Desindustrializados e incomunicados, pero reflexivos
2024-07-13
La jornada en la Carpa de las Culturas comenzó con En el nombre de Atila, charla a seis manos entre Miguel Barrero, Lorenzo R. Garrido y Javier Serena, autor de Atila, una novela de ficción sobre el indescriptible escritor Aliocha Coll (1948-1990), que «vivía la literatura de forma monacal, como un asceta«, explicó Serena. Las novelas de Aliocha, seudónimo de Javier Coll, fueron obras que traspasaban la vanguardia, rompiendo el lenguaje y sin intención de ser entendido. También el personaje tiene mucho que decir. «Viniendo de un entorno muy favorable, vivió en la pobreza en sus últimos años«. «Fue un autor indescifrable, que tenía obsesión con el suicidio y con el dolor«, que siempre se negó a hacer obras convencionales y que «cuanta más libertad tenía, más se perdía». El autor defiende la hipótesis de que Coll tuviera algún tipo de enfermedad mental. «Fue a una persona a la que nadie entendió». Ahora, gracias a Serena, sí lo podremos comprender un poco mejor.
Una obra mucho más política que la anterior, según su propia autora, es Salvo Imprevistos, de Lorena Canottiere, que contó con la introducción de Cristina Hombrados. El cómic gira en torno a la incomunicación, porque, como reflexionó Canottiere, actualmente «vivimos en una sociedad en la que hay demasiada información. Yo quería hablar del problema de la comunicación, que crea una especie de soledad a cada uno de nosotros».
A las 19 horas, acompañado de la incombustible Pilar Sánchez Vicente, presentó Luis M. González su Julia. Un nombre de mujer que González asocia más a Los Suaves que al poema original de Goytisolo, según confesó. Y entre rockeros anda el juego, porque dijo también el autor que en la trama se había tomado «la libertad de que Julia trabase amistad con uno de los miembros de Burning». Es una obra muy musical, en la que se habla de tango; de Gardel; de Goyeneche, y de arte; de fotografía, el ‘modus vivendi’ de su protagonista homónima. Es 1978 y Julia, fotoperiodista, viaja a Argentina, al Mundial de 1978, con la selección española. Ese será el inicio de una serie de vivencias que la conectarán con la violencia intrínseca a Latinoamérica y a la figura de Gaspar García Laviana. «Es una novela muy entretenida, se lee del tirón y se aprenden muchas cosas«, defendió su autor. Las decenas de personas que llenaban la carpa, a tenor del aplauso que siguió, dieron fe.
«¿Qué pasa con los trabajadores y los espacios que habitan?». Esta duda que planteó ayer, a las 19 horas, Irene Díaz Martínez, es una de las que más se suelen olvidar al hablar de El legado de a (des)industrialización en Asturias. En ello está, hoy en día, la investigación. No solo para analizar el vacío de lo que dejó la reconversión, sino también para comprender las secuelas inmateriales de una situación en la que «hoy algo está, pero mañana puede que no esté». El que el estudio de esa dimensión sociocultural de la desindustrialización haya llegado tarde, retrasada hasta hace no muchos años, llama la atención de la historiadora de la Universidad de Oviedo, pero lo importante es, en el fondo, el y ahora qué.
Porque sí. «Cuando pensamos en los legados, una de las dimensiones que más evoca esa desindustrialización es lo físico«. El no-espacio, por ejemplo, sobre el que nos encontramos ahora mismo y que antaño albergó a Naval Gijón. ¿Cómo reclamarlos? «Puede hacerse como una huella tangible que es de todos y que necesita ser conservada, o por la poética belleza del hierro anglosajona, las bellas ruinas del hierro«. De eso, sin embargo, se genera una suerte de «pornografía de la ruina», de surgimiento de una «aventura postindustrial» como la bajada al Pozo Sotón. «Yo misma lo hice cuando se abrió, con los antiguos mineros reconvertidos en guías turísticos». No lo critica, pero pide reflexión, porque también suele darse el caso del olvido de que, detrás de la ruina, hubo una vez un modo de vida, una cultura del trabajo.
A las 20.30 horas, la mesa redonda En otro país. Con Javier Serena, Aroa Moreno, Claudia Neira Bermúdez, Miguel Barrero y Eduardo San José.
El final de la jornada llegó con En el desván de las caracolas, una novela de Jesús Salviejo sobre las memorias de un viejo escritor exiliado en La Habana (que es buen lugar) a finales de los años 90, y que narra, a través de esa biografía, los momentos más dramáticos del siglo XX.