Espacio AQ
2021-07-18
Jesús Palacios (con la colaboración de Rakel Suárez)
Suele decirse que se guarda uno lo mejor para el final, lo que resulta ser más un tópico que una realidad. Pero en el caso del Espacio AQ en su última jornada antes del cierre semanero, si no es cierto al cien por cien, poco le falta, aunque la decisión final quede, por supuesto, en manos de los asistentes. Sin más, la tarde comenzó con la última entrega de ¡Transgresoras!, protagonizada por una de las grandes pioneras de la emancipación femenina en nuestro país, amén de literata singularmente dotada. La escritora, periodista y pensadora Marta Sanz, autora del polémico Monstruas y centauras (Anagrama), se encargó, con lleno total de la carpa, de ilustrar el papel fundamental y fundacional que tienen los personajes femeninos en la obra literaria de doña Emilia Pardo Bazán, no solo en sus más célebres ciclos novelescos o en sus dramas teatrales, sino especialmente en su brillante aportación al cuento corto, donde profundizó a menudo con ironía, valor e indignación en la violencia de género ejercida impunemente en su día contra la mujer, a través de relatos como El indulto, Las desnudadas, La puñalada, Casi artista, La feminista o El encaje roto. Precisamente este último, uno de esos cuentos que estremecen hasta lo más profundo, ha dado título al libro El encaje roto: antología de cuentos de violencia contra las mujeres (Contraseña), que recoge estos y otros relatos, publicados entre 1883 y 1922, en edición de Cristinia Patiño Eirín. Buena muestra de una galería de mujeres surgidas de la pluma de Pardo Bazán que recogen el espíritu luchador, progresista y feminista de su autora, manifestándose a través de personajes que a pesar de abusos y violencias, tanto físicas como psicológicas, no sólo a menudo sobreviven sino que vencen el imperio masculino, augurando la futura liberación de la mujer, que tiene en la escritora gallega y sus heroínas uno de sus mayores logros precursores en nuestro país.
Y en genuina orgía libertaria para cebar el explosivo final de la Semana, siguió la tarde de manos del propio Ángel de la Calle, con la fascinante y original novela de Gustavo Forero Amantes y destructores (Iliada), odisea entre la historia y la ficción del anarquista colombiano Biófilo Panclasta (1879-1943), supuestamente decidido a encabezar una enrevesada conspiración anarquista y libertaria para asesinar a todos los reyes de Europa, librándonos por fin de cualquier resto jurásico de arcaicas monarquías trasnochadas. Como explicó su autor, que aprovechó también al final para recomendar su más reciente obra, El innombrable, evocación de la dictadura colombiana de 1977, se trata de una fantasía pero firmemente asentada en realidades, puesta en dos tiempos y voces: de un lado, las intrigas y peligros de Panclasta armando su arriesgada conspiración de conspiraciones en el pasado; y de otro, la investigación de un escritor actual, obsesionado con la figura del anarquista, que sigue sus pasos a través de toda Europa. Una novela fascinante y sorprendente, que conecta la historia de Colombia con los grandes momentos del siglo XX, desde la Revolución rusa al asesinato de Sarajevo y la primera guerra mundial, en la que sólo cabe lamentar, y a de la Calle y Forero se les notaba en la cara, que Panclasta no hubiera conseguido culminar con éxito su magnicidio global. Mejor nos iría.
El insustituible Yexus, acompañado por los expertos en la disección del arte secuencial, noveno arte, narración gráfica o también, lisa y llanamente, tebeo, se trajo consigo su último trabajo ensayístico y biográfico: Alberto Breccia: sombras de la razón (Eolas), bello volumen donde su autor indaga y escarba, tanto desde el punto de vista personal como, sobre todo, histórico y artístico en la vida y obra del creador argentino. Asombrado de que aún no hubiera ningún estudio en España sobre este genio de la historieta, Yexus decidió convertir un largo artículo sobre Breccia en base para todo un ensayo que nos sumerge en el mundo del autor de El Eternauta, Mort Cinder, La vida del Che o Los mitos de Cthulhu (que le valiera el prestigioso Yellow Kid), hoy clásicos del cómic que en su día no fueron bien comprendidos ni a veces valorados. Breccia, sólo o en complicidad con guionistas indispensables como el genial y llorado Hugo Oesterheld o Trillo y Sasturain, sobrevivió trabajando a destajo a las varias dictaduras que asolaron su país, sin ser nunca del todo apreciado en este, mientras en Europa era reconocido como uno de los grandes del medio, con su dominio absoluto del dibujo tradicional a la par que asumiendo un radical riesgo en la experimentación formal y narrativa, que le llevó a crear un expresionismo de cuño propio, a veces al borde de la abstracción. Sin duda, el ensayo de Yexus, como señalaron Norman Fernández y Pepe Gálvez, conocedores también en profundidad de la obra del mago argentino, es una contribución fundamental para situar a Breccia en su justo lugar como uno de los grandes. De hecho, en palabras del primero, «el mayor talento gráfico en la historia del cómic, que nunca será superado». Al fin y al cabo, el que mejor supo dibujar lo imposible de dibujar: el horror según Lovecraft.
