Lecturas frías
Crónicas reptilianas
Jesús Palacios
2024-07-12
CRÓNICAS REPTILIANAS VIII
Redactadas por el agente Sobek
(alias humano: Jesús Palacios)
Seguramente muchos humanos ignoran que la actividad a la que los reptilianos dedicamos más tiempo en nuestras largas existencias no es otra que la lectura. Es este uno de los motivos evidentes de nuestra superioridad sobre la especie que cree dominar el planeta Tierra. Uno de los mayores éxitos de nuestra progresiva infiltración en la sociedad terrestre, cuyo control estará por completo en nuestras garras dentro de muy poco, es haber conseguido que disminuyan rápidamente el número y calidad de lectores humanos, provocando que los libros se encarezcan en directa relación a la escasez de consumidores, lo que unido a nuestro apoyo incondicional a la transición digital, con sus multipantallas, predominio de la imagen y de los signos gráficos por encima del lenguaje escrito, está destruyendo rápidamente la industria tanto del libro como de la literatura y la cultura de la palabra impresa en general.
Extendiendo la especia —pero no la de Arrakis— de que el e-book, internet y los móviles tipo IPhone iban a facilitar el acceso al libro y de que el continente no afecta al contenido, hemos conseguido que en poco tiempo casi nadie lea nada más largo de 280 caracteres y que se esté retornando a un lenguaje jeroglífico —emoticonos y similares— de un infantilismo tal que haría enrojecer de vergüenza a las grandes civilizaciones que inventaron los jeroglíficos de antaño.
La idea es la de siempre: que solo sigan leyendo y, por tanto, accediendo al verdadero conocimiento, las clases dominantes. Es decir, nosotros, cultos y cultivados Anunnaki, nuestros aliados y compañeros. El analfabetismo funcional, la desaparición de un vocabulario y sintaxis complejos, acompañada de la progresiva imposibilidad para reconocer las metáforas, la ironía, las figuras retóricas, la elipsis, la extrapolación y, en definitiva, el pensamiento abstracto, será pronto la gran característica de lo que quede del lenguaje humano.
Posiblemente muchos, si hay alguno, de quienes estén leyendo esto ya lo habrán abandonado, leído en diagonal o saltándose párrafos enteros, aburridos por sus enrevesadas frases subordinadas, llenas de signos de puntuación y adjetivos, donde el sujeto se separa de su inmediato predicado en un sinuoso y retorcido deslizarse de ofidio, propenso a la digresión, el ritmo repetitivo y la verbosidad erudita si no pedante. Bien, esa es la intención.
Otro saludable efecto secundario de esta situación que hemos contribuido a crear es que todo lo editado desde un par de años hacia atrás cae de inmediato en el olvido, el saldo y el mercado de segunda mano, desvalorizado brutalmente. Sí, amiguito humano: el libro que compraste hoy por veinte euros, aún firmado por su autor, cuando el día de mañana (incluso esta misma tarde), vayas a venderlo en la librería de viejo de tu barrio, te reportará, en el mejor de los casos, un par de euros o tres. Y si esperas unos meses, no más de veinte… céntimos.
Gracias a eso, las bibliotecas de Orión y la Constelación de Draco están acumulando todo el saber humano impreso, comprándolo a precio de ganga, al peso o hasta regalado. Gracias a eso, mi misión en la SN me ha costado la cifra astronómica de catorce euros, con los cuales me he agenciado en estos días: La ciudad de los muertos (Ágata) primera novela de Michael Paine, seudónimo de John Michael Curlovich, finalista del premio Stoker en 1988 y prometedor terror egipcio, a mayor gloria de quienes hicieron de Sobek un dios sobre la Tierra; La verduga (Ultramar), del checo exiliado en Austria Pavel Kohout, sátira fantástica contra el totalitarismo, comparada con la obra de Kafka, Meyrink y Hâsek.
Por supuesto, dado este marco incomparable, también novela negra, pero de la negra de verdad, no de la que se hace el sueco o el aliado feminista: El gran sueño de oro (Bruguera), una aventura de Ataúd Johnson y Sepulturero Jones que me faltaba, del gran poeta noir de Harlem, Chester Himes (¿sabían que vivió y murió en España, en un pueblito costero de Alicante? ¿Para cuando Moraira Negra?). Una chica de buen ver del inconmensurable Jim Thompson, uno que entendió bien a la raza humana, y Un caso equivocado de James Crumley, quizá el último grande del hard boiled, ambas, claro, en Etiqueta negra de Júcar (¿qué será de la SN cuando el Súper del Libro no ponga su tinglado? Espero no verlo). Y finalmente La hora animal (Ediciones B), de Andrew Klavan, sorprendente continuador del suspense noir al borde del terror psicológico, en la gran tradición de William Irish, Robert Bloch e Ira Levin.
Todos estos y alguno más que sin duda caerá todavía, me acompañarán de vuelta a Orión, donde quedarán cómodamente instalados en nuestra Biblioteca de Razas Desaparecidas, dedicada a esta especie concreta en vías de extinción: el libro humano. Pero no se preocupen, terrícolas, miren sus móviles, disfruten del elaborado lenguaje de Twitter, Facebook, Instagram, TikTok, WhatsApp… Es todo tan LOL que seguramente no se den cuenta de que les están dando PEC. Y es que si PEC es algo que mola todo resulta ya muy random y tenemos el hype asegurado. Hisssss Hisssss.