Historias de resistencia
2024-07-14
Una de las situaciones más trágicas de la Historia de España, la de nuestro particular éxodo, la Retirada, es el punto sobre el que se sostiene la última obra de Alberto Vázquez García, Las hogueras de El Pertús y otras historias de La Retirada. Presentó al mierense en la Carpa de las Culturas, junto a Norman Fernández, Pepe Gálvez, quien reivindicó al cómic como una forma de recuperar a todas las víctimas que «resistieron, lo primero que tenían que hacer era resistir, pero que dentro de esa situación desarrollaron arte», como Agustí Centelles o Bill Brandt.
Pasó después Vázquez a hacer una introducción histórica rápida y breve, pero brillante, sobre las circunstancias que llevaron a miles de españoles y españolas a huir a Francia después de un conflicto que él duda en llamar civil. «España estuvo sola contra todo el mundo. Cuando un trabajo empieza así, llamándolo Guerra civil, nace cojo porque deriva a los demócratas parte de esa responsabilidad», argumentó. Se trataba de un conflicto internacional y que no terminó tras 1939. En esa fecha, derrotado el ejército que defendía la legalidad republicana, miles de españoles abandonaron su país rumbo a Francia «con buen rollo, y dócilmente fueron conducidos a los campos». Unos campos que de aquello solo tenían el nombre. «Lo que no esperaban es que allí no había barracones, no había nada previsto, ni infraestructuras de ningún tipo».
Sobre esa supuesta solución provisional gira Las hogueras del Pertús, un ambicioso proyecto financiado por crowdfunding (y que superó ampliamente los límites establecidos para su publicación). Nos contó Vázquez ayer que él había querido limitar el cómic, temporalmente, a la declaración de guerra entre Francia y Alemania, en septiembre de 1939, cuando por la ausencia de jóvenes franceses que habían sido reclutados se comenzó a permitir la salida de los españoles de los campos en condiciones de esclavitud para trabajar. No duró mucho, porque «aquellos franceses que se reían de nosotros, que nos llamaban ejército en derrota, duraron menos de un mes y medio frente a los alemanes». Solo hay dos excepciones que le hacen romper esa temporalidad: el contar el convoy de los 927, que llevó a los primeros españoles deportados a Mathausen (1940) y la rebelión de mujeres españolas en Argèles. Queridas y queridos que leen estas cuartillas virtuales de A Quemarropa: están ante uno de los cómics del año y un manual imprescindible para el conocimiento de nuestra historia. Disfrútenlo.
Previamente, a las 18 horas, la programación de la Semana Negra en esta carpa había comenzado también con una historia de lucha, aunque esta ocurrida cinco años atrás que Las hogueras del Pertús. Si pensaban que se había acabado el tránsito de esta Semana Negra por la Revolución de Octubre, se equivocan. Porque esa obra de la que les hablo es Rebeldes de Asturias. La insurrección de 1934 en las Cuencas Mineras, un libro de historia «de la que se hace desde abajo, desde el pueblo» de Ernesto Burgos. El historiador mierense estuvo acompañado en su presentación por su colega de profesión y comunicador en RPA Pablo Vázquez Otero.
Le siguió Carlos Fortea, quien, en compañía de Lorenzo R. Garrido, presentó su última novela, El aviador, pudiera decirse que una segunda parte de Los jugadores. Si en aquella ocasión se aproximaba a las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, esta vez Fortea nos lleva a la Segunda, a Londres, concretamente, pero dentro de varios personajes englobados en la comunidad española del tiempo.
A las 19 horas, dos poemarios, con lectura incluida, se cruzaron entre sí en otro de los actos en los que la Semana Negra apostó por el asturiano. Con Ángeles Carbajal moderando, empezó Marta Mori con Los carreros del tiempu, la obra con la que ganó el premio Xuan María Acebal en 2023. Berta Piñán siguió con Argayu / Derrumbe, que admitió era «un llibru duru». No se asuste el lector, o lectora: leerlas, a ambas, siempre es como saborear un caramelo con la punta de la lengua, independientemente de todo lo demás. Abarrotaron la carpa y Piñán agradeció ver caras desconocidas entre el público. «Siempre anima ver cares desconocíes, asina como ver qu’hai quien llee poesía ensin escribir poesía». Ellas democratizan el verso.
