así, Ángeles Caballero (que presenta en este mismo lugar, mañana, a las siete, su maravilloso libro Los parques de atracciones también cierran) hizo mención a que, según una investigación, de las diez personas más atacadas en redes ocho eran mujeres; dos, racializadas. Siente la periodista, al serlo, una especie de «sensación de funambulista, de que si te vas a caer haya una red debajo», generándose con ello que cada vez más profesionales se alejen del discurso político porque «hay veces que no compensa». «Hay hombres y mujeres brillantísimos que a la hora de poder tener una tarea importante prefieran quedarse en su caparazón». «Pero la democracia no es el gobierno de los mejores», contraargumentó Pedro Vallín, en el papel de «tonto feliz» (fueron sus propias palabras, no disparen al pianista). El periodista, que se toma con humor las críticas hasta el punto de retuitear los mensajes más oscuros que recibe en redes, que lo son y mucho, defendió el medio, a pesar de todo, por lo que ha democratizado el mensaje, por más que eso lleve a que, a veces, Alvise Pérez obtenga un triunfo electoral. «La democracia es así».
«Quedaos con los buenos medios de comunicación», remató Berna González Harbour. Los que potencian el miedo inflado a los desahucios, los que dan gato por liebre, esos no son. A Quemarropa, decano de la prensa negra, se libra de propagar la infamia, o eso creemos, y nos enorgullece. Por qué no se iba a decir. Pero no, en serio: lean, lean mucho, escuchen, vean. Pero vean, escuchen y lean bien.
A las 19 horas, una vez acabada la mesa redonda, Vallín permaneció en el estrado para presentar sus Verdades Penúltimas, introducido por Enrique del Teso. El libro, un conversatorio con el antónimo de Vallín, Javier Gomá, reflexiona sobre el estado de la nación (a veces literalmente y otras no) de una a otra antípoda ideológica, unidas ambas en el mejor sitio para unirse: la terraza de un bar. «La democracia liberal no es una Jerusalén en el cielo, solo un medio de transporte», aseguró Vallín. En ellas, «todo es sujeto de mejora» y ese es el núcleo, para él, de las democracias liberales. Por eso las personas son incapaces de ser felices «aunque sepan que vivirán más que las generaciones pasadas».
No, pero ahora en serio. ¿Saben ustedes si la organización de la Semana Negra cubre el fisioterapeuta? Porque esta plumilla de ustedes va a necesitar uno de urgencia, de tanto sentarse en los suelos de las carpas de puro llenas que nos las encontramos. Previo a Huracán Montero, Juan Manuel Gil presentó Un hombre bajo el agua, bien acompañado por la ex alcaldesa de Gijón Ana González, con lleno total, jóvenes flexiblemente sentadas sobre la moqueta gris e innumerables portadores de paraguas de pie. Nos contó Gil que la suya es una novela generacional, donde el centro de todo es el descampado, «esa especie en peligro de extinción». «El descampado era nuestro imperio, nuestro paraíso». Su generación aprendió a hacer virtud de la carencia, y de eso trata Un hombre bajo el agua, un canto a la imaginación que le debe mucho a su madre; la del autor, se entiende, gran narradora de historias y defensora firme «de aquella literatura médica de rigor». Jugábamos en los descampados , cierto es, pero jamás nos bañamos menos de dos horas después de haber comido.
Y ya para acabar. A las 21 horas, con mucho humor, e intentando no poner fronteras al campo, debatieron Carlos Quílez y Juan Dávila con el público sobre eso: sobre los límites del humor. Más que una mesa redonda, fue una conversación abierta con todos los presentes, que se lo pasaron mejor que bien. Mañana, más.