Espacio AQ
Jesús Palacios y Rakel S. H.
2022-07-12
Ayer, jornada reivindicativa, feminista, polémica y política más que policial en un Espacio AQ abierto al debate social de más rabiosa actualidad. La tarde comenzaba, directamente, con la charla dentro del ciclo ofrecido por la Universidad de Oviedo a cargo de Isabelle Touton, profesora de cultura española contemporánea de la Universidad de Bordeaux Montaigne, significativamente titulada ¿Es puritana la creación feminista actual?, pregunta que sospechábamos retórica y cuya respuesta presentíamos de antemano: no. Tras ser presentada por su colega David Becerra Mayor, Touton pasó a ilustrar su tesis con un nutrido número de ejemplos de creación artística y literaria feminista de hoy en día, tomados tanto del cómic como del humor gráfico o la narrativa, confirmando que la inmensa mayoría de artistas y autoras del feminismo más actual y radical son también radicalmente partidarias de la libertad sexual, y no solo no evitan tratar el erotismo y el sexo en sus obras, sino que lo hacen de forma desinhibida y combativa, aunque sobre todo abundaran los ejemplos en torno al sexo lésbico. Por nuestra parte, ávidos y ávidas lectores como somos de la lesbiana pro-pornografía Camille Paglia, de la King Kong francesa Virginie Despentes, de la wiccana y bisexual Carole Queen y de otras mujeres en llamas, ya estábamos más que convencidos y lo celebramos en orgiástica complicidad tan a menudo como podemos y nos dejan.
A continuación, llegó un agradecido interludio negro criminal, de manos de nuestro autor de txapela noir favorito: el irresistiblemente simpático Jon Arretxe, presentado por su fan número uno, el entusiasta Luis Artigue. Arretxe vuelve a la carga con su peculiar detective y ladrón migrante, Touré, quien en La mirada de la tortuga (Erein) ha dejado sus escenarios navarros y parisinos originales para instalarse en el meollo multicultural del madrileño barrio de Lavapiés, hogar también de la pequeña y estupenda librería Burma, que lleva años sobreviviendo a base de amor al libro en general y a la literatura negra y policial en particular. Allí, deberá descubrir, con ayuda de su algo más que amiga Sa Kené, dónde han ido a parar las joyas que se trajo de París y escondió, con poca picardía, en el parque del Retiro. Su única pista: una tortuga. Con mucho humor y su habitual capacidad para describir los ambientes marginados y marginales, Arretxe insistió en que se trata, como el resto de las divertidas aventuras de Touré, de una novela de puro entretenimiento y emoción, que retrata por supuesto el entorno social desfavorecido de sus personajes —en este caso y para sorpresa del propio autor, las mafias de los restaurantes indios, procedentes de Bangladesh en su mayoría, que mantienen a sus trabajadores en condiciones de miseria aún peores que las de muchos africanos subsaharianos—, pero que no pretende en absoluto erigirse en literatura política, sino ser lisa y llanamente novela negra, eso sí: a su estilo siempre personal y singular. Ahora solo queda esperar que las novelas de Touré se conviertan en serie, para que así se vendan más y las lea más gente, que es para lo que deberían servir las series, al menos en un mundo ideal.
Más novela negra, ahora a cuatro manos (no será la única), con la presentación de En el descuento (Alrevés), de los veteranos José Ángel Mañas, ausente, y Jordi Ledesma, quienes unieron esfuerzos y estilos dispares pero bien acompasados para urdir una historia criminal violenta y llena de suspense, protagonizada por un peculiar personaje: el cojo Chúster, antigua estrella estrellada del fútbol, que acaba de salir de prisión por proteger a su colega Francisco y pronto va a caer de Málaga en malagón a lo largo de una noche salvaje, que de golpe fácil se va a convertir en juego con la muerte. Más amigo de perdedores que de héroes de una pieza, como le confesó a su introductor, Santiago Álvarez, Ledesma se ratificó en su amor por el género negro y sus tópicos, prefiriendo su espacio mítico al realismo del procedimiento policial de moda, que le aburre y le supera.
Tras el paréntesis noir, volvimos al escenario de las luchas políticas y sociales, esta vez obreras y sindicales, dentro del contexto del sindicalismo radical asturiano y gijonés. Fue con la presentación del trabajo Así que pasen cuarenta años. La CSI (1982-2022) de Rubén Vega García, historiador y profesor de la Universidad de Oviedo, máximo especialista en la historia del sindicalismo y el movimiento obrero asturiano moderno. Porque, contrariamente a lo que algún visitante foráneo despistado pudiera pensar, esta CSI no es la Crime Scene Investigation de Las Vegas, Miami o Nueva York, sino la Corriente Sindical d’Izquierda de Asturias, fundada en 1982 por sindicalistas descontentos, procedentes en su mayoría de Comisiones Obreras, que conformaron, organizaron y encabezaron la mayoría de las famosas acciones reivindicativas a favor de los maltratados trabajadores de los sectores metalúrgicos y navales asturianos que marcaron los años ochenta y noventa. Como remarcó emocionado Rubén Vega a las preguntas de su presentador y colega, el también historiador José Antonio Pérez, le resultaba de especial significación presentar su nueva obra en el marco actual de la Semana Negra: la Naval, tierra santa sindical que tantas veces fuera, precisamente, escenario de luchas, huelgas y manifestaciones.