Pilar Sánchez Vicente, historiadora de profesión, más que amiga de la SN y terremoto puro, se comió el auditorio junto a Rafa Testón a las 19.30, con la presentación de su Madrebona, una documentadísima novela que nos traslada al momento en que aquellas diosas primigenias, las madres que fueron las primeras deidades de «todas las culturas y continentes», comienzan a desaparecer al tiempo en que surge el germen del capitalismo. Y a una playa de Perlora, concretamente, a donde acabará llegando Ekro, el protagonista, un cretense asolado por una tragedia familiar que tiene mucho que ver con ese choque sociocultural. Fue un examen, allá por 1986, en la carrera de Historia, en el que el desaparecido prehistoriador Javier Fortea preguntó cómo era posible que apareciera una cerámica mediterránea en una cueva asturiana, sin que hubiera contaminación del yacimiento, la que trajo la figura de los buhoneros, vendedores errantes, a la cabeza de Pilar. Contando ese trasiego, la Sánchez Vicente estudiante obtuvo un sobresaliente, y otro más que le damos ahora. Se lo damos nosotros, se lo da el público y cualquiera que tenga la suerte de disfrutar de Madrebona. Está a golpe de página, no tienen excusa.
La creación de la trilogía del Yo con Antonio Altarriba, un trabajo de varios años de duración, había dejado a Keko exhausto cuando le llegó a sus oídos una historia que enseguida supo que tenía que dibujar: Miracle Village, un pueblo estadounidense donde más de la mitad de sus residentes son agresores sexuales. De esa idea surgió un asfixiante ‘thriller’ para cuyo guion contó con la mano de Carlos Portela, conocido por varios trabajos en televisión. Así surge Contrition, que presentaron ayer de la mano de Yexus y que narra un crimen cometido en Contrition, trasunto de Miracle Village. Como toda novela negra, según dijo ayer Keko, «la policía es una excusa para hablar de problemas». «No pretende ser un ensayo», aclaró, «sino que es una historia de género con trasfondo». Yextus destacó el dibujo, «inquietante, que juega con las sombras y con las luces, con los personajes; con un blanco y negro rotundo y gran realismo documental». Da vértigo enfrentarse a Contrition… pero ¡qué ganas!
Quiso la casualidad, que a veces es cruel, que Bill Viola. Estética del tiempo y la emoción, de Carlos Vara Sánchez, se presentase en nuestra Carpa de las Culturas el mismo día en que nos llegaba la noticia de la muerte de este creador audiovisual, que tenía 73 años y consagró su vida al vídeo-arte. Presentado por Natalia Alonso, quien reivindicó la lentitud del arte, «ahora que todo es rápido», Vara definió el arte de Viola como uno que «te coge por la pechera, que te obliga a confrontar cosas. Por eso hay quien le critica: por ser demasiado afectivo». Lean a Vara para comprender a Viola.
Ya nos anochecía cuando llegó la presentación de El último caso del inspector Santamarta, de Gaztea Ruiz Martínez. El autor, que repite en la Semana Negra -es la tercera, aunque la primera como novelista- es desde boxeador hasta editor, pasando por muchas cosas más, y, además, hijo y nieto de inmigrantes del sur, que recalaron en Vizcaya al calor de la prosperidad de la industria pesada. De esa historia surgió la ida de su primera novela (lleva tres). Lo presentó Beatriz Rato, que repasó los puntos clave de su biografía y lanzó al aire, para el debate, su percepción de que cualquiera puede ser narrador, pero no todo el mundo poeta. «Siempre estáis en modo on; tienes que tener mirada de poeta», afirmó Rato, y Ruiz confirmó. «Prestas mucha atención a cómo se cuenta, qué tipo de palabras eliges«. El último caso del inspector Santamarta es un ejemplo de ello.