La tarde se quemaba como las brasas de un cigarrillo negro sin filtro, de esos que ya sólo fuman los suicidas, aquellos que perdieron el pelo en los ochenta del siglo pasado. Había que correr, y Alejandro Gallo como presentador marcó un nuevo récord asesino en el Espacio AQ, presentando una tras otra pero también al tiempo y a la vez, tres recientes novedades negras de la editorial M.A.R., junto a sus tres autores. La muerte sabía a chocolate de Pascal Buniet, veterano escritor francés anglófilo afincado en Tenerife (¡olé!), premio Wilkie Collins y espectacular ejemplo de novela enigma puesta al día, con ligero sabor a chocolate belga (siempre Simenon) y absolutamente absorbente. Prohibido de Enrique Pérez Balsa es ya un negro más canónico, con sus personajes netamente españoles, el inspector Jorge Caballero y su compañero García, sumergiéndose en las turbias y lechosas aguas de la prostitución masculina (eso que «no existe», pero obsesiona al autor y con razón), con su prosa y estilo marcados por una constante ironía pesimista y descarnada, que algunos comparan con Bukowski o hasta Tom Sharpe en clave noir. Y, finalmente, El taxista asesino del periodista y escritor Miguel Ángel de Rus, donde la novela negra sirve de excusa para una obra satírica y coral, plena de acidez y descaro posmodernista y metaliterario, donde juega con la realidad y la ficción, llamando a participar en sus chispeantes páginas a personajes como Serge Gainsbourg o Woody Allen. Con todo y con todos pudo Alejandro Gallo. Nosotros nunca lo dudamos.
Pero, y ahora no es broma ni lugar común, lo mejor de lo mejor, y no sólo de la jornada sino de toda la Semana, y eso es mucho decir, llegó para poner la guinda a este pastel envenenado que devoramos todos los años con pasión suicida. Cerrando el ciclo de colaboraciones con el Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Cultura de la Universidad de Oviedo, la Semana Negra y este su Espacio AQ nos dieron la oportunidad de escuchar al increíble Alessandro Portelli, presentado por Rubén Vega, profesor de la Universidad de Oviedo especialista en la historia del movimiento obrero y las luchas proletarias. Portelli, a quien había intentado ya traer antes sin éxito a la Semana, es un ilustre erudito romano que ha tenido el inmenso acierto de especializarse por su cuenta en cultura popular y oral en general, y estadounidense en particular, con trabajos donde lo antropológico, lo social, lo político e histórico se combinan con lo literario y musical para enriquecer y rescatar la memoria indispensable de un pasado siempre necesariamente presente. Sus obras sobre la masacre de las Fosas Ardeatinas o la muerte del obrero Luigi Trastulli a manos de la policía italiana son ya referente internacional, pero aquí nos trajo aquello que se ha convertido en la pasión de su vida: «La memoria musical de las luchas obreras en las minas de Kentucky». Para quienes ya hace mucho vimos aquel documental magnífico titulado Harlan County U.S.A. (1976), de Barbara Kopple, fue como un milagro escuchar su charla, acompañada por el testimonio de voces y canciones, traídas por Portelli como tesoros incunables, de la moderna historia de resistencia y lucha por las libertades en los Estados Unidos, con una mirada izquierdista y humanista, que hunde sus raíces en Gramsci, pero también en Italo Calvino y Dario Fo, capaz de identificarse con un sector inmenso de la población estadounidense que el olvido de la élite demócrata, liberal y neo-marxista de las universidades californianas y la selecta izquierda neoyorquina ha dejado en manos de Trump y el supremacismo blanco. Portelli, desde su posición casi autodidacta, libre de prejuicios académicos, recoge a su manera la antorcha de Faulkner, Steinbeck, Sinclair Lewis, Dreiser, London, Frank Norris o Stephen Crane, y devuelve su derecho a existir a esa white trash cosificada injustamente y echada en brazos de la extrema derecha. ¿Cómo no adorar a un hombre que siendo asesor para la memoria histórica del ayuntamiento de Roma tiene a Bruce Springsteen por su filósofo favorito? ¿Alguien que reivindica la figura de Dolly Parton por su contribución a la lucha contra el racismo? Y si has visto todas las entregas de Justified, la mejor serie hard boiled de las últimas décadas, inspirada en el llorado Elmore Leonard, no te queda más remedio que ser fan también de Portelli. Así, recuperando la relevancia de la lucha obrera en las minas de Kentucky, con ecos que resuenan en Mieres y por toda la cuenca asturiana, se cerró esta temporada de AQ en la Semana Negra. Mejor imposible.