Espacio AQ
Jesús Palacios y Rakel Suárez
2023-07-12
Una jornada, la de ayer en el Espacio AQ, cuyo alfa y omega fue, sin duda, la novela negra, pero tan delirante y variopinta como viene siendo habitual, pues en ella tuvieron cabida tanto lecciones de lingüística e historia como intrigas de ficción o fotoperiodismo comprometido con la paz. Pero la tarde se inició con una nutrida mesa redonda de escritores negrocriminales, presentados con la lengua fuera y un perdonable retraso por el esta vez no tan largo brazo de la ley de la Semana, el Supremo José Manuel Estébanez, quienes pasaron revista a La novela negra en tiempos de crisis: ¿qué contar?, dando cada uno su propia visión de este género de géneros degenerados. Sentados a la mesa estaban Antonio Parra, profesor de lengua y literatura, crítico literario y uno de los próceres del festival Cartagena Negra; la barcelonesa afincada en San Sebastián, Laura Balagué, autora de novela negra (pos claro), recientemente reclutada por la editorial Erein con su obra En el otro bolsillo; el bilbaíno José Francisco Alonso, profesor de filosofía y amante de la ciencia culinaria y criminal por igual, como demuestra entre otras con Milhojas de jamón (Cosecha negra); y Alberto Valle, periodista, escritor y promotor, además de mod (sí, de los de «somos los mods, somos los mods, somos los, somos los, somos los mods»), autor de títulos tan contundentes como Soy la venganza de un hombre muerto (Alrevés) o Probaréis el frío acero de la venganza (66 RPM). Todos y cada uno de ellos, bien conducidos por el jadeante moderador, dieron su versión singular de la novela negra y su función en estos tiempos en los que, todos estuvieron de acuerdo, el género vive un buen momento. Hubo alguna voz lúcida y disidente, como la de Laura Balagué, amante y seguidora de P. D. James o Anne Perry, que insistió en que ella no escribe novela negra, sino policial. Unos dieron más importancia al aspecto esencialmente social del género, mientras otros se refirieron más a la importancia de historia y personajes. Eso sí, estuvieron también todos de acuerdo en que a tiempos de crisis, mejores tiempos para el crimen y la novela criminal, aunque ninguno se manifestó especialmente interesado en escribir crónica negra real (eso que llaman true crime). Y es que la ficción supera siempre la realidad, por más que se diga lo contrario.
La cosa siguió poniéndose más negra con la presentación a renglón seguido de la novela La fiscal (Cosecha negra), de Natalia Gómez Navajas, escritora y comisaria no de policía sino de Rioja Noir, festival de novela negra, policíaca y thriller de La Rioja. Presentada por el veterano del txapela noir, el abogado y novelista de Bilbao Juan Infante, Gómez Navajas abrió el apetito de misterio, emoción y suspense de los asistentes con la retorcida trama de su nueva obra, en la que Lola Brau, una fiscal en plena crisis personal y éxito profesional se enfrenta al caso más peliagudo de su carrera: su marido aparece en casa ajena junto al cadáver de una mujer cubierto de sangre. Todas las pistas apuntan hacia su culpabilidad, aunque él afirma su inocencia. Con todas las pruebas en contra y frente a un procedimiento judicial lento pero implacable, Lola deberá aliarse con un detective que la detesta y un abogado más convencido de la inocencia de su esposo que ella misma. Una intriga clásica que dará muchos giros inesperados, hasta llevar a su protagonista a replantearse la (mala) relación con su marido e incluso con su profesión.
No fue sobre novela negra, no, aunque hay muchos que están negros por su culpa. Ni sobre novela criminal tampoco, aunque algún delito tiene el tema. Pero puede que sí sea un auténtico enigma histórico, un caso difícil y retorcido como pocos, digno de ser investigado por Guillermo de Baskerville (especialmente el encarnado en la pantalla por Xuan Connery). Me refiero a la charla perteneciente al ciclo en colaboración con el Vicerrectorado Extensión Universitaria y Proyección Cultural de la Universidad de Oviedo que vino después, con el cristalino título de L’inventu de la llingua, en torno al origen, historicidad y calidad lingüística e idiomática del asturiano. Impartida con insospechado gracejo y humor, amén de buen uso del asturianu, faltaría más, por el lingüista, filólogo y escritor en lengua asturiana Xulio Viejo Fernández.
