Un género, el criminal, pero con varias tendencias
Paco Gómez Escribano
2023-07-08
Los caminos del género negro son sorprendentes, pero son escrutables, es decir, se pueden indagar, se pueden examinar cuidadosamente y se pueden seguir y explorar. Negar esto sería despreciar el trabajo de investigadores de todos los tiempos y latitudes que se han preocupado de estudiar y clasificar cada tendencia, su origen y su evolución. Por ceñirnos solo a España, hay trabajos de estudiosos que dieron y siguen arrojando luz y despejando dudas. Son especialmente mencionables los trabajos de Javier Coma: La novela negra o su Diccionario de la novela negra americana; de José F. Colmero: La novela policíaca española, teoría e historia crítica; o los más recientes dos tomos de Àlex Martín Escribà y Jordi Canal: A quemarropa.
Edgar Allan Poe es el padre del género policial, al publicar en 1841 su relato Los crímenes de la calle Morgue. Es el primer relato conocido con un detective que investiga un caso como protagonista. Para tener claros los conceptos hay que establecer un inicio y el inicio es este. No debemos hacer caso, por tanto, a todas esas teorías, bastante peregrinas, por cierto, que afirman que la Biblia es una novela negra o que El Quijote también lo es. El género policial tiene una serie de características y atributos propios de las que carecen los dos libros citados. Seguramente, Poe, Conan Doyle o Dashiell Hammett habrían leído El Quijote y la Biblia e incluso novelas de caballería, novelas góticas o novelas picarescas que les habrían influido, pero no nos engañemos: el género tiene un principio, una primera gran bifurcación y una evolución.
En el relato de Los crímenes de la calle Morgue, Poe pone al detective Auguste Dupin a investigar el crimen. La trama se basa en la investigación y la resolución de ese crimen. El citado relato servirá como plantilla para que escritores posteriores creen los suyos propios. Así, Sherlock Holmes, de Conan Doyle; Philo Vance, de S. S. Van Dine; o Hércules Poirot, de Agatha Christie, siguen la estela de Dupin, cada uno con sus características particulares, e influyen decisivamente en varias generaciones de escritores que escriben novelas policíacas procedimentales, es decir, novelas cuyas tramas se centran en la investigación y la resolución de un delito. Este tipo de narraciones crecen y evolucionan hasta desembocar en el thriller actual.
Los detectives de la novela policíaca clásica son defensores a ultranza de la ley, sin entrar en consideraciones morales. La ley existe; por tanto, hay que cumplirla. Los detectives posteriores, los de la novela negra, cuestionarán el sistema, corrupto hasta sus cimientos, elaborando códigos propios de conducta que no siempre van a coincidir con los principios morales que emanan de las leyes establecidas.
Por tanto, vemos que existen básicamente dos tendencias:
- La novela enigma, con sus investigadores metódicos, racionales y analíticos, defensores de la ley y cuyo campo de acción se desarrollaría en entornos burgueses y nobles, tipo Sherlock Holmes o Miss Marple.
- La novela negra, con sus investigadores menos racionales, más intuitivos, con códigos morales propios, que no siempre respetan la ley y cuyo campo de acción son las calles y los delincuentes de baja estofa, aunque a veces se relacionan con gánsteres que recurrentemente ascienden desde las calles a las cotas más altas del hampa, tipo Philipe Marlowe o Sam Spade.
En consecuencia, a la hora de plantearnos escribir una novela de género, sería un buen punto de partida elegir una de las dos tendencias y plantearnos unas cuantas preguntas: ¿Va a haber una investigación? En caso afirmativo ¿qué tipo de investigador me gustaría que fuese el protagonista de mi historia? ¿Policía, detective, periodista, abogado? En caso negativo, ¿qué es lo que realmente quiero contar y cómo?
Hay que decir que en una novela cuya trama esté formada por la investigación de un crimen lo que interesa es la propia investigación, los métodos deductivos y las dotes investigadoras del protagonista, que será un héroe. Por el contrario, en las novelas en donde no hay una investigación o si la hay no es lo más importante, lo que importa son los personajes, el paisaje geográfico y social que habitan y, sobre todo, una buena dosis de crítica social, para lo que nos serviremos de un personaje antihéroe, de un perdedor, el típico arquetipo que sabe que nada puede hacer en contra de un sistema que le viene grande, pero que, no obstante, lo hace, no se rinde, porque es su naturaleza. Luchará y caerá, pero volverá a levantarse.
