La Semana y la vida
La Semana Negra de mi Vida
Pablo Batalla
2024-07-11
¿La Semana Negra de mi vida? Pero ¿cuál escoger? Me doy cuenta ahora de que he sido semanero de todas las maneras posibles, salvo bruja del tren de la ídem. Empecé pronto. Mis padres me han contado alguna vez que, siendo yo bebé, fueron conmigo en silla a ver la llegada del primer Tren Negro. Más tarde fui, como todos los adolescentes gijoneses, semanero de la Semana gastronómica, etílica, feriante. Lo conté una vez en el periodiquín: una vez, borrachos como piojos, fuimos a darle la vara al Koala, que aquel año —todavía uno de los de El Molinón— daba uno de los conciertos. Se había empeñado uno de mis amigos —un tal Javi, 50% de la pareja de concursantes de El Picu llamada Los Belarminos— en ir a proponerle al agrorockero extremeño escribirle la letra de una canción en asturiano. Nos dijo, nos vino a decir: «Oh, sí, escribidme vuestra propuesta a mi dirección de correo, direccionfalsa@123.com».
Hubo un año que fui librero, en el stand de Trea. Fue el año del Arbeyal. Una experiencia curiosa, esa de colocarse detrás de un mostrador, pulsar la variedad inmensa del paisanaje que puede asomarse a un stand de libros, y tener que lidiar, por ejemplo, con un iracundo caballero que vino a increparme porque en cierto libro de historia de Comisiones Obreras no salía su padre, cuyo papel en la creación del sindicato en La Camocha había sido im-por-tan-tí-si-mo. Señor, y a mí que me cuenta. Recuerdo también que aquel año la SN hacía un blog, regentado por el inefable Mauricio Schwarz, en el que, entre otras cosas, se invitaba a participar a los libreros, contando su experiencia. Les mandé un textito, ese textito lo leyó el entonces subdirector de La Voz de Asturias, que estaba, a la sazón, renovando la sección de Opinión del diario; le gustó mucho, y un buen día recibí con sorpresa la invitación —yo tenía veintipocos años— de escribir una columna en el periódico.
Dos años después, Barrero, que era subdirector del periodiquín, lo dejaba; Ángel de la Calle le pidió la propuesta de un nombre para reemplazarlo, y después de darle alguna vuelta, él pensó en aquel columnista de La Voz al que no conocía, pero que era joven, y escribía, le dijo a Ángel, artículos «muy cañeros». Y así llegué al periodiquín, que entonces era en papel, y se maquetaba en los talleres de Fotocomposición Morilla. El primer año fui subdirector del director que era Ángel. Taibo todavía dirigía la SN. El último AQ de aquel año lo titulamos «Aprendimos a quererte», sobre una foto de PIT, que se retiraba. Al año siguiente, Ángel pasó a ser el director de la Semana, y yo el de A Quemarropa. Lo sería durante diez años en los que viví de todo. El periodiquín era un periodicón en lo que respecta a experimentar todo el espectro que va de lo gratificante a lo estresante que se puede vivir en un diario. Ejemplo de lo estresante: una vez vino a quejársenos con cajas destempladas una señora que había salido bostezando en primer plano en la foto de portada. Ejemplo de lo gratificante: otra vez tuvimos churros gratis los diez días del festival porque sacamos en portada una foto del puesto de la churrería La Gloria, acompañada del titular «Senderos de Gloria». Aprendí, también, a enmendar erratas con gracia. Un día de premios subtitulamos una foto de los galardonados escribiendo: aquí los ganaderos presentes. Ganaderos, no ganadores. Al día siguiente publiqué una nota explicando a quienes habían venido a señalarnos el error que no era tal, porque los buenos escritores son ganaderos de almas.
También he sido autor invitado a la Semana, y he tenido el honor de que me entregaran un rufo en calidad de tal. Tengo tres: el Rufo cronopio —un Rufo con un bote de pintura verde en la mano, que se la ha echado por encima—, el Rufo Taibo y el Rufo Mori. Pobre Mori, cuánto lo echamos de menos. La Semana, A Quemarropa, también fue, también es, conocer a gente maravillosa. A Ángel, a Lorena, a Sangara, a Merche, a Palacios, a Luismi Piñera, a tantísimos otros.
¿La Semana Negra de mi vida? No sabría escoger una, no soy capaz, porque en mi caso al menos, no puedo decir que la Semana sea una cosa, y la vida otra; que la Semana sea una parte del todo de la vida. Es ella misma la vida.