Con Así que pasen cuarenta años. La CSI (1982-2022), su autor vuelve también a su «escena del crimen» original, pues su primer libro fue un pionero historiar este sindicato radical, sin el cual ni se entiende ni hubiera existido, en realidad, la más significada y significativa lucha obrera asturiana reciente, que no dudara tampoco en apoyar las reivindicaciones laborales de trabajadores gallegos o vascos. Negando cualquier acusación de violencia desmedida o terrorismo de tipo alguno, que a menudo se esgrimieran en su contra, Vega reconoció que está en el aire el papel que la institucionalizada CSI actual puede y debe representar en el marco de la desindustrializada España de hoy, poniendo sobre el tapete la necesidad de reinventarse, manteniendo siempre sus principios radicales y combativos.
A continuación, de vuelta al negro por un momento, si bien con aires feministas y de denuncia social, con El deseo eterno (Distrito 93), nueva novela también a cuatro manos (ya lo dijimos), obra de David Zaplana (ausente) y Ana Ballabriga, nueva vuelta de tuerca al tema de la violación y venganza (rape & revenge, que decimos los friquis del cine violento y gore), que sus autores escriben en tan estrecha colaboración que ni las cenas ni los viajes se salvan de discusiones sobre su desarrollo y personajes, en las que a veces hasta colaboran sus hijos pequeños. Comparada por el presentador, de nuevo Santiago Álvarez, con una suerte de Conde de Montecristo feminista, esta historia de violencia machista, vendetta y justicia por encima de la ley, no reivindica la venganza como respuesta a los fallos del sistema legal, pero sí la ve con cierta simpatía, reconociendo su autora que los grandes cambios sociales rara vez se consiguen por las buenas. Los admiradores de Charles Bronson ya lo teníamos claro desde hace tiempo.
Hombres tóxicos y vengadoras feministas aparte, la recta final tuvo sabor netamente político, con la presentación primero del ensayo Después del acontecimiento (Txalaparta) de David Becerra Mayor, introducido en toma y daca experto por Isabelle Touton, haciendo gala de brevedad y concisión; y después del libro Del sueño democrático a la pesadilla populista (Isidora) de Gaspar Llamazares, como si la maquiavélica mente organizadora de estos encuentros A Quemarropa quisiera presentarnos en rápida e intensa sucesión la nueva y la vieja izquierda en diálogo dialéctico. Por un lado, Becerra Mayor, partiendo del concepto de acontecimiento desarrollado por el filósofo marxista francés Alain Badiou, ilustra con su breve pero intenso librito El retorno de lo político en la literatura española tras el 15-M, siendo, por supuesto, el 15-M el acontecimiento radical y revolucionario que cambió el modelo hegemónico en la narrativa vigente hasta entonces en nuestro país, que su autor denomina «novela de la no-ideología», pero que, como bien explicó, respalda tácitamente la ideología dominante (es decir: el capitalismo), propiciando el surgimiento de nuevas corrientes novelísticas que presentan modelos sociales también nuevos, ya sea transitivas, planteando la transición a un nuevo tipo de sociedad por medio de pequeños o grandes actos de rebelión, ya intransitivas, planteando la fuga de la sociedad actual y la creación de otra u otras sociedades alternativas al margen de la capitalista. Trufando su apasionada exposición con citas de Woody Allen, Althusser y Raymond Williams, ilustres marxistas todos, aunque el primero más de Groucho que de Karl, fue una lástima que la charla estuviera marcada por la escasa asistencia de público, hecho innegable que plantea la problemática distancia existente entre el nuevo marxismo académico y el ciudadano medio de a pie, para quien a veces sus mensajes resultan demasiado crípticos, esotéricos y autocomplacientes.
Precisamente, esta distancia entre la izquierda y las clases medias y trabajadoras del siglo XXI, sobre la que urge reflexionar y actuar de forma realista, es la que está propiciando el resurgimiento del populismo de extrema derecha que Gaspar Llamazares describe, denuncia y explica en su ensayo Del sueño democrático a la pesadilla populista, presentado en aguda conversación con Jesús Iglesias. Llamazares, con la sencillez y capacidad comunicativa que le caracterizan, diagnosticó con precisión las condiciones específicas bajo las que está desarrollándose un populismo que hunde sus raíces en la historia misma, del 18 Brumario de Bonaparte según Marx al obrerismo de Lerroux en la Segunda República española, y que encuentra siempre en las crisis sociales y económicas su caldo de cultivo ideal, al que se une en el siglo XXI el universo digital de las redes sociales, especialmente adecuado para la falta de reflexión, la propaganda, el exabrupto paranoico y la confrontación, que tan caros son a los movimientos populistas. Mientras definió la izquierda como una cultura tradicionalmente analógica, reflexiva y creadora de discurso político, cabe preguntarse cómo frenar, pues, el relato populista digital, megalómano, cargado de furor casi religioso, que acude a los sentimientos y emociones primarios de una masa ciudadana empobrecida y desestabilizada, ofreciendo el enfrentamiento, el odio y el autoritarismo como mágica solución para todo. Ese es, sin duda, el gran reto del siglo XXI. Felices pesadillas.