Cinco novelas y un ensayo
2023-07-12
Seis libros se presentaron ayer en la Carpa del Encuentro. Abrió la tanda El diablo me visita, de Susana Hernández, autora a la que acompañó Germán Menéndez. Una novela protagonizada por una mujer a la que un asunto laboral que ha salido mal ha sumido en una situación económica delicada, cercana a la depresión, y encerrado en casa, hasta que un buen día un mensaje en la dark web la saca de su ostracismo: el de un cliente que padece cáncer terminal que le pide ayuda para localizar a su esposa y a su hija, para despedirse de ellas, a cambio de un adelanto de cuatro mil euros. El asunto llevará a la detective de cabeza al sucio negocio de la trata de personas. Una novela de encargo, propuesta de Antonio Parra Sanz de que Hernández escribiera una nueva aventura de la protagonista de la serie SeisDoble de la editorial Menoscuarto, como han hecho ya muchos otros autores. Un reto que Hernández aceptó encantada, aunque haciéndose las preguntas que cualquiera se haría: «¿Voy a repetirme? ¿Me voy a salir demasiado de los parámetros?». La escritora intentó —explicó— «hacer mi Sonia Ruiz. Cada uno ha hecho la suya, yo intenté hacer mi versión ni mejor ni peor que las otras, simplemente la mía. Antonio», relató, «me pasó una hoja que decía “Mundo de Sonia”, donde me explicaba algunas cosas que evidentemente había que saber de Sonia, de los personajes que tiene alrededor, de su mundo, de sus relaciones, etcétera, y a partir de ahí fui creando mi Sonia». Una Sonia —se recordó— que, entre sus aficiones, cuenta la de la música de Extremoduro.
Tentenublo, de Víctor Claudín, a quien acompañó Ángel de la Calle, fue la siguiente novela presentada ayer en la Carpa del Encuentro. Una novela que, como dice su sinopsis, «es una vuelta a la noche madrileña de los años ochenta y noventa», que «nos adentra en las sombras de esas noches de alcohol, drogas y sexo, donde no había un mañana y se vivía el aquí y el ahora eterno». Claudín explicó el título de la novela: tentenublo es, dijo, «un toque de campana que todavía se hace en algunos lugares de Aragón, pero que antes era mucho más frecuente; un toque de campana a manera de sortilegio para que la tormenta de granizo que está llegando se desvanezca y solo sea agua, o que se pare o se desvíe, que no afecte a las cosechas». En su novela también se trata «de detener o de desviar las tormentas que se vivieron entonces».
Jazmín Beirak presentó después Cultura ingobernable, acompañada por Uría Fernández, en una actividad celebrada a instancias de la Fundación Anastasio de Gracia. Un ensayo para pensar en el futuro de la cultura y en cómo esta puede cambiar el mundo, en un momento en el que la cultura goza de tanto crecimiento como de mala consideración o indiferencia, relegada a un mero acto de consumo, en vez de constituirse como espacio de creación de lazos y comunidad. Al respecto de su concepción de la cultura, Beirak citó un hermoso pensamiento del escritor keniano Ngugi wa Thiong’o, quien decía, explicó la ensayista, que «la cultura son las flores —esa idea de pan y rosas—, pero no porque sean bellas o sean bonitas, sino porque son las semillas; las flores lo que tienen son las semillas que permiten generar nuevas flores, nuevas plantas, y eso es lo bonito de la cultura». La política cultural, pues, «importa, porque puede hacer que ese campo sea fértil, que esté abonado, que más gente participe en él, que haya mucha diversidad en ese campo o se concentre en grandes productoras o empresas o plataformas; o puede generar una brecha de clase brutal».
Turno después para Susana Rodríguez Lezaun, que presentó En la sangre acompañada por Ángel de la Calle. Protagonizada por la inspectora Pieldelobo, la trama pone aquí en escena un operativo de la Policía contra el narcotráfico con agentes infiltrados que se complica cuando la joven Elur Amézaga, confidente de la policía y novia de un destacado dirigente abertzale, aparece asesinada en Bera, un pequeño pueblo de Navarra muy cercano a Francia; y todo apunta a que el culpable de su muerte es el inspector Fernando Ribas, amigo de la inspectora. Rodríguez Lezaun desgranó las claves de la obra y comentó su interés por los «ángulos» de la gente. «Todos tenemos ángulos; es como la papiroflexia: cada uno de nosotros, y de mis personajes, son un muñeco de papiroflexia, y a lo que me dedico yo es a ir estirando. Mientras tengan ángulos que sean interesantes, a mí ese personaje me vale; en el momento en el que lo tengo estirado, aunque esté arrugado, ya no me esconde nada, y, entonces a otra cosa». Eso —dijo— le pasa con Ribas: un personaje que mantiene ángulos, sombras, arrugas que estirar, para regocijo del lector de esta estupenda y cautivadora novela.
