Literatura para denunciar, literatura para refrescar
2024-07-08
Estuvo muy transitada ayer, como todo el recinto de la SN, la Carpa del Encuentro. Una silla se pagaba a precio de oro y los autores recibieron la visita de centenares de fieles a lo largo de toda la jornada. Porque, ¿qué mejor manera que pasar la tarde de un domingo caluroso refrescándose en la literatura o, si se tercia, con crema de tamarindo traída desde el puritito México por nuestro Fritz Glöckner, como hacían, desde la mesa de firmas, Natalia y Kai? Puesto privilegiado el suyo, siempre pero especialmente ayer en que se presentó, con lleno en la sala, la que Ángel de la Calle definió como «la mejor novela en español de su género» en los últimos años. Y damos fe de que así es o, si no, mucho se le acerca La lealtad de los caníbales, esa Colmena ‘noir’ y ambientada en Lima que trajo a su autor, Diego Trelles Paz, por segunda vez a la Semana Negra. Nos había visitado en 2015, cuando vino a presentar Bioy. Ahora, La lealtad de los caníbales narra las vidas cruzadas que se suceden en un bar de la capital de Perú, en una amalgama de personajes dicotómicos que siempre exhiben, en algún momento, un lado oscuro. «La idea de las abejas cruzándose en un panal era algo que me atraía abordar», afirmó el autor. Una colmena como la propia Lima, cuya población es la tercera parte del monto total del país y en la que la violencia es transversal a la vida, por más que desde afuera solo se aprecien sus reclamos turísticos.
No, no todo es Machu Pichu en Lima. Recordaba Trelles Paz ayer que su país fue el primero en mortalidad per cápita en la epidemia del COVID, pero no por la infección en sí ni por la neumonía que generaba sino «por falta de oxígeno» que, al estar privatizado, los más humildes no se podían permitir. La sombra del fujimorazo es alargada en la obra de Trelles, muy interesado en todo lo que aquella oscura época reportó a su país. Todo en La lealtad de los caníbales conduce a ello, desde la muerte del padre de uno de sus protagonistas en la masacre de Pativilca, pocos meses antes del autogolpe del ‘Chino’ hasta el argumento principal en torno al que giran todos los demás: el secuestro exprés de un niño por parte de varios policías corruptos, una de las plasmosas realidades de un país que se presenta, en la obra de Trelles y también en su portada, como una pintura negra de Goya, La Romería de San Isidro, redibujada por el artista Fernando Brais.
Previamente, la jornada se había abierto a las 18 horas con la presentación de La leyenda de la Lloca, un libro ilustrado de Rafael Fernández sobre la Madre del Emigrante, la popular estatua del Rinconín a la que el autor canario ha querido dedicar una serie de dibujos que ayer se mostraron a todo color en la gran pantalla de la Carpa del Encuentro. Orientado a niños de 6 a 12 años, la historia de Covadonga -así se llama, en la imaginación de Rafael, la Madre del Emigrante, se remonta a una Asturias mítica en la que el hallazgo de una mina de oro en el subsuelo del Rinconín es la espita para toda una serie de catastróficas desdichas para conseguir la llamada ‘espada de la empatía’. La cara de la Madre, asegura Rafael, «refleja el peor rostro en la vida de una madre: el momento en que despide a su hijo», pero su historia está plagada de elementos que buscan la positividad, y la victoria final contra el ‘vil duende de la sidra’. «Las gallinas son gigantes y echan fuego, no me pregunten por qué». Así descubrió una de las páginas de La leyenda de la Lloca un entusiasta Fernández, que decidió cerrar la historia con un festín a lo Astérix, pero a la asturiana. «Hay pote, cachopo, fabada». Fue a la hora de merendar.
A las 18.30 horas se presentó No volverán tus ojos a mirarme, de Marta Barrio, una pugna por las memorias familiares y la lucha contra el olvido impuesto por el Alzheimer de la abuela de la protagonista. Barrio, que fue presentada por Socorro Suárez Lafuente, viaja a su propia infancia y hace su trasunto de la protagonista, una niña que trata de descifrar el mundo de los adultos por medio de la historia de sus antepasados más directos. «Es una novela rosa, porque tiene mucho amor; de no ficción, porque todas las cosas que cuenta pasaron en algún momento», desveló ayer la autora, quien se compromete con el lector a ajustarse a los hechos, con un sentido no solo literario sino también para documentar la educación sentimental de las mujeres de la posguerra. Fue aquella «una generación muy denostada, contra la que se enfrentó la de mis padres en los años de la Movida» y que ahora Barrio apuesta por reivindicar. Una bellísima frase, leída ante el público por Suárez Lafuente, «ellas no dejan rastro sino de carne y de lana, y de puntada a puntada y parto a parto», define a la perfección lo que fueron, son aún, nuestras abuelas.
