Espacio AQ
Jesús Palacios
2022-07-10
Con casi todos los colores del negro empezaron ayer las actividades del Espacio AQ, predominando, precisamente, la narrativa criminal y los sospechosos habituales de la Semana, aunque sin hacer ascos a otros géneros, estilos y derivas literarias. Así, la novela Las manos de la guerra (Novelería), última entrega de La Trilogía de las Sombras, ficción histórica del profesor Juan Tazón, dedicada a su peculiar héroe de capa y espada con tintes noir, el capitán Alonso Cobos, que de los Tercios de Flandes pasara a espía entre el Madrid de los Austrias y el Londres isabelino (en cuya literatura e historia es reconocido experto Tazón), y quien en esta tercera aventura se verá arrancado de su tranquila vida retirado en Bergerac, para resolver quiera o no los sangrientos enigmas y cabos sueltos que le persiguen. Mucho ha tardado Tazón en finalizar esta erudita serie, repleta de referencias al papel que dramaturgos, poetas y actores, de Quevedo a Kit Marlowe, tuvieron en las intrigas políticas de su tiempo, y que comenzara allá en 2014. Al parecer, no es que el autor sea un pícaro vago redomado, sino que el retraso se debió, tal como explicó a su no menos egregio introductor, el magistrado magistral D. José Manuel Estébanez, a profundos desacuerdos con la editorial original de los dos primeros volúmenes, a la que el autor acabó abandonando a causa de las absurdas exigencias de malhadados malandrines que pretendían alterar su contenido y continente. Por suerte, hoy la trilogía completa está de nuevo a disposición de los amantes de la aventura histórica folletinesca, pero bien documentada. Mientras, Tazón prepara nuevas incursiones en su amado Londres y quizá en la Irlanda convulsionada por el IRA.
También como Tazón profesor en la Universidad de Oviedo (entre otras), pero centrado en intrigas muy distintas, a continuación, glosado por su amigo y colaborador Paco Erice, el joven investigador Eduardo Abad García presentó su libro A contracorriente: las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989) (PUV), un extenso y documentado estudio de la deriva del sector ortodoxo del PCE, a menudo calificado como prosoviético, que además de reconstruir la historia e histeria de su compleja evolución y desintegración en numerosas disensiones, quiere también esclarecer al punto una faceta olvidada y bien poco conocida del comunismo español y la Transición, a través del retrato detallado de militancia y militantes. Acogido su discurso con pasión por parte del nostálgico público asistente, nos quedamos con las ganas de empezar la revolución allí mismo, para acabar de una vez por todas con el capitalismo imperante y dar una nueva oportunidad al marxismo-leninismo. Otra vez será, nos tememos.
Siguiendo con la historia como protagonista, pasamos de escribirla con la H mayúscula de la España de Felipe II o la del eurocomunismo y la Transición a la h minúscula pero no por ello menos fascinante y merecedora de atención de la España de los bares y baretos musicales de antaño y de hogaño, con sus conciertos, pinchas y hosteleros melómanos. Fue a través del libro de Luis Argeo La plaza: confesiones de un bar musical (Milvecesmil), presentado por su autor y el veterano de la movida musical asturiana Rico Roces, donde, como su título indica sin engaño alguno, el legendario bar La Plaza de Gijón, abandonado por su dueño, arranca a confesarse, trazando así su devenir desde que fuera inaugurado en 1992 hasta el presente, ilustrando con mucha marcha pero también cierto halo de melancolía la evolución de los bares musicales asturianos y españoles. El cambio en gustos, público y hasta formatos (del vinilo al MP4, pasando por el CD), sin caer en el pesimismo, reivindicando las formas actuales para disfrutar música y cervezas, por mucho que a veces ya sea en nuestra casita en lugar de al calor del amor en un bar.
Y llegados a este punto, la tarde se empezó a poner negra, pero negra de verdad. Primero fue con la presentación de La vida en la punta de los dedos (RBA), del vasco Jokin Azketa, que reúne en su novela todas sus grandes pasiones: el montañismo, la literatura y el misterio, con una suerte de puesta al día del whodunit clásico a lo Agatha Christie, según señaló su introductor José Ramón Cabezas, pero situada en la Patagonia agreste y rebelde, donde su héroe, el escritor Norman Scarf, investigará el truculento asesinato de dos niñas, dividido entre su afán por hacer justicia y su interés en conseguir un argumento insuperable para su nueva novela. Azketa, nuevo ejemplar del txapela noir que en la Semana nunca ha de faltar, confesó sentir particular simpatía por la faceta más canalla y egoísta de su personaje, al que comparó con el Capote amoral y obsesionado por el mal de A sangre fría, prometiendo convertirle en protagonista de nuevos enigmas criminales, en plena naturaleza salvaje.