Hasta 1920, la línea dominante fue la de la novela enigma y de misterio, que nace, como ya se ha dicho, del relato de Poe y está más bien influenciada por la novela gótica y los ambientes victorianos. Aunque la novela negra inicia su camino en los años veinte, a finales del siglo XIX surge un nuevo movimiento muy influyente en Francia: el naturalismo, que influiría decisivamente en la novela negra. Emparentado con el realismo, reproduce la realidad indagando en los aspectos más cotidianos, incluso vulgares, que hasta ese momento (si obviamos la picaresca, que se exportó a todo el mundo en el siglo XVI y de la que sin duda tiene influencias) habían pasado bastante desapercibidos o simplemente no habían existido para la mayoría de los escritores. Presenta a los seres humanos sin ningún albedrío, determinado por la herencia genética y social y por el medio en el que le ha tocado nacer y desarrollarse como persona: podríamos decir esto mismo de la novela negra.
Los principales rasgos del naturalismo son los siguientes:
- El ser humano existe determinado por fuerzas que no puede controlar.
- Como postula la teoría filosófica determinista, el hombre está controlado por sus instintos y sus pasiones, así como por el entorno geográfico-social y económico.
- La literatura naturalista actuaría como una colección de documentos sociales al plasmar la realidad ordinaria de forma imparcial y rigurosa.
- El naturalismo observa la realidad con nuevos ojos bajo una óptica amoral, al contrario que el realismo, que solo fija en los textos actitudes derivadas de los valores burgueses dominantes.
- La estética del naturalismo va en la línea de no diferenciar «lo bello» de «lo feo» ni juzgar lo uno mejor que lo otro si ambos conceptos son ciertos.
- Las novelas naturalistas plasman las vidas de las capas sociales más bajas que había olvidado el Realismo burgués. Los personajes pertenecen a las clases bajas: rateros, vagabundos, proletarios y gente lumpen.
Esto no lo es, pero podría ser una carta fundacional de la novela negra, incluso del realismo sucio, que iban a llegar para quedarse a partir de los años veinte. Se considera que el naturalismo es una evolución del realismo, al igual que la novela negra es una evolución de la novela enigma.
A menudo, el género negro se cuestiona por su falta de esencia literaria (un planteamiento claramente equivocado), por ser algo vulgar, ya que todas aquellas novelas que empezaron a venderse por unos centavos en todos los quioscos de América a principios de los años veinte las consumían masivamente una multitud de ciudadanos que cada vez tenían más tiempo libre, mayor poder adquisitivo e inquietudes literarias (a falta de otro modo de ocio) que satisfacían leyendo estas novelas pulp en las que se les hablaba en un idioma muy cercano al suyo, lejos de exhibicionismos preciosistas del lenguaje culto. Además, las historias que emanaban de aquellas páginas de papel barato eran como las que ocurrían a la vuelta de la esquina, lejos de mansiones victorianas o campiñas inglesas, que para el americano de a pie eran paisajes incomprensibles.
Mucho se ha hablado y se sigue hablando a lo largo de festivales, artículos, ensayos y redes sociales sobre el origen de la novela negra, y se ha oído a veces algunas cosas demasiado hilarantes, demasiado faltas de rigor y desde luego no exentas de una imaginación que destila una ignorancia difícil de sostener a poco que se indague. Se escuchan cosas como que la novela negra nace en la Biblia, con la historia de Caín y Abel, o en El Quijote, o antes de la creación de las galaxias, en el Big Bang. Todo mentira, todo ello consecuencia de una alta capacidad de invención y de una ignorancia endémica. La novela negra nace en la revista Black Mask. Es un hecho registrado que Carroll John Daly publica en la revista el primer relato de un private eye hardboiled (detective privado duro de pelar) en 1923, unos meses antes que Hammett. La personalidad del detective de los primeros relatos fue evolucionando hasta llegar a adoptar la figura de Race Williams. Según diversas fuentes, si en la portada de la revista aparecía el nombre de Carroll John Daly, las ventas se incrementaban entre un 15 % y un 50 %.
Las historias de Daly tratan sobre hombres en constante peligro de ser asesinados. La trama favorita de Daly es la formada por tipos que se infiltran o intentan entrar en la guarida del malo, o que se encuentran con policías corruptos. Cuando no se encuentran amenazados, sus héroes intimidan o amenazan con matar a algún secuaz a sueldo de las mafias. Cuentan con aliados que los ayudan, hombres o mujeres, valientes, pero mucho más frágiles. Desde el principio, estas historias violentas, con los personajes en constante peligro, atrajeron la atención del público, unas historias que hablan de corrupción, de cómo una mafia u organización dedicada al mal puede infiltrarse hasta los cimientos de la sociedad y obtener una posición fuerte tanto en lo social como en lo político.