Habitual de esta casa, Alejandro M. Gallo presentó a las 19 horas su Gorgonio, comisario emérito en compañía de Miguel Barrero. Recordaron ambos, amigos y compaleros, la génesis de Gorgonio en formato de relato corto y por entregas dominicales en el diario El Comercio. Juntas, recopiladas en este tomo editado por Reino de Cordelia, las aventuras de Gorgonio alcanzan las 650 páginas llenas de humor y amargura de un comisario regañón y cascarrabias ante «un mundo líquido, en el que todo se comercializa, en el que absolutamente todo ya es una mercancía, hasta los sentimientos». Charlaron Barrero y Gallo sobre las diferencias entre los dos ‘hijos’ literarios del escritor: Gorgonio, que se mueve dentro de la novela enigma, «la que nace con Sherlock Holmes, con Conan Doyle», en la que, parafraseando a Borges «existe un orden, llega el asesino, comete el asesino y el orden se convierte en desorden», y a la inversa cuando llega el detective a resolver el caso, y el hard-boiled de Ramalho da Costa. En uno de los relatos ahora recopilados, Vallecas Connection, ambos personajes llegan a coincidir.
Habían estado ya Hortensia Campanella y Rafael Massa en la Carpa de las Culturas cuando llegó, a las 20 horas, El otro Onetti: un homenaje. Los compatriotas del narrador, «clásico mayor» de Uruguay, estuvieron acompañados por Ángel de la Calle y Miguel Barrero. Campanella, que ayer nos escribió sobre el Onetti que conoció en 1978 en este AQ, conoció a dos personas: el hosco que decían los diarios y el escritor cariñoso que rehuía hablar sobre su obra, pero adoraba hacerlo sobre la vida. Leía ediciones muy baratas, asunto del que también les hablamos hoy aquí). «tuvo una vida muy intensa como periodista; amorosamente muy intensa» (se había casado ya cuatro veces en 1950) y bohemia; genial y teórica, que también se sumergió en esas veleidades de la novela policiaca. De ella decía, y así lo recordó Massa, que su principal problema no era «lo que le faltaba para que sea una novela a secas, sino lo que le sobra». Acabó la charla animando a quienes desconocieran a Onetti empezar por sus cuentos, seguir por las novelas breves y la ‘Saga de Santa María’. «Se entra muy poco a poco a ese mundo de Onetti, pero cuando se entra, ya no se sale», remató Campanella. Ella bien lo sabe.
Cuando llegue la mañana, de Juan Madrid, tuvo un parto difícil. Nos lo contó él mismo junto a Alejandro Gallo. «Hice una novela, se aprobó, se pasó a máquina pero la cambié». Habló de la importancia de la verosimilitud, de la asimilación de la realidad, y refirió la anécdota real que le llevó a afrontar este proceso de escritura: una prostituta que vendió a su hijo a la Clínica San Ramón para poder regalarle una pistola último modelo a su chulo. Aprendida, y escrita, durante su etapa en Cambio16, la historia se transforma en un nuevo caso para el detective Toni Romano, enfrentado ahora a las corruptelas del franquismo.
El último libro presentado en la Carpa del Encuentro, antes de los Encuentros de Fotoperiodismo, que ayer se dedicaron a la memoria, fue Yakutat, de José Luis Muñoz, presentado por José Manuel Estébanez. El libro surgió de un viaje a Alaska -destino soñado desde los doce años por Muñoz gracias a Jack London) y es mucho más que un relato de viajes: retrata una sociedad congelada en el tiempo, y no solo por las bajas temperaturas que allí se sufren, que merece la pena ser leída. Háganlo. Les decíamos que era la literatura mejor que el hielo para refrescar el gaznate en las tórridas temperaturas veraniegas, y ahí está.