En la siguiente actividad celebrada en la Carpa del Encuentro, Ana González acompañó a Marta Sanz para presentar Persianas metálicas bajan de golpe: una novela distópica, un juego literario que nos sitúa en un mundo futuro en el que una mujer madura vive con un dron a través del cual mantiene conversaciones con una amiga que es en realidad la voz de una actriz. Nos cuenta su sinopsis que, «repleta de guiños y referencias (de la alta cultura al chismorreo televisivo, pasando por todo tipo de parafernalia pop), la novela es un panfleto futurista, una sinfonía ciborg, un grito de protesta, una coreografía de la desolación, una vanitas más moderna que posmoderna». Y Sanz ubicó su surgimiento en la pandemia de covid-19; en «la sensación que tuvimos muchas personas durante el encierro que se relacionaba con una enorme inquietud»; una inquietud que, en el caso de la autora, tuvo claves generacionales. «Soy», explicó, «una mujer que nació en el año 1967 y que siempre tuvo la sensación de que la suya había sido una generación luchadora pero privilegiada». Cuando murió Franco, evocó Sanz, «yo tenía ocho años, viví el comienzo de la Transición democrática con la esperanza y el miedo correspondientes, participé en las luchas cívicas que me parecieron relevantes, pero no me tuve que enfrentar a una guerra, a una hambruna, a una epidemia, ni siquiera a la erupción de un volcán». Durante el encierro, recordó, muchos «tuvimos la sensación de que las persianas metálicas se podían bajar de golpe», y la idea del progreso, de que nuestros descendientes vivirán mejor que nosotros, resultaba de pronto «cuestionable». A partir de esa chispa, escribió esta novela «que utiliza la distopía con esa visión sarcástica, humorística» que tiene la distopía, en este caso con la finalidad «de señalar las grietas de un sistema, de la realidad, a fin de que podamos transformarlo». Una «distopía alegre, optimista, que confía en la posibilidad del lenguaje y de la literatura para transformar, aunque sea en una modesta medida, las cosas que van mal en el mundo» es esta novela publicada por Anagrama, que a buen seguro no dejará indiferentes a sus lectores.
La última presentación libresca realizada ayer en la Carpa del Encuentro fue la de El país de las mujeres, de Gioconda Belli, a quien acompañó Laura Castañón, en una actividad celebrada con la colaboración del Aula Cultural de El Comercio. En este libro, el Partido de la Izquierda Erótica (PIE) gana las elecciones en Faguas, una pequeña nación latinoamericana, donde Viviana Sansón y sus ministras tendrán que emplearse a fondo para expulsar de la Administración a todos los hombres, y donde, pronto, la nueva presidenta es víctima de un atentado. Una novela con un origen real: el PIE existió de verdad, como evocó Gioconda Belli, en los tiempos primeros de la Revolución sandinista. «Como ha pasado en otras revoluciones», rememoró, «una vez que se llega al poder, el poder se lo quedan los hombres». Las sandinistas como ella vieron que se las relegaba «a trabajos intermedios, a posiciones intermedias, que todo tomaba prioridad antes que los cambios que nosotras queríamos que se hicieran». Un grupo de ellas que ocupaban ese tipo de posiciones decidieron juntarse: «una era editora de un periódico, otra trabajaba en la asociación de trabajadores del campo, otra en la Central Sandinista de Trabajadores, otra en un Instituto de la Mujer…». Se les ocurrió «formar un partido clandestino al que le pusimos Partido de la Izquierda Erótica», y empezaron a reunirse «en las casas de cada una» con «una idea muy práctica»: la de «discutir las estrategias que queríamos hacer y cómo lo íbamos a hacer, pero que cada una la aplicara dentro de su ámbito de trabajo. Nos reíamos mucho, nos divertíamos mucho», recordó Belli, «haciendo cosas también novedosas y desafiando a la autoridad cada vez que podíamos, y de ahí me quedó la idea de algún día escribir sobre ello».