Pero no todo es violencia, ya que en las novelas de Daly se enfatizan aspectos tales como la gastronomía y los buenos restaurantes, o el amor por la música y la lectura. Vee Brown, uno de sus detectives, es compositor de canciones cuando no investiga. Algunos críticos califican a Daly como precursor de las historias de superhéroes en los cómics (la guarida del villano, alter ego de sus héroes, etcétera).
La relación de los detectives de Daly con las mujeres es el origen de la femme fatale. Las heroínas de sus novelas corren tras el detective, no al revés. Como ejemplo, podríamos citar a The Flame, la despampanante líder de una banda de chantajistas del inframundo enamorada de Race Williams y que quiere poner su mundo a los pies del detective. Igualmente, su detective Satan Hall es perseguido por una joven perteneciente a una pandilla de mafiosos. En cualquier caso, todavía son figuras ambiguas y no del todo perversas.
Puede que las historias no estuvieran dotadas de tramas brillantes, puede hasta que fueran toscas, pero Daly acuñó un tipo de detective nuevo: solitario, con un código moral particular, cínico y violento, alejado de los detectives tradicionales victorianos o del precursor Dupin, de Poe. Mientras estos echaban mano de la lógica y la deducción (todo estaba en su cabeza, en su intelecto), el nuevo prototipo se fía más de su instinto, saliendo a las calles (su hábitat natural), creando un nuevo tipo de novela naturalista muy particular: el detective es un trasunto de aquellos llaneros solitarios de los westerns teletransportado a la gran ciudad.
Daly fue maltratado por los críticos, siguiendo la creencia de estos de que todo relato simple o popular es malo y todo relato enrevesado tendente a la sofisticación y al aburrimiento es bueno. Pero cuanto más le criticaban, más vendía, y más creció su figura como escritor y como lo que hoy llamarían influencer sobre otros escritores. Y llegados al tema de la influencia, contrariamente a lo que se cree, fue Daly el que más contribuyó a que otros escritores crearan personajes similares a los suyos. Hammett contribuyó también con el agente de la Continental y la representación de inframundos urbanos, pero no es un detective solitario. Es más, representa los intereses de una compañía, demasiado alejados de los valores del tipo de detective literario que terminaría por asentarse en la literatura hardboiled. Participó en el desarrollo del código moral del detective y aportó, sobre todo, realismo. Su influencia fue mucho más efímera que la de Daly. De hecho, los autores que imitaron su estilo de escritura de precisión (Rogery Torrey, Paul Cain o Raoul Whitfield) desaparecieron a finales de los años treinta.
Mickey Spillane, padre literario de Mike Hammer, era un ferviente admirador del personaje Race Williams de Daly. Lo era tanto que llegó a admitir que Hammer se inspiraba en Williams, y así se lo hizo saber a Daly mediante una carta. El agente de este quiso interponer una demanda por plagio, pero se cuenta que hacía tanto que Daly no recibía una carta de un admirador en términos tan halagadores que él mismo paralizó el proceso; una muestra más de la influencia del neoyorquino. Si los polos opuestos se atraen, este puede ser un buen ejemplo. Spillane era un anticomunista convencido admirado por ultraderechistas, que se hizo testigo de Jehová. Su detective Mike Hammer protagonizaba novelas en las que todo aquel que delinquía tenía que morir o ser encarcelado, y en las que todos los policías, jueces y políticos eran inmaculados, al contrario que la tendencia de la época de retratar la corrupción de las instituciones.
A principios de la década de los cuarenta, Raymond Chandler imagina a un detective capaz de actuar como un caballero solitario moderno, bromista, mordaz, cínico, descarado, insolente, sarcástico, harto de la vida… Este concepto le debe más al Williams de Daly que al agente de la Continental de Hammett, y es el que perdura a través de las novelas de autores como Ross Macdonald, Robert B. Parker, John MacDonald o Elmore Leonard. Además, en las novelas de Daly brilla con luz propia un elemento estilístico que solo Chandler consigue utilizar y mejorar con maestría: el símil. Es además una herramienta técnica que evita las largas y tediosas descripciones para añadir ritmo, otro de los atributos de la novela negra. Si se sabe utilizar, contiene la suficiente profundidad como para ofrecer un amplio contenido literario. Valga un ejemplo, el de la página 97 de su novela The Snarl of the Beast, en la que Race Williams ve una calle «tan fría como la sonrisa de una vieja sirvienta». Esto, que parece anecdótico, va a marcar toda la novela negra que vendría después.