Tras ser presentado por su amigo y compañero, el historiador Rubén Vega, Xulio Viejo introdujo a un abundante, abducido y hasta entusiasta público por los vericuetos históricos, lingüísticos, políticos e ideológicos que rodean la naturaleza del asturiano y, sobre todo y por encima de todo, la polémica acerca de si se trata, como quieren sus detractores (hoy más ubicuos que nunca en las propias Gijón y Oviedo), un simple dialecto del castellano, esa cosa antaño llamaba bable, o bien, por el contrario, una lengua autóctona con todos los derechos, virtudes y elementos estructurales propios de las mismas, tal y como los reconocen la moderna filología y el estudio actual de los idiomas. Acompañado de imágenes y citas a través de un necesario monitor, pero sobre todo del so verbu y fala convincentes y risonderos al empar qu’eruditos, Xulio Viejo no ahorró descalificaciones para políticos ignaros, populares y populistas, todólogos recién llegados al tema que pretenden sentar cátedra, sin conocer siquiera no ya la historia del asturiano, sino la verdadera naturaleza del bable o la diferencia real entre lengua y dialecto, que nun ye tan simple. El momento álgido de la clase magistral, magistralmente impartida, fue cuando Viejo sacó a colación cómo incluso los lingüistas e historiadores menos sospechosos de querencias separatistas, federalistas o izquierdistas, como el mismísimo Ramón Menéndez Pidal o sus nietos, e incluso Rafael Lapesa, aportan en sus estudios sobre el tema datos, reflexiones y hasta pruebas más a favor de la naturaleza del asturiano como idioma de pleno derecho que de lo contrario, mientras el llamado bable (o vable, en sus orígenes) resultaría así tan solouna denominación concreta para ciertas variantes dialectales literarias, familiares o coloquiales, aunque opinadores interesados hayan intentado hacer de la parte el todo. Eso sí, quedó claro también que no se trata de cuestión sencilla y baladí, y que considerar el asturiano como lengua o dialecto tiene algo también de gato de Schrödinger, pues según quien mire la caja resulta ser una u otra cosa. Y eso que no salió a relucir la incertidumbre de Heisenberg, que también se nos antoja cómo depende y mucho del ojo del observador que el asturiano sea asturianu o meramente bable. Pero el culmen y el colmo de la amena disertación llegó cuando, siguiendo al poeta pero también filólogo Dámaso Alonso en su clasificación glosogenética de las lenguas, teñida de un idealismo reaccionario muy poco científico pero sin duda bien poético, Viejo nos llevó en busca no del arca perdida, sino del ur-texto asturiano, para descubrirnos que uno de ellos, prácticamente el primero si dejamos ciertos kesos aparte, fue escrito en 1141 por… ¡Pelayo el Exorcista! Quien dejó constancia del exorcismo practicado sobre una muchacha que no solo hablaba en lenguas desconocidas, como es sabido hacen las posesas, probines, sino también en asturianu. Y ye que la llingua asturiana va ser cosa del diañu… (que sabe más cosas por Viejo que por diablo, claro). Pero de eso, me da que alguien les contará más cosas en otra sección de A Quemarropa. Quede aquí constancia de que la clase de historia y llingua asturiana de don Xulio Viejo no fue nada aburrida, sí algo polémica pero muy bien acogida, y que nos anima a leer su libro La formación histórica de la lengua asturiana (Trabe), en la esperanza de que además de sin duda erudito y documentado, sea tan donoso y jacarandoso como su animado autor, quien si alguna vez lo necesita sin duda podrá ganarse la vida en El Club de la Comedia, con más gracia que Pachín de Melás.
Menos divertido, pero sin duda necesario, fue el siguiente encuentro, en colaboración con la Fundación Anastasio Gracia, para presentar el libro Ucrania: resistir al horror, editado con motivo de la exposición de las fotografías tomadas en medio del conflicto bélico por el fotoperiodista y reportero Luis de Vega, y que puede verse estos días en la Casa del Pueblo de Mieres. Aunque su autor no pudo estar con nosotros, envió un sentido saludo en vídeo desde la propia Kiev, donde sigue cubriendo la última hora de la guerra, cuyo lado más humano, trágico y emotivo queda de manifiesto en las espectaculares fotografías del libro, muchas de las cuales se fueron desgranando en el monitor que acompañó la charla. En lugar del fotógrafo, fue su colega y amigo, con quien ha compartido buena parte de sus experiencias en Ucrania, el periodista Cristian Segura, quien explicó la tremenda humanidad y profesionalidad, así como sentido artístico y periodístico de Vega, que no ha dudado a veces en arriesgar su vida para conseguir traer hasta nosotros el horror de la guerra, con la esperanza de que esta acabe cuanto antes. Junto a Segura, estuvieron también Miguel Sánchez-Moñita, comisario de la exposición, y Félix González Argüelles y Tomás Zarza Núñez, en nombre de la Fundación Anastasio de Gracia. Todos ellos manifestaron la esperanza de que, en efecto, libro y exposición contribuyan a conmover y mover las conciencias para que termine cuanto antes una guerra, una invasión, que se ceba sobre todo en las víctimas civiles e inocentes, como muestran las desgarradoras tragedias retratadas por Vega. Que así sea.
Después del horror de la realidad y de los desastres de la guerra, volvimos, como se nos amenazó desde el principio, a la novela negra, con sus sospechosos habituales y sus candentes cuestiones, ahora con un nuevo y no menos lujoso elenco de autores: la escritora barcelonesa Susana Hernández, creadora de la investigadora de la policía, lesbiana por más señas, Santana, o el madrileño Víctor Claudín, veterano periodista, colaborador antaño de revistas señeras como El Viejo Topo, Ozono o Camp de l’Arpa entre otras, y hogaño novelista negro habitual de la Semana; a quienes se sumaron los repetidores (no por poco aplicados, sino por traviesos) Natalia Gómez Navajas y Juan Infante, introducidos y moderados por Susana Rodríguez Lezaun, otra de las representantes femeninas del txapela noir, periodista y prolífica novelista, creadora de la serie del inspector David Vázquez. Entre todos y todas llegaron a la conclusión de que dos cosas son consustanciales y fundamentales para definir la novela negra: cierta dosis, mayor o menor, de crítica social, que nace con la génesis del género en los años treinta en Estados Unidos, lo que la diferencia del policial clásico de la edad de oro británica; y el hecho perturbador pero innegable de que la maldad está también en el individuo, sobre todo en aquel que se siente tentado por el ansia de poder. En definitiva, se trata, como dijo Susana Hernández, de hablar «sobre las caras ocultas que tenemos todos, para bien y para mal, aunque más habitualmente para mal». Y con esta alegre y optimista reflexión (¿acaso creen que se llama novela negra por casualidad?), nos fuimos a conciliar nuestras dulces pesadillas de rigor.