Espacio AQ
Jesús Palacios y Rakel S. H.
2022-07-15
Compleja y completa jornada la de ayer, pasado ya el meridiano de la Semana, entre política, testimonio y, por supuesto, novela negra. Comenzamos sintiéndonos un poco avergonzados ante el sociólogo de la Universidad Carlos III de Madrid, Robert M. Fishman, invitado al Aula de la SN por la Universidad de Oviedo y quien, partiendo de las tesis expuestas en su reciente libro Práctica democrática e inclusión (La Catarata) y tras ser presentado por el omnipresente Rubén Vega, nos sacó los colores con su charla Divergencias entre Portugal y España: las consecuencias duraderas de las transiciones desde la dictadura. ¿Qué por qué nos sacó los colores? Pues porque tras su documentada, amena y erudita exposición quedó claro que no es lo mismo acabar con una dictadura reaccionaria militar con una revolución popular, por muy floral que fuera, como lo fue la Revolución de los Claveles de 1974, que esperar a que el dictador se muera de vejez y aburrimiento, por mucho que le incordiaran terroristas, opositores en la clandestinidad y boicots de todo tipo. Aunque tanto España como Portugal comparten superficialmente historias parecidas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, las diferencias profundas entre ambas transiciones han dejado no menos profundas huellas en la praxis democrática en el gobierno de ambos países, que, para nuestra incomodidad, pesan positivamente muy a favor del vecino país ibérico, donde su tradición política moderna se ha traducido en unos gustos culturales, una educación y una participación en la vida pública mucho más inclusivos y sólidos en la evolución de sus políticas de igualdad o desempleo y en la persistencia de los distintos partidos e ideologías de progreso. Por mucho que a veces suavizara su discurso, quedó meridianamente claro que Fisherman se inclina por el sistema portugués, que debería servirnos como ejemplo de forma evidente. Y además, qué demonios, ven todo el cine y las series en versión original subtitulada. ¡Eso es cultura, joder! (con perdón).
Más historia sin histeria vendría inmediatamente después de la mano de dos viejos y buenos amigos de la Semana, representantes de lo mejor y más granado de la novela histórica española: Alfonso Mateo-Sagasta y Fermín Goñi, convocados para la presentación del libro del segundo Un día de guerra en Ayacucho (Fondo de Cultura Económica de España). Con su habitual intensidad y estilo tan apasionante como apasionado, Fermín Goñi recrea en su nueva obra la batalla decisiva para la Independencia de las Américas, que arrastraría a toda Hispanoamérica a su emancipación definitiva del dominio español. Por la presentación tanto como por el libro desfilaron personajes como Simón Bolívar, el general Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, o el militar español José Canterac, pero también guerrilleros y reclutas, montoneras, republicanos, masones y monárquicos, en un escenario épico de sufrimiento, sangre, sudor y lágrimas, a 4.000 metros de altitud, enfrentando a veces familiares a un lado y otro de las filas de ambos bandos, que acabaría siendo también el de la definitiva conquista de la libertad para América del Sur, donde Goñi destaca el papel de la mujer a través de su protagonista femenina, que sirve como hilo a su narración.