Llegados a este punto podemos decir que Daly sería el verdadero padre de la novela negra, no solo por ser el primero que definió el arquetipo de detective; esto no es lo más importante, pese a que la cuestión temporal está ahí. Lo importante fue que el burócrata agente de la Continental de Hammett no fue el modelo de detective que perduró. Hasta ahora se ha hablado de Hammett y de Daly de manera cualitativa. Si hablamos cuantitativamente, Hammett, con sus cinco novelas publicadas, también sale perdiendo frente a las diecinueve de Daly, por no hablar de los relatos e historias cortas del segundo, que se publicaron ininterrumpidamente en las revistas pulp desde 1923 hasta mayo de 1955. La tercera pata es Raymond Chandler, que, si bien se declaraba admirador de Dashiell Hammett, hay que considerarlo heredero literario de Daly. Pese a la influencia de Chandler, cuantitativamente también pierde frente a Daly, con sus siete (más una) novelas publicadas. El «más una» viene al caso por la novela incompleta Poodle Springs, de la que Chandler dejó cuatro capítulos escritos tras su muerte, y que terminó Robert B. Parker. Si bien el protagonista es Marlowe, es un Marlowe algo distinto.
Ante a lo expuesto anteriormente, podemos considerar a Daly, Hammett y Chandler la Santísima Trinidad del género negro, en donde sin duda Daly ocuparía el papel de Padre. Chandler sería el Hijo por la canonización del estilo y su influencia posterior. Hammett sería el Espíritu Santo, el pegamento, el halo que siempre sobrevuela el género desde su nacimiento. Es el menos sólido en cuanto a la coherencia en el estilo, a pesar de haber escrito tres obras maestras: Cosecha roja, El halcón maltés y La llave de cristal. Sin embargo, su estilo es irreconocible en novelas como El hombre delgado, que parece más bien una comedia de Billy Wilder. Hammett explora otros territorios (divaga literariamente), algo que no ocurre en las novelas de Chandler, seguramente por ser un escritor más tardío y con un estilo más personal, aunque el Marlowe de los primeros relatos no es el mismo que el de las novelas. También lo hace Daly en muchas de sus novelas, en las que el detective todavía es un reflejo del investigador deductivo al modo de Holmes o Poirot (con sus propios watsons que narran la historia, como Mack en la novela El séptimo asesinato) o del investigador que lucha contra entes terroríficos del inframundo. Daly es un puente entre lo antiguo y lo nuevo, entre la novela enigma y la novela negra.
Para los que piensan que la novela negra es mero entretenimiento, que lean Cosecha roja. Hammett fue detenido en la caza de brujas de McCarthy por sus ideas comunistas. Chandler era un tipo más clásico y refinado debido a su educación británica, y hay que leer entre líneas para extraer algunas conclusiones sobre sus ideas políticas, no muy en concordancia con el sueño americano ni con el sistema capitalista, desde luego. Valga el ejemplo de su novela La ventana alta, en donde Marlowe, frente a los policías Breeze y Spangler, saca a relucir «el caso Cassidy», una escena típica de los relatos de detectives con policías deshonestos, corrupción municipal, ricos que compran a la policía y el detective privado que se encarga de que se haga justicia. Daly estaba en contra de las ideas de ultraderecha y supremacistas (de ahí lo sorprendente de la admiración de Spillane). Es especialmente significativa su novela anti Ku Klux Klan Los caballeros de la palma abierta (1923), en plena vigencia del despreciable movimiento.
La novela negra no desplaza a la novela enigma. Ambas corrientes conviven hasta nuestros días, con sus diferentes corrientes que a veces se convierten en subgéneros. Es especialmente interesante el género policíaco, que no siempre es fuertemente procedimental. Por tanto, habrá policíacas que pueden ser catalogadas como novelas negras y otras que no. Pongamos un ejemplo. Antes hablábamos del detective Mike Hammer, de Mickey Spillane. Es verdad que Spillane, para construir a su personaje, se inspira en el arquetipo literario del detective hardboiled, pero para construir sus tramas se inspira también en un conjunto de ideas y patrones muy conservadores: todos los policías, los jueces y los políticos son buenos y sus antagonistas, es decir, los delincuentes, sean del tipo que sean, son malos, incluso golfos o vagos, como si ser golfo o vago fuera un tipo de existencia menor que la de un monje cartujo o un cartero de correos, y por tanto, hay que encerrarlos o eliminarlos. Este planteamiento que, obviamente parte de una premisa equivocada, daría origen a posteriores novelas, películas o incluso sagas, como por ejemplo la de Harry el Sucio, entre otras. Obviamente, este tipo de policial no se puede considerar un relato negro, porque adolece de crítica social, no denuncia la corrupción institucional reinante, sino que hace todo lo contrario, ser su más firme partidario.
