Espacio AQ
2021-07-15
Jesús Palacios (con la colaboración de Rakel Suárez)
Érase una vez una tarde en la Semana Negra… Así podría haberse iniciado la jornada de ayer en AQ, donde se dieron cita a las seis de la tarde David Acera, Merche Medina, Gonzalo Moure y Gloria Sagasti, un grupo de cuentistas de cuidado, para debatir, precisamente, en torno a la maliciosa pregunta «¿Para qué sirve un cuento?», a la que Merche Medina, como editora profesional de bellos cuentos para niños y niñas de todas las edades, respondió sin dudar que su utilidad es tan múltiple como fundamental, pues puede y debe servir tanto para conservar una tradición oral que se remonta a la noche de los tiempos, como para educar, a la vez que para desarrollar libremente la imaginación infantil. David Acera le echó mucho cuento al tema, y afirmó no sin motivos que el cuento puede ser también un revulsivo, un acto de rebeldía incendiario que introduzca el pensamiento crítico en la mente infantil, mientras que Gloria Sagasti apostilló que frente a la postura de muchos padres, que buscan cuentos y libros que expliquen todo a sus hijos, ahorrándoles así el trabajo de educarles, el cuento genuino no debería necesitar explicación alguna. Gonzalo Moure recordó a la pizpireta, traviesa y maliciosa Pippi Calzaslargas, de Astrid Lindgren, creada en plena guerra para aliviar la opresiva realidad, o cuentos como el genial Matilda de Roald Dahl, que hoy probablemente estaría prohibido, ante la tendencia generalizada a reblandecer en demasía los cuentos y autocensurarse ante los excesos de editores acobardados por el exceso de corrección política. En definitiva, si algo quedó claro es que los únicos que no saben para qué sirve un cuento son los censores, oficiales o encubiertos, visibles o invisibles. Pero no nos preocupemos demasiado: hay cuento para rato.
La que podría ser un personaje de cuento o más aún de leyenda, si no supiéramos de su existencia bien real, fue la protagonista de la siguiente sesión de Transgresoras, la mítica periodista de guerra y guerrera del periodismo Oriana Fallaci, cuya increíble vida y milagros fueron relatados por la también periodista Guillermina Caso, jefa de informativos de la Cadena SER, acompañada por María José Capellín. Y es que la antaño célebre polemista, escritora y luchadora italiana, algunos de cuyos libros, como Nada y así sea, Carta a un niño que nunca nació o Un hombre, entre otros, fueron auténticos best-sellers en su día, es una figura «más grande que la vida». Luchadora en la Resistencia antifascista italiana durante la segunda guerra mundial, primera mujer corresponsal de guerra, que vivió (y casi murió) los conflictos de Vietnam, las revueltas estudiantiles de los años 60 o la matanza de Tlatelolco en 1968, donde resultó herida de metralla e incluso se la llegó a dar por muerta, Oriana Fallaci fue y en cierto modo sigue siendo, una feminista incómoda, un personaje complejo y de mal asiento, que mantuvo numerosos y sonados romances con hombres tan igualmente complejos e intensos como Alexandros Panagoulis, líder de la oposición griega a la Dictadura de los Coroneles, con quien colaboró en la investigación del asesinato de su amigo Pasolini. Entrevistadora implacable y minuciosa, que tuvo en su punto de mira a personajes como Andreotti, Arafat, Indira Gandhi, Golda Meir, Deng Xiaoping, Willy Brandt, Gadafi o Jomeini entre muchos otros, nunca se dejó seducir por el poder sino bien al contrario: se opuso a todo dogma, totalitarismo y abuso del signo que fuera. En sus últimos días, tras los atentados del 11-S y sin dejar en ningún momento de mantenerse escéptica y agnóstica, se centró para sorpresa y disgusto de algunos en la denuncia del integrismo islámico y el peligro del fundamentalismo musulmán, cuya amenaza confirmaba su impresión de que la civilización occidental estaba en decadencia, perdiendo fuerza día a día. Y si alguien conocía bien Oriente Medio era sin duda Oriana Fallaci, de la que preferimos despedirnos con una cita que hemos rebuscado nosotros, más allá de la charla, perteneciente a una carta personal de 1967: «almorzar con Juan Carlos y Sofía es lo peor. Los entrevisté en Atenas antes de su estúpido matrimonio, y están hechos del mismo molde que Franco». Con dos ovarios, sí señor.
Y de una periodista mítica a otra que se adentra en el territorio de la novela negra, la asturiana Leticia Sierra, conocida por sus frecuentes colaboraciones en radio y prensa escrita, tanto dentro como fuera de Asturias. Animal (Ediciones B) es el título directo, conciso e impactante de la obra que vino a presentar, acompañada por Rafael Gutiérrez, uno de nuestros libreros favoritos, y que cuenta la investigación en torno a un brutal asesinato en una apartada y tranquila zona rural asturiana, donde el cuerpo de la víctima, vecino bien conocido y respetado por todos, ha aparecido en las proximidades de un prostíbulo en estado lamentable. La intriga se sigue desde dos puntos de vista: el de la pesquisa policial y el de la ambiciosa y joven reportera Olivia Marassa, alter ego de la autora («más guapa y más joven», en sus propias palabras, que no compartimos), quien cuenta con la ventaja, frente a las fuerzas del orden, de conocer el terreno de primera mano, como la escritora misma, que ha sufrido en sus carnes las angustias y el estrés de ser reportera de investigación en su tierra. Asesorada por la Policía Nacional, lectora severa del género, Leticia Sierra detesta las tramposas novelas de misterio que se sacan al culpable como un as de la manga en el último momento o despistan con rodeos artificiosos, y afirma jugar limpio poniendo a lo largo de su novela todas las pistas frente al lector, aunque se arriesgue a que este se adelante y descubra al asesino. Ojalá todos quienes escriben policíaco hoy día tomaran buena nota. Por su parte, ella ya prepara nueva entrega con los mismos protagonistas.