A partir de aquí, fue el no parar. El maestro español del género, al menos para sus muchos entregados fans, que abarrotaron la carpa de AQ, Lorenzo Silva, hizo doblete, primero junto a su amiga Noemí Trujillo, para presentar el segundo de los casos protagonizado por la inspectora Manuela Mauri, escrito como el anterior a cuatro manos entre ambos e inspirado, también como el primero, por un asesinato real. La forja de una rebelde (Destino), aparte de compartir heroína y autores, tiene en común con Si esto es una mujer el juego referencial, entre el homenaje, la apropiación y el revisionismo, de clásicos de la literatura moderna como la gran novela histórica de Ramón Barea o el relato autobiográfico de Primo Levi, travestidos con toda intención, como ambos autores confesaron durante el amable pero contundente interrogatorio al que fueron sometidos por el inefable Alejandro Gallo. Aunque la inspectora Mauri fue creada por Silva en su relato «Carabanchel Blues», se ha convertido ahora en criatura mimada por ambos, cuya nueva investigación tiene lugar, además, en pleno confinamiento por la pandemia del covid-19, reflejando experiencias dolorosamente reales de la propia Noemí Trujillo y viniendo a sumarse, como señaló Gallo, a varias piezas de Donna Leon o Petros Márkaris que se desarrollan a su vez en periodo pandémico, apuntando a un quizá muy necesario covid-noir.
A continuación, y mientras Silva no paraba de firmar, Miguel Rojo sirvió como nuevo maestro de ceremonias para presentar otro libro bien distinto del autor, saliéndose del negro para llevarnos al corazón de las tinieblas de los conflictos bélicos recientes en los que soldados y tropas españolas han participado (y participan) activamente, poniendo en riesgo sus vidas pero también segando las de sus enemigos señalados, siendo atacados pero atacando, siendo muertos pero matando. Nadie por delante (Destino), pone en clave de ficción las historias reales de militares españoles atrapados en el fuego de la batalla de Nayaf, en Irak, en 2004, o en la evacuación del aeropuerto de Kabul en 2021. Pero no se trata de una obra propagandística o complaciente, sino sobre todo de una pregunta en forma de libro. Pregunta que se hacen también los propios soldados que lo protagonizan: ¿Por qué nadie en su país sabe lo que están haciendo?
Silva, que donde pone el ojo pone la bala, señaló valientemente la ignorancia entre inconsciente y culpable del pueblo español acerca de la participación de sus fuerzas armadas en numerosos, sangrientos y quizá no del todo justificados o justificables conflictos armados y guerras actuales. Al margen de nuestra entrada en la guerra de Irak, que despertó un movimiento masivo en su contra a través de manifestaciones, firmas y protestas organizadas, poco o nada se publica, escribe o muestra de cómo España aporta hombres y armas a guerras con las que, a priori, poco o nada parece tener que ver, al margen de decisiones geopolíticas y servidumbres hacia pactos internacionales y acuerdos con Estados Unidos o la OTAN, tanto para bien como para mal. El debate social, la discusión periodística, el cuestionamiendo democrático de estas decisiones y las posteriores acciones que de ellas se derivan, es mínimo, por no decir nulo, mientras en países como Dinamarca, señaló Silva, hasta series de televisión como Borgen o un filme nominado al Oscar como A war abordan el tema, mostrándolo frontalmente. Dos cosas, por decir algo, quedaron claras o, quizás, demasiado oscuras: puede que no vivamos en una sociedad tan democrática como creemos y quizá no queramos saber ciertas cosas, para seguir así creyendo que somos un país europeo antimilitarista, pacífico y pacifista donde los haya. Mientras, en Belgrado, los serbios conservan como recordatorio los restos de los bombardeos de la OTAN, bautizados como las ruinas de Solana.
Volvimos al negro mayor para finalizar una primera jornada entre la oscuridad de la Historia y las historias más oscuras, primero con la presentación de la nueva novela de Javier Valenzuela, La muerte tendrá que esperar (Huso), última entrega de su trilogía del Tánger noir, presentada con su tradicional «albricias» por José Ramón Alarcón. Novela llena de protagonistas femeninas, corrupción política y vitalidad combativa, que su autor confesó escribir con un balón como fetiche y travistiéndose de mujer por fetichismo literario, para así mejor saber lo que cuesta desabrocharse un sujetador. Por su parte, y poniendo ya el punto final, el veterano del género y espíritu tutelar de la Semana desde tiempos inmemoriales, como señaló Alejandro Gallo en su doblete como presentador, José Luis Muñoz, se trajo consigo Brother: libertad (Milenio), primera entrega de la que será su trilogía noir consagrada a una saga de venganza, violencia y traición en la Usamérica Profunda, en clave de road movie, entre rednecks y white trash, producto en parte de sus tres meses de carretera y manta por los Estados Unidos del trumpismo, cuya lectura recomendamos alternar con la del magnífico Manifiesto Redneck (Dirty Works) de Jim Goad o la de casi cualquier libro editado en la misma colección por nuestro redneck nacional y estupendo editor, el gran Javier Lucini. Y ahora, ya, fundido en negro hasta mañana.