Sin embargo, hay otro tipo de policiales que pueden ser considerados relatos negros, como las novelas del distrito 87 de Ed McBain. Es cierto que en cada novela de la saga hay un caso, a veces varios. Puede que haya un crimen y que haya un delito de poca monta que se resuelve en cuatro páginas. Pero ni Steve Carella ni Meyer Meyer ni Hal Willis ni el resto de policías de la comisaría nacen del mismo arquetipo que Mike Hammer, todo lo contrario. Patrullan las calles y se juntan con vagabundos y yonquis e incluso a veces los ayudan, porque los malos son otros.
En España, la tendencia no ha acabado siendo el hardboiled puro y duro, pero tampoco encontramos demasiados policías o detectives que nazcan del mismo arquetipo de Mike Hammer. El Belvilacqua de Lorenzo Silva o el Goiko de Javier Abasolo o el Masip de Rafa Melero son policías o lo han sido. Pero tienen los suficientes fantasmas personales como para que la tramas por las que transitan se limiten solo a una investigación policial: existe el conflicto general de la trama y los propios conflictos personales de los protagonistas. Están bien caracterizados y son más similares a los policías de Ed McBain y, por tanto, protagonizan buenas novelas negras.
Para terminar, podemos hablar de novelas negras en las que no hay policías ni detectives y que, por tanto, no tienen ya casi ningún vínculo con la novela enigma. El primero que se desligó fue William Riley Burnett, que trabajó en un hotel de Chicago. La combinación «hotelucho-Chicago-violentos años veinte» tuvo como consecuencia que William se relacionara con toda clase de tipejos y hampones, entre ellos el asesino a sueldo de un gánster conocido como Barber. El bendito trabajo sería el germen de una carrera inigualable dentro del género, y fue responsable de la primera novela de Burnett, Pequeño César (1929). Fue llevada al cine dos años más tarde de la mano del director Mervyn LeRoy, producida por First National Pictures (Warner) y protagonizada por un entonces desconocido Edward G. Robinson, que inicia así una carrera fulgurante como actor en películas de gánsteres. En España la película se tituló Hampa dorada. Pero lo más importante, literariamente hablando, es que Burnett inventa la crook story, alejándose de las novelas de detectives. Burnett escribe novelas en las que los protagonistas son generalmente inmigrantes que no van a poder salir adelante por medios convencionales y que por tanto delinquen, llegando a rozar y a alcanzar, aunque solo temporalmente, el sueño americano. Si digo «temporalmente» es porque en la mayoría de los casos sus personajes terminan por emprender una huida hacia adelante o un descenso a los infiernos, acosados por bandas rivales, la policía o sus propios fantasmas, como posteriormente ocurrió con las novelas de David Goodis.
En España, optan por esta opción casi todos los escritores pertenecientes a la llamada Generación de la Transición: Andreu Martín con Prótesis, Juan Madrid con la saga de Toni Romano, Julián Ibáñez con Bellón o Carlos Pérez Merinero con sus personajes psicópatas a lo Jim Thompson narrando en primera persona, sin olvidar a Francisco González Ledesma y Manuel de Pedrolo. De la generación posterior empieza a destaparse Alexis Ravelo con la crook story La estrategia del pequinés, que ganaría el Premio Hammett de la Semana Negra de Gijón. Y tras pasar una pandemia y diversas crisis, surgen una serie de autores interesantes que mezclan la novela negra con el realismo sucio, lo cual no es extraño, ya que ambos estilos comparten al antihéroe como protagonista de las tramas (mínimas, porque aquí interesan más los personajes y la poética del desencanto), como Olga Merino, Esther García Llovet, Núria Bendicho, Diego Amexeiras, Jordi Ledesma, Pablo Rivero (el gijonés, no confundir con el actor de Cuéntame, que también escribe) o yo mismo.
Resumiendo:
- La novela negra es una escisión de la novela enigma y ambas conviven hasta el día de hoy.
- En novela enigma, la trama consiste en la resolución de un misterio por parte de un policía o un detective (héroe-ganador-restablecimiento del orden establecido).
- En novela negra puede haber policías o detectives, pero no son el modelo intuitivo y racional de los que intervienen en una novela enigma. Son intuitivos y pueden llegar a ser violentos. Bajan a las calles y no tienen inconveniente en relacionarse con delincuentes.
- En una novela negra puede no haber policías ni detectives. Los protagonistas pueden ser delincuentes o personajes del lumpen que bordean la delincuencia (antihéroe-perdedor-sin restablecimiento de orden).