Con la novelista leonesa Marta Prieto, que tuvo un emotivo recuerdo para el llorado Fernando Marías, quien presentara su libro poco antes de morir, volvimos a la novela negra, pero sin dejar tampoco al tiempo la historia más reciente ni la realidad más escabrosa, pues su obra La Ilustrísima (Alrevés), que presentó acompañada por Carolina Sarmiento, ha buscado inspiración en la violenta muerte de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León asesinada a tiros el doce de mayo de 2014 por Montserrat González y su hija, Triana Martínez González, crimen que conmoviera profundamente a la sociedad española y cuyos ecos siguen resonando hoy día, especialmente en la propia León y hasta en Asturias. Marta Prieto, siguiendo hasta cierto punto la tradición de Truman Capote, pero como señaló ella misma a su presentadora, también la del gran Rodolfo Walsh, que le precedió en la práctica del true crime novelado, ha creado una historia de ficción alrededor de este hecho real, en una ciudad sin nombre pero no muy difícil de identificar, que le sirve, gracias a la distancia literaria y su protagonismo coral, para hablar de la corrupción del poder, el odio y la venganza personal, la prensa sensacionalista y el morbo que suscita el crimen, sin carecer de humor ni de ácida crítica social. De hecho, la autora remarcó lo alucinante de escuchar opiniones que justificaban el asesinato de la diputada por su mala gestión y acusaciones de malversación de fondos públicos, como si fuera perfectamente lógico en una sociedad moderna y democrática matar a tiros a los políticos corruptos (¿será tan mala idea? No sé, pregunto…), así como su intención de narrar también una historia negra con firme base en la realidad sobre mujeres malas. Pero malas, malas de verdad, escapando al tópico actual del género que insiste casi en exclusiva en su papel positivo, ya sea como heroínas sin tacha ya como víctimas de violencias machistas varias. Porque, queridos y queridas: el mal no tiene sexo y practica a menudo la paridad sin prejuicio alguno.
Menos mal que después de esta inmersión en las negras aguas del crimen real, aparecieron Laura Fernández y Julio César Iglesias, para presentar el segundo, en pleno éxtasis de admiración, la novela de la primera La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House), probablemente la obra literaria de ficción más premiada del pasado año y, como no podía ser de otra manera, dada su naturaleza de fábula fantástica, finalista al premio Celsius que otorga la Semana Negra a las mejores obras de este género(s). La ya veterana escritora, con seis novelas a sus espaldas de un grosor, complejidad y riesgo formal que no se salta un gitano, sigue practicando su literatura post-hiper-moderna, donde lo personal se funde con lo metarreferencial, lo real con lo ficticio y lo posible e imposible celebran una loca reunión que también evoca e invoca, como hicieran la autora y su entusiasmado presentador, nombres tan sonoros y peculiares como los de Thomas Pynchon, Foster Wallace, Roald Dahl, Terry Pratchett, Joy Williams o el fantasma sin nombrar pero siempre presente junto a Laura Fernández de Philip K. Dick. Un poco o un mucho de todos ellos hay en este anti-cuento de Navidad, que es también la historia de una ciudad más improbable que imposible, llena de personajes singulares, con aroma a Twin Peaks y digna de El show de Truman, pero que parte en realidad con sus calles eternamente nevadas del homenaje a Gremlins, esa obra maestra del cine de los ochenta, nunca suficientemente alabada. Y es que si algo nos gusta de las obras siempre desafiantes, complejas pero llenas de humor e imaginación de Laura Fernández es su amor por los géneros populares, la cultura pop y el pulp, que combina y recombina para construir sus propios universos de ficción, llenos también de sentimientos y emociones personales, que evaden fáciles clasificaciones y conquistan a lectores de muy variado carácter y gustos, para sorpresa, sin duda, de la propia autora.
Llegaron después en rápida sucesión dos presentaciones netamente noir. Primero la de la nueva novela de Javier Sagastiberri, nuestro superviviente favorito del txapela noir, que pese a sus recientes problemas de salud ya prácticamente superados no ha querido perderse la ocasión de presentar Muerte en el Carlton (Erein) en su querida Semana Negra, que tampoco hubiera querido perderse su presencia por nada del mundo. Ofició como presentador, por supuesto, el irresistible Luis Artigue, proselitista, misionero y cantor oficial del txapela noir, quien no dudó en recomendar encarecidamente la lectura de este genuino whodunit de tintes negros, por supuesto, alrededor del asesinato de un poderoso y corrupto empresario vasco, muerto en medio de su propia fiesta de cumpleaños ante cien invitados. Es decir: cien sospechosos para Ana Larburu, la suboficial de la Ertzaintza que tendrá que desentrañar el turbio pasado del asesinado, si quiere atrapar a su asesino. Tanto Sagastiberri como Artigue tuvieron un emocionado recuerdo para Javier Abasolo, verdadero padrino y maestro del género negro en general (valga la redundancia) y de su variante vasca en particular, recientemente fallecido.
