Literatura… ¿popular?
Crónicas reptilianas
Jesús Palacios
2024-07-08
CRÓNICAS REPTILIANAS IV
Redactadas por el agente Sobek
(alias humano: Jesús Palacios)
Paseando sinuosamente, que es como pasean los lagartos por mucho que nos disfracemos de otra cosa, por los puestos librescos de la Semana Negra, cayó en mis garras humanas al ridículo precio de un euro la novela Los niños vigilan, de Laird Koenig y Peter L. Dixon, en una edición de 1974 de la editorial Noguer, en su colección de novela policíaca y de suspense Esfinge, que sé de buena tinta (china, como será pronto toda la tinta) acaba de reeditar Impedimenta como Los niños están mirando, traducción más literal e incluso literaria del original The Children are Watching, que sus autores publicaran allá por 1970. Eso sí, ahora al precio de 20.95 euros.
Está claro que la edición de Impedimenta, con su exquisito diseño, papel y portada, amén de nueva traducción, es muy superior a la vieja de Noguer, pero está claro también que difícilmente será asequible para un trabajador medio, un lector con años y paños en el paro o un joven barbudo insuficientemente preparado para gastarse los dineros en algo que no sea digital y tal. Este libro de Koenig, escrito a pachas con el surfero y autor de novela juvenil Peter L. Dixon, se publica gracias al éxito crítico y lector de su anterior reedición de otra novela de Koenig, esta vez en solitario: La chica que vive al final del camino, antes conocida con el título, equívoco pero poético, de La niña de las tinieblas en sus ediciones de Pomaire y Círculo de Lectores.
No cabe sino congratularse por este redescubrimiento de dos joyas de la literatura de suspense y misterio con entrañables e inquietantes niños y niñas de poco fiar y mucho mirar, hace años descatalogadas, además de llevadas al cine en sendas películas de culto no menos olvidadas: La muchacha del sendero (1976), a mayor gloria de una tierna Jodie Foster, y Un intruso en el juego (1978), a mayor gloria de un guapo pero algo más correoso Alain Delon. Las dos firmadas por directores europeos, pues el estadounidense Laird Koenig fue siempre, cómo no, más apreciado en Francia, donde también desde siempre han sabido que lo que no tiene morbo, baby, es un estorbo.
Pero lo que alegra profundamente mi corazón lagarterano, que no viene de Lagartera sino de Orión, según se deja Eridanus a la derecha, es comprobar cómo nuestros tejemanejes reptilianos para convertir la cultura popular en algo elitista y postural (de postureo), han tenido un éxito mayor incluso del esperado. En pocas décadas, hemos conseguido que escritores y novelas, incluso géneros enteros (el policíaco y criminal que ahora llaman negro, con excesivo afán inclusivo que mete todos los colores de su espectro literario en un mismo oscuro saco; la fantasía y la ciencia ficción; el wéstern, vulgo novela del Oeste, y hasta el culebrón histórico y romántico) que antaño se ofrecían al lector masivo a precios accesibles, en ediciones manejables y al alcance de todos los ojos y bolsillos, sean hoy autores, títulos y géneros para una exquisita pero escasita minoría pudiente, que se hoza alegremente entre páginas amarillas de pura pulp fiction y bolsilibro de consumo, elogiadas por una crítica ignorante que hace poco las condenaba al oprobio y los márgenes mugrientos de la narrativa y ahora las eleva (cómo gusta elevar en el siglo XXI) a las montañas de la locura de las grandes cumbres de la literatura. Inalcanzables, claro, salvo para escaladores provistos de equipo casi millonario. Véase el propio Lovecraft.
Un día te acuestas siendo un vulgar escritorzuelo de novela criminal de bolsillo como David Goodis, y a la mañana siguiente te levantas siendo un maestro del lirismo sentimental con una visión cruel de la vida que escribió como nadie sobre la desesperación. Lástima que ya estés muerto y que de tu paso de las 150 pesetas de Bruguera en 1977 a los veinte euros de 2024 ya no vas a ver un duro. Y no me hablen de inflación ni del cambio de los tiempos.
Hoy, aquellos libros que Reno, Libro Amigo, Manantial, Alcotán, Séptimo círculo, Club del Misterio, Círculo del Crimen y tantos otros sellos de editoriales como Plaza y Janés, Planeta, Bruguera o Alianza, ofrecían de salida a precio de saldo para todo tipo de lectores salidos, necesitados de su dosis de emoción, escapismo y aventura, se han travestido en lujosas obras de prestigio con precio prohibido para los cardíacos, que decía Hitchcock en sus antologías de Bruguera (aunque no era él quien lo decía, claro). Hoy, Laird Koenig, Thomas Tryon, Grace Metalious, George Simenon, Daphne Du Maurier, Walter Tevis, John D. MacDonald, Mary Renault, Louis L´Amour, William Peter Blatty, Mary Norton y tantos otros y otras, que eran pasto de Círculo de Lectores, procedentes del best-seller (palabra maldita que la crítica siempre malinterpretó), la novela juvenil, el terror, la soap opera y demás cheap thrills de baja estofa, para todos los gustos y disgustos, se codean a precios de alta literatura con Paul Auster, Don DeLillo, Emmanuel Carrère, Richard Ford, Houellebecq, Foster Wallace o Mircea Cartarescu.
De este modo, nosotros, Anunnakis, hemos logrado que toda la literatura se iguale sin distinción de color, sexo, nacionalidad, clase o condición: elevándola hasta hacerla casi inalcanzable por un lado, mientras por el otro se arroja al abyecto abismo de la segunda mano. Así, mientras todo histérico hípster que se precie y pueda correrá a comprar Los niños están mirando a más de veinte euros, Los niños vigilan se pudrirá en la mohosa y polvorienta estantería de una tienda de saldo a solo un euro. Y leer, lo que se dice leer, se leerá cada vez menos, que de eso se trata. Hisssss Hisssss.