A las 20:00 h. llegó el terremoto naranja a la Carpa de AQ. Entre gritos y sin susurros, nuestro inasequible al desaliento y épico vocero de la nueva novela negra, Luis Artigue, todo él entusiasmo y exabrupto, presentó, no, subió a los altares, al alicantino Óscar Montoya y su novela Lo que te persigue (AdN), ejercicio de metaficción en varios planos narrativos, entre el género negro, el humor y la tragedia cotidiana, que gira en torno a un escritor de novela negra en crisis que ha de hacer frente a la enfermedad terminal de su madre, mientras pergeña el argumento de su nueva obra. A juicio de Artigue, compartido por los críticos que ya saludaron el anterior libro de Montoya, De otro lugar, «estamos ante la mejor novela que he leído de todas las que se presentan en la Semana Negra» (aquí confieso sentir un cierto deja vú o, mejor dicho, deja oí). Un explosivo combinado de narrativa en segunda persona elevada a la enésima potencia artística, comedia agridulce llena de autoironía, evocación del duelo ante la tragedia personal y relato negrocriminal, que equipara a su autor con el mismísimo Bolaño y nos pone sobre aviso ante la irrupción de un escritor que «va a revolucionar la literatura de su generación». Novela autobiográfica, a pesar de que su autor lo niegue, anticlerical aunque su autor disienta, no cabe duda de que no deja indiferente a nadie, y menos que a nadie al siempre irresistible Artigue.
Llegó después la hora de las revistas literarias, especie quizá en peligro de extinción, en un encuentro con Atocha Aguinaga, gestora cultural de ARCE (Asociación de Revistas Culturales de España) y con Miguel Ángel Areces, editor de la veterana revista Ábaco, con treinta y cinco años de existencia a sus espaldas. Atocha, en nombre de la Asociación y sus muchos miembros, resumió la actual situación de crisis que atraviesa el sector desde el 2008 y que la pandemia ha acentuado con el cierre de publicaciones, librerías y bibliotecas, insistiendo en la necesidad de mantener revistas que, más allá de la apariencia, conectan la cultura con la realidad social del ciudadano y que, como la misma Ábaco, abarcan todas las facetas del arte, la literatura, la reflexión, el pensamiento y las ciencias sociales. Advirtiendo la necesidad de ampliar el horizonte del papel impreso hacia las nuevas tecnologías, señaló lo inevitable de combinar ineludiblemente los formatos tradicionales con los digitales y audiovisuales, para llegar al máximo público lector posible. No menos importantes son también el papel fundamental de instituciones y organismos oficiales a la hora de prestar su apoyo a las iniciativas culturales en general, y a sus publicaciones en particular, así como el de librerías y, sobre todo, bibliotecas, como espacios naturales para la revista de cultura. Todo un desafío para el siglo XXI, que publicaciones como Ábaco, que ha contado con firmas desinteresadas a lo largo del tiempo como las de José Saramago o Luis Sepúlveda, entre otros, están dispuestas a encarar con ánimo y esperanza. Aquí tan solo nos inquieta el hecho de que depender en exceso de, precisamente, instituciones y organismos estatales o locales pueda a veces influir directa o indirectamente en el sesgo ideológico de revistas que deberían siempre mantener señas de identidad propias, amén de gozar de absoluta libertad de opinión y expresión. Algo no siempre posible cuando se necesitan demasiado subvenciones y apoyos oficiales.
La traca final vino orquestada, como no podía ser de otra manera, de nuevo por un Luis Artigue en plena forma, otro inmoderado moderador donde los haya (¿quién está nombrando moderadores este año en la Semana Negra?), que presidió anárquicamente, por paradójico que ello suene, una mesa más cuadrada que redonda en torno a los Malos géneros, o como dicen, mejor dicho, los franceses, mauvais genres, lo que da lugar a un intraducible juego de palabras, ya que su sentido verdadero es mala gente, malos tipos, pero su traducción literal por malos géneros viene muy al pelo en un festival literario tan negro como este. De nuevo Óscar Montoya, la jueza y escritora de novela negra Graziella Moreno Graupera y Luis García Jambrina, que desde aquellos cuentos estilosos y al borde del fantastique de «Oposiciones a la morgue» que editara Valdemar en el siglo pasado nos trae ahora ensayos no menos peculiares como La doble muerte de Unamuno o thrillers histórico-literarios protagonizados por el mismísimo Fernando de Rojas, se pusieron todos en total desacuerdo sobre lo que es y no es escribir literatura de género(s), degenerando y divagando todo lo que hizo falta y más, para concluir como empezara el propio Artigue con el hecho insoslayable de que nunca más que hoy fueron necesarios los autores que retuercen los géneros tradicionales, ponen la casa literaria patas abajo y juegan al mestizaje como si fuera un juguete nuevo, por mucho que, en palabras de Jambrina, Cervantes y el Quijote fueran ya buen ejemplo de heterodoxia y mezcla de géneros por antonomasia. Y mientras seguían dándole incansables a la singüeso, nosotros nos fuimos a ver Mauvais genres (2001), un polar de Francis Girod, según novela negra de Brigitte Aubert, autora apenas traducida al castellano y que lo merecería mucho (así podríamos traerla también a la Semana), que hace verdaderas virguerías con los géneros, transgéneros y demás degeneraciones y que les recomendamos encarecidamente a todos, todas y todes.