También tuvo unas palabras para Abasolo Alberto Pasamontes, que visitaba por vez primera la Semana para hablarnos de su nueva novela Traedme a la rusa (Cosecha negra), que presentó siendo sometido a meticuloso y severo aunque amable interrogatorio por el arrollador Alejandro Gallo. Pasamontes, que ganara el premio García Pavón en 2014, haciendo justicia al mismo y a su Plinio, ha escrito un rural noir a la española, es decir: de distancias cortas y pequeño pueblo, que aunque comparte aires campestres con el noir de la América profunda se dirime en ambientes más cerrados, próximos y sometidos a la vigilancia de las fuerzas policiales nacionales. Todo lo cual no impide que la protagonista de su historia, una joven migrante rusa con poca fortuna, se las vea y se las desee para escapar a las garras (si es que lo consigue…) de un siniestro narco. Admirador de Henning Mankell y Petros Márkaris, Pasamontes reconoció que si bien su trama de persecución y fuga pueda parecer poco original, le ha dado un toque nuevo y distintivo, usando la narración en segunda persona y una extensión breve, ágil y concisa. Teniendo al policial negro y a la ciencia ficción por los mejores medios de abordar la crítica social (que como a todo autor español de novela negra actual le resulta fundamental como necesario basamento de sus obras), se despidió amenazando con escribir próximamente una mezcla de ambos géneros, quizá para celebrar a su manera el cuarenta aniversario de Blade Runner en 2022 o el setenta que cumplirá el año que viene Las cavernas de acero de Asimov, primer gran clásico de la ciencia ficción negro-criminal.
Una jornada que comenzara con la historia y la política contemporáneas no podía sino terminar volviendo a ellas, a través esta vez de la puesta de largo en la SN del libro Desindustrialización, memoria, patrimonio y representaciones (Trea), coordinado como editores literarios por Irene Díaz y Rubén Vega, rotunda obra académica pero, insistió Irene Díaz, asequible para cualquier lector interesado en la materia, en la que han participado un ingente número de especialistas internacionales, fruto de un proyecto de casi cuatro años que aborda los efectos y la huella dejada por los procesos de (des)indutrialización llevados a cabo por el capitalismo galopante en su implacable globalización, emprendida a mediados de los años setenta del pasado siglo y marcada por su irrefrenable ansia de crecimiento y progreso imparables, a cualquier precio y a costa de cualquier elemento humano. Un proceso que, aunque extendido por todo el mundo, ha sido particularmente duro y radical en el Norte de España y Europa, especialmente en la propia Asturias, como atestiguan el desmantelamiento de los astilleros del Musel, de la Naval donde hoy se erige la Semana Negra, como prueba fehaciente de la reificación y gentrificación de un espacio antaño industrial en nuevos usos culturales y sociales, o de las industrias de Ensidesa y Arcelor.
Este ambicioso proyecto pretende repensar no solo la historia de tales procesos, sino su impacto multidisciplinar y herencia actual en las artes, la literatura, la sociedad, la filología, el cine y otros modelos representacionales, gracias a los cuales también se conservan vivas tanto las trágicas o dramáticas consecuencias de la (des)industrialización, con sus despidos, cierres, paro y costes humanos, como también las redes de solidaridad, identidad y resistencia obrera que surgieron de esta, constituyendo un activo vivo para la memoria colectiva, que puede y debe incorporarse tanto al estudio histórico de la sociedad industrial y su (des)industrialización, como a la busca de nuevos modelos alternativos de convivencia así como soluciones prácticas para la sociedad postindustrial en la que vivimos y morimos. Y tras esto, nos desmantelamos hasta la próxima jornada.