Las pintan calvas
Jesús Palacios
2024-07-07
CRÓNICAS REPTILIANAS III
Redactadas por el agente Sobek
(alias humano: Jesús Palacios)
En el día de hoy, a las siete de la tarde hora terrícola, en la Carpa de la Palabra de la Semana Negra, tendrá lugar mi debut público bajo la piel del individuo humano llamado Jesús Palacios, abducido y sometido previamente a la operación cambiaforma conveniente, que me oculta en su interior, a mí, el agente Sobek del Imperio de Draco. Me estreno presentando el libro de Rubén Lardín, Las ocasiones (Fulgencio Pimentel), abstruso volumen que confieso he leído fascinado, hipnotizado como una lagartija, pues a través de su sobreabundante y bella prosa, su verborrea adrenalínica y cadenciosa, me ha sido permitido atisbar algunos de los aspectos más recónditos de la mentalidad humana, que habitualmente escapan a nuestros reptilianos análisis científicos.
El señor Lardín ha sido elegido, por supuesto, por su conocida amistad y complicidad con Jesús Palacios, facilitando así mi infiltración en la Semana, pero a pesar de haber procesado y asimilado todos los recuerdos, tanto intelectuales como sensoriales, que forman y conforman la personalidad del susodicho Palacios, nada me había preparado para enfrentarme a este texto que más parece pretexto, esta obra de amores que son también buenas razones y donde la persona y el personaje de su autor se funden y confunden, para desvarío y satisfacción del lector más avezado. En primer lugar, porque hasta donde yo soy capaz de discernir, pocos son ya si alguno quienes escriben en lengua castellana con la riqueza léxica y papirofléxica, semántica y lunática de Lardín: ya solo dejarse arrastrar por su poética prosa encanallada, en alas de un idioma alquímico, donde lo que está arriba y lo que está abajo se intercambian y hasta se ven el refajo, supone un placer tan poco habitual que no se puede uno sino quitar el sombrero o, en mi caso, cambiar de piel para saludar un talento e ingenio que rayan en el genio que encendió la lámpara.
Las ocasiones ni quiere ni pretende ser novela o tan siquiera nivola, sino más bien literatura carambola: donde las palabras son como bolas de billar que se cruzan, entrecruzan, se golpean y desvían de forma tan matemáticamente impredecible que se convierten en mapa mismo de una existencia, como todas, imprevisible. Algunos dirían que se trata de autoficción, pero sabiendo que cuando se escribe todo es ficción (en especial, lagarto, lagarto, cuando se escribe no-ficción, la mayor de las trampas literarias), uno diría que es más bien autofricción, pues Lardín se restriega contra el lector, a veces como un gatito remolón y cariñoso, más a menudo con sarna y cierta furia felina, con brutal y egoísta sinceridad gatuna. Tiene el libro, sin duda, componente autobiográfico, pero más cerca de la automoribundia insatisfecha que de lo hagiográfico. En realidad, si de algún auto hay que hablar aquí sería de un auto sacramental, casi autosacrificial, o mejor aún de un auto loco. Y de auto, como es bien sabido, deriva la palabra autor.
Rubén Lardín ha escrito mucho y bien antes de Las ocasiones. Como ensayista perteneciente a la noble escuela de los crípticos cinematográficos finiseculares (finales siglo XX, comienzos del infierno), muchas veces se ha explicado a sí mismo hablando de películas, tebeos, libros y demás artefactos dicen que culturales. Pero aquí, hace algo mucho más difícil y admirable: hablando de sí mismo nos explica el mundo, el amor, la muerte, los culos de mujer, los toros, el arte, el sexo, la ficción, el capitalismo, los culos, la censura, los culos, el canibalismo, el cine, los culos y muchas otras cosas inexplicables de por sí y de por vida.
Si desde los tiempos de Montaigne alguien ha escrito de verdad ensayo (y es que si Montaigne no viene a cuento, el cuento tendrá que ir a Montaigne) ese ha sido Monsieur Lardín —pronúnciese Lardan, a la francesa, como se pronuncia la tortilla en su patria espiritual y lo pronuncia el querido José Havel—. Como Anunnaki, solo puedo decir que por una vez, sin que sirva de precedente, he sentido cierto aprecio por el género humano gracias a las confesiones de San Lardín. Aprecio frío, claro. De lagarto. Recuerden: hoy, a las siete en punto de la tarde, las pintan calvas. A las siete de la tarde, no dejen de acudir al llamado de Lardín, lo demás